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[…] Veamos un poco cómo reflejamos nuestro mundo americano a través del discurso político-gubernamental-legislativo-administrativo, especialmente en esta parte del continente llamada latina o ibérica.
El discurso verbo-corporal del ámbito de la política, de la gobernación, de la legislación y de la administración pública en América Latina –y en muchos casos también en Estados Unidos, de la misma manera que al nivel internacional– está en una situación que podemos calificar de triste y desdibujada, de doble moralidad, de desfachatez, de desvergüenza, en especial en determinados países del área: Haití, México, Colombia, Paraguay, Perú, Honduras y otros más, concretamente debido a los desaciertos culturales, los desaciertos protocolares y de etiqueta político-gubernamental, los desaciertos cognoscitivos en todo sentido, la vulgaridad, los discursos populacheros, campestres, bucólicos, faunísticos, rupestres, jitanjafóricos, ofensivos, hirientes y soeces; debido a la corrupción abiertamente imperante; debido a los desconocimientos de los problemas concretos del área; debido a la incapacidad para interpretar las exigencias de los nuevos tiempos de situación de “nueva globalización”; debido a las fraudulentas conspiraciones y protecciones a grupos delictivos al estilo tradicional y mafioso de siempre, al estilo “Cosa Nostra”,[25] al estilo de la mafia y el crimen organizado al nivel mundial, al estilo de los muy conocidos: Cosa Nostra de Sicilia, Cosa Nostra Americana, Mafia Rusa, Mafia China, Mafia Mexicana, Mafia Cubana, Camorra de Campania, Yakuza de Japón, Tríadas Chinas, Ndrangheta de Calabria, Sacra Corona Unita des Pouilles, Maffya Turca, Mafia Albanesa, Cinco Familias, Séptima Familia, Familia Sasso de Argentina, Familia Barahonti de Perú, Cártel de Medellín, Cártel de Cali, Cártel del Norte del Valle, Cártel de la Costa Atlántica, Cártel de Tijuana, Cártel del Golfo, Cartel de Sinaloa, Cartel de Juárez, Cártel de Guadalajara… (Gayraud, 2007), algo que conocemos muy bien en América y desde hace ya un siglo, ¡por supuesto que nada nuevo! por lo menos para los que saben leer, para los que no son analfabetos o que “supuestamente” no son analfabetos (Ruano, 2008): en fin que en este sentido de las mafias, tomando el concepto de mafia, “grupo organizado que trata de defender sus intereses [de manera ilegal y criminal]”, pues la evidencia nos dice que “todos los de arriba en el mismo caldo de cultivo” (Frattini, 2005); debido a las más que conocidas complicidades con todo tipo de organización criminal, en concreto y principalmente con las mafias sindicales, con los mercados de la droga y con los grupos y bandas organizados del secuestro; pero muy especialmente debido a la inefectividad en el tratamiento, la interpretación y la aplicación de las leyes (Méndez y otros, 2003; Maris, 2003). En síntesis, este tipo de discurso es generalmente el típico “discurso efectista carente de fondo”, como lo llamara el célebre científico y pensador mexicano Manuel Gamio. El discurso político iberoamericano carece, generalmente, del encanto y del elegante y bien controlado “fingimiento discursivo” que tenía hasta el minusválido expresidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt (1882-1945) –era lisiado, tuvo poliomielitis, lo que le marcó físicamente por el resto de sus días, no obstante controlaba perfectamente sus movimientos corporales– (Fast, 1999: 166-174).
El discurso político latinoamericano adolece de involución, como se puede comprobar cotidianamente a través de la mayoría de las intervenciones de nuestros políticos, mandatarios y funcionarios del área, como se puede comprobar en cualquiera de los discursos de cualquiera de los componentes de la “politiquería latinoamericana”, esta élite rotatoria o ruletera mañosa e impune, y como he podido comprobar yo, en particular, durante los más de 15 años en los que trabajé como intérprete de discursos en las más variadas esferas de la actividad político-gubernamental-administrativa y, más recientemente, cuestión que pude comprobar personalmente en México al oír y analizar los discursos de la mayoría de los políticos, funcionarios y trabajadores de la actividad político-gubernamental-administrativa que fueron mis condiscípulos en un excelente curso de postgrado que recibí en México, en el año 2002, que llevó por nombre Génesis y Teoría del Estado Mexicano, impartido por el ex presidente mexicano José López-Portillo y Pacheco.[26] Como se planteó aquí, “el pueblo”, por muy variadas causas, pero en especial debido a su deficiente preparación cultural, cívica y política, no está preparado en nuestra América para entender el discurso político-administrativo de este continente, y mucho menos, claro está, el de los otros continentes. Ahora bien, ¿acaso habrá algún “ser normal” que pueda entender estos discursos panglosistas –aclaro aquí lo que ya todos sabemos, que en nuestra América tenemos muchos Pangloss, sólo que en lo absoluto eruditos como el Pangloss de la novela Cándido, de Voltaire. ¡Ya quisieran por un día de fiesta!–? Pero si nuestros mismos políticos y funcionarios gubernamentales no entienden sus discursos. Pero si nuestros mismos políticos consideran estos discursos disfuncionales como “dolor de cabeza” […] Es interesante ver cómo el discurso verbo-corporal político latinoamericano actual mantiene prácticamente los mismos rasgos –aunque a veces muy bien matizados, y en especial debido al temor a los medios masivos de comunicación, a la crítica, especializada o no, y a las posibles interpretaciones y represalias de grupos extranjeros, especialmente estadounidenses– del discurso político latinoamericano tradicional[28]: discursar de manera hablada o escrita con vaciedades, necedades, boberías o sandeces; rusticidad discursiva verbo-corporal; respuestas evasivas y escurridizas; afectación imagológica[29] verbo-corporal; protagonismo, prepotencia, excentricismo, incongruencia; hilvanamiento de frasecillas de relumbrón; banqueteos…, todo esto acompañado de una “guerra de símbolos”, es decir de la presencia de signos no verbales –ya sean los tradicionales y conocidos o los creados y recreados– reajustados a los gustos e intereses particulares de cada grupo político: imágenes religiosas empleadas para muy diversos fines, emblemas, enseñas, insignias, etc., signos patrios relacionados con banderas, escudos, colores alusivos y relacionados con la tradición del pueblo o grupo, etc., que son “rediseñados”, “mutilados”, “alterados”, inclusive en franca violación a las leyes nacionales de algunos pueblos de América. La vida política latinoamericana, en la mayoría de los casos, refleja un mundo complejo, corroído hasta el tuétano, plagado de todos los “males terrenales y celestiales” habidos y por haber; refleja un mundo que entre otras características tiene las siguientes: “diálogos de sordos”, “caciques, cacicazgos y grupos caciquiles”, “bosses”,[30] “dinosaurios y grupos dinosaurios”, “gorilas”, “golpes de estado”,[31] “cleptocracias y cleptócratas”, “envidias”,[32] “personas, cosas y actos ‘innombrables’”, “incapacidades para llegar a acuerdos y alianzas que beneficien al pueblo”, “bandolerismos políticos”, “complots”, “espionajes”,[33] “madruguetes”, “mapaches y mapacherías”, “transas políticas y electorales o electoreras”, “volátiles lealtades y deslealtades súbitas”, “crisis de lógica –incluyendo las lógicas discordantes– y de sentido –incluyendo el más elemental sentido común de las sociedades e individuos civilizados, instruidos y educados–“, “decisiones atemporales, intemporales, extemporales o extemporáneas, proteccionistas, clientelistas –clientelismo político–[34] y nepóticas…”,[35] connivencias, “lapsus linguae,lapsus calami, lapsus manus –¿dedazos?–“, polivalencia de las incapacidades y las ineptitudes, indecisiones e incapacidades que reafirmar el “ni a favor ni en contra sino todo lo contrario”; aparentes defensas “a lo perro” de los derechos e intereses del pueblo, pero evidentes robos y saqueos “a lo gato” de los bienes de las naciones y los erarios públicos; “video-escándalos”, “grabaciones telefónicas”,[36] “políticaficciones”, “políticas de simulaciones”, “tengan, para que aprendan”, “caídas inesperadas, repentinas, sospechosas y desvergonzadas de sistemas de cómputos electorales”, “campañas electorales fraudulentas y dudosas”, “sociedades imaginarias o utópicas”, “expulsiones ‘a discreción’ de ‘ciertos miembros’ de los partidos, de las organizaciones, de los gabinetes gubernamentales y de las secretarías”, “asignaciones inesperadas de embajadas ‘muy lejanas’ –¡mientras más lejos, mejor!–“, “caídas para arriba” –destituciones de ciertos individuos en ciertos cargos y puestos y reasignaciones a otros en donde “el destituido”, su familia, sus allegados y sus protegidos se pueden enriquecer o se pueden aprovechar de ciertas situaciones…
Los funcionarios de las organizaciones iberoamericanas, el gobernante iberoamericano promedio, y, claro está, también los funcionarios promedio del gobierno iberoamericano, en especial los secretarios o ministros de relaciones exteriores, de educación, de economía, de hacienda, del trabajo, de cultura, de gobernación o del interior, etc., los senadores, los diputados, funcionan, en resumidas cuentas, de una u otra manera y en mayor o menor medida, como “proyectores discursivos de la multiinestabilidad”:[37] ¡Ahí está la cruda y verdadera realidad de la América Latina y de todos sus países! ¡Ahí están los datos y los resultados concretos en torno a la vida de los latinoamericanos!
En el discurso político latinoamericano son evidentes las raíces sociales y las raíces genéticas del miedo,[38] del odio y de la desconfianza. La vida política latinoamericana se mantiene prácticamente igual en estos siglos XX y XXI (Schmidt, 2003; Schmidt, 2005), y esto trae como resultado que nuestros problemas latinoamericanos son una constante sin las adecuadas soluciones y sin perspectivas de solución concretas. En algunos casos, el asunto es peor aún: las cosas se tornan más oscuras, deprimentes, incivilizadas, bárbaras, retrógradas… ¿¡Cuándo se supone que en América Latina vamos a pasar del monólogo presidencial al diálogo entre poderes; poderes que están para servir al pueblo, para darle solución a los terribles problemas de los pueblos latinoamericanos!? ¿¡Cuándo se supone que en América Latina los poderes van a dejar sus rústicos conflictos grupales y personales para atender a un pueblo que cada vez está más desatendido, angustiado, pobre, confundido y…, ¡cuidado!, también harto!? ¿¡Cuándo se supone que los poderes latinoamericanos van a entender que son, nada más y nada menos, que los “trabajadores contratados por el mismo pueblo para servirle”!? ¿Cómo reacciona “el pueblo” ante estas tradicionales y desafortunadas circunstancias? ¡Nada…! ¡Aquí no pasa nada, y a lo mucho, pasa muy poco! A veces sucede que ante los actos antisociales y anticonstitucionales de los funcionarios de América se les premia con un ascenso, con una elección, con un “¡Muy bien, muchachito, muy bien…!”, como diría en Los Polivoces Agallón Mafafas al muchachito Juan Gárrison.[39] Si no fuera así, entonces cómo explicar que individuos como el peruano Alan García, con un historial tan negro y corrupto, haya llegado, otra vez, a ser presidente de Perú –y éste es uno de los cientos de ejemplos del área americana–. Hay algo que condiciona este no actuar, este no reflexionar, este no entender, esta confusión, de los pueblos latinoamericanos: la inmensa ignorancia. La inmensa ignorancia de la mayoría de los pueblos latinoamericanos es, justamente, el origen de la inmensa riqueza económica –por supuesto, adquirida por medios ilícitos, es decir robo– de la mayoría de los políticos latinoamericanos, que son, obviamente, “menos” ignorantes que el pueblo.[40]
En los discursos políticos verbales y corporales latinoamericanos parece que ya todo está “arreglado”, aquí ya todos conocemos las reglas del juego: “Haz como que hablas y yo haré como que entiendo… Como político o funcionario sigue intentando articular palabras y yo, como pueblo, seguiré esforzándome en tratar de decodificar, de descifrar, tus sonidos y ruidos verbales inciertos. ¡Aplausos, aplausos, aplausos…! Ni tú sabes lo que dices ni yo entiendo nada, ¡pero ya la hicimos!” “Sigue intentando aparentar ser el bueno para todas ‘esas cosas’ que ofreces, que en un final sabemos que no eres ‘bueno para nada’ de ‘eso’ –aunque sabemos que eres magnífico para ‘otras cosas’, cuestión de ‘perfil laboral’–.“ Esto se cumple con más frecuencia en las sociedades en donde es evidente una falta de cultura cívico-democrática, que debido a su desespero social y económico, más que a mandatarios, políticos, legisladores y administrativos, intentan buscar “héroes salvadores”, “mesías”, “profetas de desastres”, “capataces con iniciativas”, “‘grandes hermanos’ o ‘big brother’”,[41] que resuelvan sus difíciles situaciones de una buena vez: “¡Viva éste!” o “¡Viva el otro!” o “¡Viva el que sea!”; en fin…: primero “¡Arriba el que suba!”, y luego “¡Abajo el que subió!”. Por eso en América siempre ha prevalecido la misma ley, “la Ley de Herodes: o te chingas o te jodes”.[42] A veces parece, si consideramos el resultado de ciertas elecciones de funcionarios y mandatarios, que algunos pueblos y grupos se esmeran por elegir a los mafiosos más destacados y a los más vulgares corruptos. ¡Cuánta pena y cuánto error! ¡Y qué caro se pagan estas inacertadas decisiones! Nuestras sociedades tienen demasiados políticos, estadistas y administrativos que con sus lenguajes corporales y verbales, con sus “mañas”, crean falsas expectativas, que evidentemente no se pueden cumplir, ni a corto ni a largo plazo. Cualquier niño con buena instrucción puede ver esto.
Entre palabras rebuscadas, no decodificables para un pueblo en promedio iletrado –pero palabras que tampoco pertenecen al vocabulario activo y fluido de los emisores, que se nota que se la aprendieron ayer para decirlas hoy–, desajustes estilísticos –¿es discurso político, es discurso literario cuentístico, poemático, cómico, dramático…?, usos de estilos discursivos no “populares”, sino “vulgares”–, pleitos, discusiones de vecindad o cuartería –perseguirse constantemente, vigilarse o pendenciarse constantemente, espiarse constantemente, humillarse, decirse improperios y ofensas, amenazarse, “levantarse falsos”–, “peleas de comadres” –claro está que estas “peleas de comadres” (al decir de los mexicanos), tienen sus ventajas, porque en situaciones de barbarie, de atraso cultural, de tabuización, de “secretos” y “secrecías”, de censuras, de represiones y de represalias “cuando se pelean las comadres aparecen las verdades”–, recuentos de idilios amorosos, ocurrencias de última hora y exigencias de “privacidad”[43] se produce el discurso político latinoamericano. Pero el problema es mayor aún si consideramos que en el discurso verbo-corporal del ámbito de la política y la gobernación en América Latina se observan unas rupturas comunicativas que muestran, en estos tiempos supuestamente desarrollados, la carencia de principios y valores positivos dentro de un mismo “grupo”, en su mismo seno, en el interior del “grupo” –consideremos entonces la relación entre los “grupos”, en especial a la hora de tomar decisiones trascendentales para la vida y el desarrollo de la comunidad o de las comunidades, del pueblo o de los pueblos, del país, de las organizaciones, etc.–, las violaciones a los principios elementales registrados en los reglamentos que rigen las conductas de los miembros de los aparatos partidistas, políticos y gubernamentales y el histórico y tradicional rejuego entre “traidores” y “traicionados”, en donde es muy difícil saber quién es quién –a la corta o a la larga, se pasan de un partido a otro[44] y cambian de ideologías “según la marea” y según la dirección que tome el “cuerno de la fortuna”, y también todos terminan hablando pestes de todos en muy poco tiempo: ¡viva la unión y la fraternidad! Si “el otro” o “la otra” se pasan a otro partido o defienden ciertos proyectos e ideas de otros partidos, entonces “traicionaron”; pero si soy “yo” el que me paso a otro partido o defiendo ciertos proyectos e ideas de otros partidos, entonces “no estoy traicionando al partido”, sino que estoy “pensando diferente”: ¡eso se llama intentar “verle la cara” a la gente…! (Madrazo, 2007). Lo que sucede es que con frecuencia esta jugarreta sale muy bien, debido al “déficit de memoria” que padecemos los latinoamericanos–. Y en la política latinoamericana, de la misma manera que sucede en muchas empresas e instituciones educativas “reconocidas” (?), esos terribles, desagradables y degradantes conflictos resultantes de la incivilidad, la intolerancia –en cualquiera de sus manifestaciones y formas (Cisneros, 2005)–, la envidia y los odios personales, no solamente se producen entre grupos y personas diferentes, sino que también tienen lugar en el seno de un mismo grupo y entre individuos que, al parecer, eran semejantes: ¡viva la igualdad!. Y claro, está más que demostrado que “el poder”, si no se controla cuidadosamente y en todos los sentidos, entonces corrompe, envilece: “el poder es una criatura viva que sólo puede nutrirse con proteína de poder como ella misma, y la fiera no sólo es carnívora: si no hay alimento a su disposición, se torna caníbal e incluso llega a la autofagia y es capaz de devorarse por completo a sí misma”.[45] Y sucede que a la hora de desacreditar, descalificar u ofender, en nuestra América, una vez que se comienza, ya no hay término: ¡hasta la persona más moral y correcta –los menos, claro está– aquí recibe lo suyo! En América hasta los individuos más respetados por la historia y por el mundo entero son descalificados y ofendidos. Claro que ya conocemos la “cultura” (?), la “educación” (?), el “prestigio” (?) y los intereses de este tipo de ofensor… En algún momento oí a un funcionario latinoamericano decir en una conferencia que si nosotros los latinoamericanos queríamos entender los problemas de América Latina –se refería más concretamente a los problemas de su país de origen–, entonces que leyéramos el relato infantil Alicia en el país de las maravillas –de Lewis Carroll, escrito en 1865, un cuento que está basado en el “temor a crecer”–. “Con todo el respeto que se merece” –frase muy usada en México cuando se va a contradecir a alguien– ese funcionario, yo creo que si para entender los problemas de nuestra América vamos a recurrir al mundo de la imaginería infantil, a la literatura infantil, entonces Alí Babá y los cuarenta ladrones –novela árabe que a veces aparece en ciertas versiones de Las mil y una noches– es el texto ideal para estos efectos, con la diferencia de que toda idea o imaginación acerca de la trascendencia y poder de la frase “¡Ábrete sésamo!” en América Latina se queda corta, y de que acá en Iberoamérica son muchos los “Alíes” y muchos los “ladrones”, que son una verdadera plaga, que brotan como los grillos y las sabandijas de debajo de las piedras y que tal parece que se carece de un buen insecticida que acabe con ellos de una buena vez, y que superan en creces, tanto en cantidad como en calidad, a los personajes de la novela original. Claro que también los problemas políticos y gubernamentales de América podrían recordarnos, entre otros cientos de textos literarios, a El Idiota –novela del escritor ruso Fiodor Dostoievski–, a El Señor Presidente –del escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias– y a El gesticulador –del escritor mexicano Rodolfo Usigli–. Ahora, que si vamos a recurrir a textos científico-politológicos, escritos por adultos civilizados, investigadores, conocedores de este asunto de “los problemas” de nuestra América, y del mundo en general, y que están destinados a adultos civilizados “que sepan leer”, entonces los textos ideales serían los cientos y miles de materiales que han sido escritos por personas comprometidas con la vida y el desarrollo de la Humanidad, de muy diferentes esferas de la actividad humana, dentro y fuera de América Latina, como es el caso de los acertados e ingeniosos libros de Alvin Toffler, de Noam Chomsky…, y ciertos materiales que describen los problemas concretos de países y regiones, como Los grandes problemas nacionales y Las grandes soluciones nacionales, de Samuel Schmidt.
Las palabras más relacionadas con la imagen política latinoamericana –y con la imagen política internacional de toda América, incluyendo aquí a Estados Unidos– son traición y mentira. Y esto es viejo, nada nuevo (Paz, 1943; Sefchovich, 2008):
DE QUÉ MODO LOS PRÍNCIPES DEBEN CUMPLIR SUS PROMESAS. Nadie deja de comprender cuán digno de alabanza es el príncipe que cumple la palabra dada, que obra con rectitud y no con doblez; pero la experiencia nos demuestra, por lo que sucede en nuestros tiempos, que son precisamente los príncipes que han hecho menos caso de la fe jurada, envuelto a los demás con su astucia y reído de los que han confiado en su lealtad, los únicos que han realizado grandes empresas (Maquiavelo, 1995: 30).
En la palabra traición hay mucho significado. La palabra traición, empleada por las partes involucradas en una traición, es decir traidores (?) y traicionados (?), incluyendo a esa parte que nunca sabe nada, que nunca tiene pareceres, que es apática, que es indiferente, designa las dos caras de una moneda: los “pareceres”. La palabra “traición”, a través de los tiempos, ha estado en boca de todos para calificar, en todos los sentidos, a los funcionarios, directivos, dirigentes y mandatarios gubernamentales, partidistas y religiosos […]


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