Abstract
MACROMANÍA Y MICROMANÍA EN MÉXICO / MACROMANIA AND MICROMANIA IN MEXICO / МАКРО-МАНИЯ И МИКРО-МАНИЯ В МЕКСИКЕ
MEXICANOLOGÍA, MEXICANOLOGY, МЕКСИКАНОЛОГИЯ
MEXICANÍSTICA, MEXICANISTIC, МЕКСИКАНИСТИКА
IMAGOLOGÍA, IMAGOLOGY, ИМАГОЛОГИЯ
IMAGOLOGÍA MEXICANA, MEXICAN IMAGOLOGY, МЕКСИКАНСКАЯ ИМАГОЛОГИЯ
PAISOLOGÍA, REGIONAL AND CULTURAL STUDIES, СТРАНОВЕДЕНИЕ
“En un pueblo verde, nadie puede tener un color diferente” (Ikram Antaki, 1996:72-73)
“Y así como durante siglos hubo un consenso en torno a que la tierra era plana, en el país prevalece un consenso para no cambiar [México] El país de la democracia fugitiva. El país de la violencia sin fin […] Desde Tijuana hasta Cancún, desde Reynosa hasta Tapachula, los cárteles imponen sus propias leyes, cobran sus propios impuestos, instalan sus propios gobiernos. La “ridícula minoría” ha logrado poner en jaque a la impotente mayoría. México no puede ser catalogado como un Estado fallido, pero se ha convertido —en ciertas franjas del territorio nacional— en un Estado acorralado” (Dresser, 2011)
“La historia [que se hace en Hispanoamérica, en México, es] una historia para niños que nunca serán adultos” (escritor Juan María Alponte)
[…] Esto de la “relación abierta” de los gobiernos y funcionarios mexicanos con el narcotráfico ya da asco, y no digo que dé vergüenza, porque ya sabemos cómo anda la vergüenza en nuestros días: ¡está escondida! ¿Alguien sabe en dónde está la vergüenza? […]
México y las elecciones presidenciales del 2012. ¿Y el show del secuestro de Diego Fernández de Cevallos qué? http://knol.google.com/k/fernando-antonio-ruano-faxas/m%C3%A9xico-y-las-elecciones-presidenciales/19j6x763f3uf8/163#
Educación, cultura, ciencia, técnica y fuga de cerebros en América y concretamente en México
http://knol.google.com/k/educaci%C3%B3n-cultura-ciencia-t%C3%A9cnica-y-fuga-de-cerebros-en-am%C3%A9rica-y-concretamente#La educación y la instrucción en México. Historia y actualidad http://knol.google.com/k/fernando-antonio-ruano-faxas/la-educaci%C3%B3n-y-la-instrucci%C3%B3n-en-m%C3%A9xico/19j6x763f3uf8/165#
¿CÓMO HABLAN Y QUÉ HABLAN LOS POLÍTICOS DE AMÉRICA?
http://knol.google.com/k/c%C3%B3mo-hablan-y-qu%C3%A9-hablan-los-pol%C3%ADticos-de-am%C3%A9rica#¿Qué significa “cantinflear” y “cantinfleo”, quiénes cantinflean y cómo se cantinflea?
http://knol.google.com/k/fernando-antonio-ruano-faxas/qu%C3%A9-significa-cantinflear-y-cantinfleo/19j6x763f3uf8/157
Señores nuestros, muy estimados señores;
Habéis padecido trabajos para llegar a esta tierra.
Aquí ante vosotros, os contemplamos, nosotros gente ignorante…
Y ahora ¿qué es lo que diremos?
¿qué es lo que debemos dirigir a
vuestros oídos?
¿Somos acaso algo?
Somos tan sólo gente vulgar…
Por medio del intérprete respondemos,
devolvemos el aliento y la palabra
del señor de cerca y del junto.
Por razón de él, nos arriesgamos
por esto nos metemos en peligro…
Tal vez a nuestra perdición, tal vez a nuestra
destrucción
es sólo adonde seremos llevados.
(Mas) ¿a dónde deberemos ir aún?
Somos gente vulgar,
somos perecederos, somos mortales,
déjennos pues ya morir,
déjennos ya perecer.
puesto que ya nuestros dioses han muerto.
(pero) Tranquilícese nuestro corazón y vuestra carne,
¡Señores nuestros!
porque romperemos un poco,
ahora un poquito abriremos
el secreto, el arca del Señor, nuestro (dios).
Vosotros dijisteis
que nosotros no conocemos
al Señor del cerca y del junto,
a aquel de quien son los cielos y la tierra.
Dijisteis
que no eran verdaderos nuestros dioses.
Nueva palabra es ésta,
la que habláis,
por ella estamos perturbados,
por ella estamos molestos.
Porque nuestros progenitores,
los que han sido, los que han vivido sobre la Tierra,
no solían hablar así.
Ellos nos dieron
sus normas de vida,
ellos tenían por verdaderos,
daban culto,
honraban a los dioses.
Ellos nos estuvieron enseñando
todas sus formas de culto,
todos sus modos de honrar (a los dioses).
Así, ante ellos acercamos la tierra a la boca,
(por ellos) nos sangramos,
cumplimos las promesas,
quemamos copal (incienso)
y ofrecemos sacrificios.
Era doctrina de nuestros mayores
que son los dioses por quien se vive,
ellos nos merecieron, (con su sacrificio nos dieron vida).
¿En qué forma, cuándo, dónde?
Cuando aún era de noche.
Era su doctrina
que ellos nos dan nuestro sustento,
todo cuanto se bebe y se come,
lo que conserva la vida, el maíz, el frijol,
los bledos, la chía.
Ellos son a quienes pedimos
agua, lluvia,
por las que se producen las cosas en la tierra.
Ellos mismos son ricos,
son felices,
poseen las cosas,
de manera que siempre y por siempre,
las cosas están germinando y verdean en su casa…
allá “donde de algún modo se existe”, en el lugar de Tlalocan.
Nunca hay allí hambre,
no hay enfermedad,
no hay pobreza.
Ellos dan a la gente
el valor y el mando…
Y ¿en qué forma, cuándo, dónde, fueron los dioses invocados,
fueron suplicados, fueron tenidos por tales,
fueron reverenciados?
De esto hace ya muchísimo tiempo,
fue allá en Tula,
fue allá en Huapalcalco,
fue allá en Xuchatlapan,
fue allá en Tlamohuanchan,
fue allá en Yohuallinchan,
fue allá en Teotihuacán.
Ellos sobre todo el mundo
habían fundado
su dominio.
Ellos dieron el mando y el poder,
la gloria, la fama.
Y ahora, nosotros
¿destruiremos
la antigua regla de vida?
¿la de los chichimecas,
de los toltecas,
de los acolhuas,
de los tecpanecas?
Nosotros sabemos
a quién se debe la vida
a quién se debe el nacer,
a quién se debe el ser engendrado,
a quién se debe el crecer,
cómo hay que invocar,
cómo hay que rogar.
Oíd, señores nuestros,
no hagáis algo
a vuestro pueblo
que le acarree la desgracia,
que lo haga perecer…
Tranquila y amistosamente
considerad, señores nuestros,
lo que es necesario.
No podemos estar tranquilos,
y ciertamente no creemos aún,
no lo tomamos por verdad,
(aun cuando) os ofendamos.
Aquí están
los señores, los que gobiernan,
los que llevan, tienen a su cargo
el mundo entero.
Es ya bastante que hayamos perdido,
que se nos haya quitado,
que se nos haya impedido
nuestro gobierno.
Si en el mismo lugar
permanecemos,
sólo seremos prisioneros.
Haced con nosotros
lo que queráis.
Esto es todo lo que respondemos,
lo que contestamos,
a vuestro aliento,
a vuestra palabra,
¡Oh, Señores nuestros! (León Portilla, 1993).
Hoy día, 90 por ciento de los mexicanos son mestizos, en términos estrictamente étnicos, aunque como individuos sigan atrapados en las contradicciones de su ascendencia. Son tanto hijos de Cortés como de Cuauhtémoc, no son españoles ni indígenas, son mestizos, aunque no admitan su mestizaje [recordemos lo que dice una placa en la Plaza de las Tres Culturas: “El 13 de agosto de 1521, heroicamente defendido por Cuauhtémoc, cayó Tlatelolco en poder de Hernán Cortés. No fue triunfo ni derrota. Fue el doloroso nacimiento del pueblo mestizo que es el México de hoy.”] También como país, México busca interminablemente una identidad y oscila, en forma ambivalente, entre lo antiguo y lo moderno, lo tradicional y la de moda, lo indígena y lo español, lo oriental y lo occidental. La complejidad de México radica tanto en el enfrentamiento como en la fusión de estas raíces [Y aquí es bueno recordar lo que al respecto dijo José E. Iturriaga: “Una prueba de que (en México) el mestizaje cultural está en proceso de formación y de que la reconciliación de nuestras dos sangres no se ha logrado aún radica, por ejemplo, en que el nombre de Cortés sigue siendo polémico aun ante los más equilibrados indigenistas, aparte de que en cierto modo el Conquistador sigue teniendo un símbolo adscrito a los credos políticos regresistas (Iturriaga, 1985).
[…] se me ocurre hacer un examen de conciencia con el objeto de determinar qué es lo que más me irrita de este país [México] cuyo nombre anda en boca de tanta gente demagógica y que sin embargo es mi patria, primera, única y final. La verdad es que mientras más enojado estoy con este país y más lejos viajo, más mexicano me siento.
En primer lugar debo admitir que geográficamente hablando, México no tiene peros. Hay de todo. Hay precipicios, llanuras, montañas, desiertos, bosques, ríos que se desbordan, playas, etc. Todo esto cobijado por un clima relativamente benigno. Sobre todo, hay donde escoger. Si no le gusta a uno el calor, se va al frío. Si no le gusta a uno la montaña, se va al llano.
Nomás que tiene defectos. El principal de ellos es el de estar poblado por mexicanos, muchos de los cuales son acomplejados, metiches, avorazados, desconsiderados e intolerantes. Ah, y muy habladores.
A la mayor parte de estas características, que son responsables, en parte, de que estemos como estamos, yo no les veo compostura ni a corto ni a mediano plazo.
El mexicano es acomplejado. Este rasgo no tiene nada de inexplicable. Raro sería que no lo fuera. Una buena parte de los mexicanos vive del favor gubernamental, que es como vivir en el seno materno, que no es lugar propicio para desarrollarse cuando tiene uno cuarenta años. Otro grupo, más numeroso, está frustrado por su ocupación: el que aprendió a hacer mecate de lechuguilla tiene que hacerla de peón de albañil, el que era bueno para la yunta, vende chiles, el que sabe hacer campechanas, maneja un taxi, y todos, absolutamente todos, saben que el único que prospera es el que tiene dinero, que es algo de lo que ellos carecen, y que por consiguiente están condenados a pasar la vida nadando y estirando el pescuezo para no ahogarse.
Por si fuera poco, el mexicano es por lo común, chaparrito, gordo y prieto, o en su defecto, chaparrita, gorda y prieta y se pasa la vida entre anuncios en los que aparecen rubios, blancos y largos, que corren por la playa, manejan coches deportivos y beben cerveza. ¿No es para estar acomplejados?
El mexicano, como todos los pueblos educados en una ética rigurosa –hoy caída en desuso– está convencido de que el mundo está lleno de buenos y malos. Los buenos somos nosotros y los malos los demás. El siguiente paso del razonamiento consiste en suponer que todo lo que viene de fuera puede infectarnos, o, lo que es más serio en términos mexicanos, denigrarnos. Así han nacido varios instrumentos legales profilácticos, de censura, cuya función puede ser anticonstitucional, pero brota de los más profundo del alma mexicana, que de por sí quiere meterse en lo que no le importa y borrar lo que le molesta.
El mexicano es avorazado [ansioso, codicioso]. ¿Por qué? Probablemente por hambre atrasada. La mayoría de los mexicanos han visto tiempos peores, y la mayoría, también, espera ver tiempos todavía peores que los pasados. Esto hace que un policía parado en una esquina jugosa sea detestado por todos los automovilistas que pasan, y al mismo tiempo, envidiado por muchos.
Además de hambre atrasada, el mexicano tiene muchas burlas a cuesta. Sabe que vive en un mundo infantil, en el que el que no llora no mama. Esto lo hace forzar la entrada en la vida. Avorazado no sólo de dinero, sino de posición, finge que no ve la cola y se mete directo a la taquilla, da la vuelta donde le conviene y causa un conflicto de tránsito; si es político, da un golpe cada vez que puede, en venganza de todas las vejaciones que le hicieron antes y en preparación de los desastres que puedan venir.
Avorazados son todos, no nomás los comerciantes que suben los precios por si suben los sueldos. Si es pesero, se empeña en cargar siete pasajeros, y si es peatón se empeña en subirse en un camión en el que no cabe –por si ya no pasa otro nunca jamás.
Además de avorazados los mexicanos son quejumbrosos, y peor, están insatisfechos. “Ni modo”, dicen, “así nacimos”. Lo cual es mentira. Todos los defectos que he señalado podrían corregirse si no hubiera aquí “fuerzas oscuras” tratando de fomentarlos (Ibargüengoitia, 1998).
ABUSAR «Como bien dice el refrán, m’hijito: el que no transa no avanza, así es que ponte bien “buzo”, o sea abusadito», suelen recomendar las mamás y los papás mexicanos a sus hijos. Porque para la y el mexicano no importa ser inteligente, culto, informado o leído, lo más importante es ser abusado, para que no abusen de ellas y ellos. Las y loa abusados son los que se las arreglan para no pagar impuestos, los que se pasan los altos y se estacionan en doble fila, los que saben halagar a los poderosos. Son los que consiguen viajar en business class con boletos de turista, los que nunca hacen colas, los que mejor saben regatear. La típica «abusadilla desde chiquilla» consigue boletos gratis para asistir a los espectáculos, se hace invitar a todas las bodas y siempre se las arregla para salir en las revistas de sociales; obtiene la mejor mesa en los restaurantes; y, cuando va al salón, se hace atender de inmediato gracias a sus mentiras tipo: «Me voy al aeropuerto dentro de dos horas; que conste que preferí venir aquí que pintarme el pelo en el mejor beauty parlor de Nueva York». Esta señora es tan abusada, que es capaz de traicionar a su mejor amiga con tal de conseguir lo que se propone. No es que sea mala ni desleal, es abusada.
El mexicano abusado tiene todavía más oportunidades de abusar, especialmente si se trata de un político. Por consiguiente, sus hijos serán todavía más abusados, por eso pueden comprar penthouse en Miami, viajar en primera clase a Europa y vestirse en las mejores boutiques. Como bien dicen algunos: «Ponte abusado, m’hijo, serás un pendejo si no aprovechas».
No hay duda de que estas abusadas y abusados no es que sean listos, inteligentes o vivos, son simplemente abusivas y abusivos […]
¿Cuántas veces se ha dicho que si Kafka hubiera nacido en México, habría sido un perfecto escritor costumbrista?
¿Cuántas veces hemos expresado, con respecto a una situación típicamente mexicana, que se trata de un asunto «totalmente kafkiano»?
¿Y en cuántas ocasiones nuestro presidente de la República ha incurrido, en estos seis años, en expresiones absolutamente kafkianas?: «En México, todo marcha muy bien; por eso tiene que haber continuación, para que, mañana, México siga igual» (Loaeza, 2007).
Algunos historiadores recientes proclaman que nuestra historia es un tejido de mentiras. Es su deber: sólo viven para rectificar a sus maestros o a sus antepasados. Pero no es nada más la historia: ¡nuestra vida diaria sería inexplicable sin la mentira que la alimenta, la hipocresía que la vela y la complicidad de todos los que no nos atrevemos a denunciar nuestra miseria y pequeñez! La mentira inunda la vida mexicana: ficción en nuestra política electoral; engaño en nuestra economía, que sólo produce billetes de banco; mentira en los sistemas educativos; farsa en el movimiento obrero (que todavía no ha logrado vivir sin la ayuda del Estado); mentira otra vez en la política agraria; mentira en las relaciones amorosas; mentira en el pensamiento y en el arte; mentira por todas partes y en todas las almas. Mienten nuestros reaccionarios tanto como nuestros revolucionarios; somos gesto y apariencia y nada, ni siquiera el arte, se enfrenta a su verdad. La mentira nace de la pobreza física y espiritual, como una compensación; la imaginación nos engaña con torpes fantasías, puesto que la realidad nada nos puede dar. Este engaño acabará con nosotros, porque un pueblo no puede vivir de viento y mentira.
Tampoco de esas medioverdades en las que somos pródigos. La media verdad ni siquiera es una mentira: es una mediomentira, un ser híbrido. El miedo a la verdad, que nos lleva a mentirnos cualidades que no poseemos, también exagera nuestros defectos o ve únicamente nuestros vicios: de la hipocresía saltamos al masoquismo: Vasconcelos todo lo ve negro como Orozco: no sé si su pesimismo es un defecto visual o una manera de oponerse al optimismo profesional de los otros. Los dos niegan a nuestros héroes; el resto, los canoniza. Pero ¿por qué hemos de tener ídolos en lugar de héroes, fantasmas en lugar de hombres de carne y hueso? Ni somos el país más rico de la Tierra ni somos la escoria del globo; los indios no tienen la llave del paraíso terrestre ni son inmóviles cactus vivos, ornato del árido paisaje, fondo para el cuadro revolucionario o tema del orador gangoso.
Una verdad a medias es más nociva que una mentira completa. Somos un pueblo triste, pero nadie gasta más que nosotros en las fiestas; somos un pueblo manso, pero todos los días nos matamos; somos un pueblo sobrio, pero todos nos emborrachamos; la mentira nos envuelve y nadie se engaña a sí mismo con tal natural hipocresía, pero tampoco nadie se dice las cosas con tal desnuda desesperación. Este desequilibrio brota de nuestra inseguridad interior. No sé cómo podríamos utilizar esta energía estancada y enfermiza, que ahora sólo sirve para destruirnos, pero creo que necesitamos, ante todo, de la verdad. Pues si la mentira torna fantasma cuanto toca, decir la verdad es empezar a existir verdaderamente. He aquí una de la pocas misiones políticas o públicas de los escritores mexicanos, aunque me temo que muy pocos la verán con simpatía. Prefieren el ejercicio de la mentira, de la verdad prudente o de la media verdad, de la verdad partida o partidista. Verdades de partido: mozas de partido (Paz, 1943).
¿Quién lo diría? El país no ha cambiado nada: los de abajo siguen siendo los de abajo, los de arriba siguen siendo los de arriba, los de al lado siguen siendo los de al lado, los de en medio cada vez son menos […]
La historia de México, como lo revela este libro, es en realidad un fantástico paseo virtual por un parque temático habitado por hombres machos y mujeres sumisas, héroes mancos y sólo tres heroínas (sor Juana, doña Josefa y Chepina Peralta). Según la versión oficial creada por los que ganaron, vivimos en un país donde los malos siempre son extranjeros (de preferencia gringos), y donde a pesar de que hemos peleado en desventaja, perdemos (siempre) con el honor intacto y el humor también.
Así, a golpes de injusticia hemos logrado forjar las expresiones cotidianas que nos dan patria: “Ya cerramos”; “Le falta un sello, dos copias al carbón y la firma de su abuelita materna”; “Uuy no, joven”; “¿De a cómo nos arreglamos?”; “Ahí lo dejo a su criterio”; “En la delegación va a salir más caro”; “La última y nos vamos”; “Mañana te pago”; “Por lo menos el aeropuerto de la ciudad de México es mejor que el de otros países”; “Más vale malo por conocido que bueno por conocer”; “Ahí se va…”; “Un político pobre es un pobre político”.
Estas frases nos desnudan, nos exponen, nos enorgullecen, nos revelan. Son parte de la gloriosa herencia histórica que dicen que tenemos; ¿quiénes?, pues los autores de la “historia oficial”, redactada al calor de unos pulques por un grupo de intelectuales famosos. Ellos pensaron, en la década de los treinta, que México tenía que verse a sí mismo de otra manera y salía más barato cambiar la historia que cambiar al país. Entonces lo hicieron y crearon esos libros de altísima calidad, papel bond, imágenes inolvidables y fantasías maravillosas. Lo hicieron tan bien que algunos posteriormente fueron contratados por Walt Disney. Los que se quedaron fundaron algo que ni a él se le hubiera ocurrido: un partido para repartirse el país, el PRI.
Con frecuencia se dice que el PRI creó al México posrevolucionario y su forma de hablar y de actuar. Se dice que al PRI le debemos todo, absolutamente todo, la paz social, la estabilidad política, las instituciones democráticas y la clorofila que permite que las plantas tengan buen aliento. Esta visión, por supuesto, minimiza sus contribuciones. Los priístas no sólo inventaron la ideología de la Revolución mexicana y la Roqueseñal; también debemos estarles agradecidos por la SEP, la UNAM, Tlatelolco, el IMSS, el ISSSTE y las urnas embarazadas. Y aun hay más: el PRI inventó cómo repartirse el pastel de la manera más equitativa y lo logró gracias a mecanismos ingeniosos, como todo lo que hacemos los mexicanos. Queda claro que los “carruseles”, los “mapaches” y los “ratones locos” son probablemente su logro más distintivo, sin olvidar, por supuesto, la llamada “caída del sistema” o los 946 monumentos al Programa Nacional de Solidaridad […]
A todos estos éxitos los opacan incluso otros: un presidente elegido por “dedazo” durante 7 sexenios consecutivos, un Congreso que nunca rechazó una sola iniciativa presidencial entre 1929 y 1997, una Suprema Corte que sólo le rendía cuentas a Dios, 31 gobernantes que vivían arrodillados, cientos de presidentes municipales obedientes, decenas de medios amordazados, concursos de yo-yo amañados and a partridge in a pear tree. Esta lista revela un sistema que trabaja como una aplanadora bien aceitada, de esas que hoy hacen tanta falta al periférico.
Gracias al PRI, México inauguró el turismo legislativo y las primeras tortillerías en Los Ángeles (producto del Tratado de Libre Migración). Gracias a 71 años de partido dominante, todo México se convirtió en un triángulo de las Bermudas donde la legalidad desaparecía al sobrevolarlo. Gracias a Manuel Bartlett, el sector eléctrico sigue siendo nuestro y a precios totalmente mexicanos (o sea, 10 veces más caros que en el resto del mundo). Y no cabe duda que hemos vivido momentos apasionantes de la mano de este gran partido. El país gozó la niñez, la infancia, la adolescencia, la edad adulta, la vejez, la decrepitud y la vida en formol de Fidel Velázquez. Tuvo la oportunidad de presenciar cómo la familia Hank hizo su fortuna y la compartió con sus mejores amigos. Experimentó la emoción de crisis económicas cíclicas desde 1976. Envidió los 27 pasaportes de Raúl Salinas y sus cuentas en Suiza y suspiró de alivio con la demostración posterior de su inocencia. Rió, lloró, gritó. ¿Qué más se puede pedir? A ningún otro partido hegemónico se le ha exigido tanto.
Pero como todo lo bueno tiene que acabar, el priismo también se acabó, o por lo menos se semiacabó. Y después de sexenios excitantes llegó la democracia donde no pasa nada. O lo que pasa sigue siendo muy similar a lo que pasaba antes, o pasan algunas cosas que eran inevitables, como la muerte de Leonardo Rodríguez Alcaine, las cirugías plásticas de las esposas de los funcionarios y el enriquecimiento ilícito de los hijos de las esposas de los funcionarios. Bueno, hay más pluralidad, hay un Instituto de Acceso a la Información, que casi nadie conoce pero finalmente ahí está. Todos podemos burlarnos del presidente y ponerle cuernos sin acabar por ello en el Campo Militar número 1. El Congreso que antes pasaba todas las leyes ahora no pasa ninguna. Sufrimos menos y nos reímos más. Nuestra calidad de vida no ha aumentado pero nuestro sentido del humos sí.
Han pasado más de 180 años desde la Independencia y la pregunta que debemos hacernos ahora es si ha sido un tiempo bien usado. Nuestro progreso como país ha sido lento pero seguro, porque como dice Vicente Fox: “Más vale paso que aguante que trote que canse”. Claro que han existido grandes logros y este libro, aunque le duela, se va a morir en la raya defendiéndolos. La Colina del Perro que construyó José López Portillo encabeza la lista. O qué decir del “fraude patriótico”. O del Niño Verde con sus chamacas y sus chamaqueadas. Incluso la finca del Encanto ha servido para algo (fue útil para encontrar una osamenta sembrada). Todas estas innovaciones han ayudado a crear lo que hoy es el Homo Mexicanensis, ese espécimen único, irrepetible, incomparable y exportable. Tanto así que hay 10 millones en plena reconquista del territorio arrebatado por Estados Unidos. Hagamos un recorrido, pues, a través de la gesta sin par del pueblo mexicano.
A lo largo de este recorrido surgen los mitos que los mexicanos usan para vivir tranquilos y dormir bien por las noches. Allí están a todo color y disponibles también en versión pirata. El mito del país mestizo, incluyente, tolerante (mientras no seas indio, homosexual o mujer). El mito del país que no es racista con los negros (porque por suerte sólo hay cuatro, incluyendo al “Negro” Durazo). El mito del país que abolió la esclavitud y con ello eliminó la discriminación (excepto hacia las mujeres, los extranjeros, los discapacitados y los vendedores de chicles). El mito del país progresista donde la Secretaría de Salud distribuye la “píldora del día siguiente” (pero el partido en el gobierno la condena). El mito del país con instituciones sólidas que vigilan el interés público (bueno, por lo menos tenemos el IFE).
Alguna vez, el periodista Julio Scherer García le pidió a Ernesto Zedillo que le hablara de su amor por México. Le sugirió que hablara del arte, de la geografía, de la historia del país. De sus montañas y sus valles y sus volcanes y sus héroes y sus tardes soleadas. El ex Presidente no supo qué contestar. Hoy es probable que muchos mexicanos tampoco sepan cómo hacerlo. Hoy el pesimismo recorre al país e infecta a quienes entran en contacto con él. México vive obsesionado con el fracaso. Con la victimización. Con todo lo que pudo ser pero no fue. Con lo perdido, lo olvidado, lo maltratado. México padece lo que Jorge Domínguez, en un artículo en Foreign Affairs, bautizó como la “fracasomanía”: el pesimismo persistente ante una realidad que parece inamovible. La corrupción no puede ser combatida; los políticos no pueden ser propositivos; la sociedad no puede ser movilizada; la población no puede ser educada; los buenos siempre sucumben; los reformadores siempre pierden. La luz al final del túnel sólo ilumina el tren a punto de arrollar a quienes no pueden eludir su paso. El país siempre pierde. Los mexicanos siempre se tiran al vacío desde el Castillo de Chapultepec y no logran salir de allí. Por ello es mejor callar. Es mejor ignorar. Es mejor emigrar […] Por un lado existe una prensa crítica que denuncia; por otro, proliferan medios irresponsables que linchan. Por un lado hay un federalismo que oxigena; por otro, hay un federalismo que paraliza. Por un lado hay un Congreso que puede actuar como contrapeso; por otro, hay un Congreso que actúa como saboteador. El poder está cada vez menos centralizado pero se ejerce de manera cada vez más desastrosa. Como lo escriben Sam Dillon y Julia Preston en El despertar de México, México pasa del despotismo al desorden. México es un país cada vez más abierto pero cada vez menos gobernable. México ha transitado del predominio priista a la democracia dividida; del presidencialismo omnipotente a la presidencia incompetente; del país sin libertades al país que no sabe qué hacer con ellas. El país de la democracia fugitiva. El país de la violencia sin fin […] El conformismo y las ideas muertas permiten que en México, en estos días, ya todo sea visto como normal. Rutinario. Parte del paisaje. La violencia cotidiana en Ciudad Juárez y las muertes que produce. La impunidad rampante y los cadáveres que permite. Todos los días, a todas las horas, en todos los lugares: los ojos cerrados. Cerrados frente a miles de mujeres acechadas, hombres perseguidos, mexicanos maltratados. Mexicanos que se matan los unos a los otros, que se burlan los unos a los otros, que se discriminan entre sí. Pensando que eso es normal […] El problema de México no es la falta de acuerdos, sino la prolongación de un pacto inequitativo que lleva a la concentración de la riqueza en pocas manos; un pacto ineficiente porque inhibe el crecimiento económico acelerado; un pacto auto-sustentable porque sus beneficiarios no lo quieren alterar; un pacto corporativo que ningún gobierno logra reescribir apelando a los ciudadanos. Y así como durante siglos hubo un consenso en torno a que la tierra era plana, en el país prevalece un consenso para no cambiar […] Como lo revela el libro El México narco coordinado por Rafael Rodríguez Castañeda, el narcotráfico ha invadido el territorio nacional, región tras región, estado tras estado. Con la complacencia y la complicidad de las autoridades –civiles, policiacas, militares– el narcotráfico ha convertido al país en una potencia de producción, venta, distribución y exportación de estupefacientes. Desde Tijuana hasta Cancún, desde Reynosa hasta Tapachula, los cárteles imponen sus propias leyes, cobran sus propios impuestos, instalan sus propios gobiernos. La “ridícula minoría” ha logrado poner en jaque a la impotente mayoría. México no puede ser catalogado como un Estado fallido, pero se ha convertido —en ciertas franjas del territorio nacional— en un Estado acorralado […] (Dresser, 2011)
[…] ¿Qué es lo que ha fallado entre nosotros?, ¿la corrupción?, ¿la injusticia social? […] Todo. La corrupción no es privativa [ni] de México [ni de un partido en especial], pero, como cualquier cosa, es asunto de cantidades: aquí hay más [como muestra la mayoría de las estadísticas y encuestas confiables nacionales e internacionales]. [Cualquier partido que aspire al poder, que organice una campaña presidencial, que tome el poder, aquí en América Latina, en los mismos primeros momentos de su dirección, de su administración, muestra alguna de las tantas caras de la corrupción; sólo hay que esperar muy poco tiempo para que alguien, o algún grupo o alguna familia, y justamente de “los grandes”, “se salga del guacal”, “muestre el cobre”, “se cague fuera del cajón”, y así aparezca toda una explosión de fetidez política, un borbotonazo de hediondez política…] En algunas partes del mundo hablan de “mexicanización” cuando crecen las corrupciones […]
En México vivimos en un universo donde nada garantiza la primacía de la verdad en relación con la mentira; mentimos sin cesar; mentimos porque no hay razón alguna para decir la verdad. Esta “magia” que gusta tanto a los forasteros ricos, esta pérdida de la noción de los límites entre lo verdadero y lo falso, la encontramos no sólo en los cuadros, en los alebrijes, sino en la vida real, en la prensa, en la justicia. Si los surrealistas, si los forasteros ricos no estuvieran protegidos por su dinero y su calidad de extranjeros, si fueran víctimas de nuestras mentiras legales, mediáticas, sociales, no las llamarían “magia”, ni les gustaría tanto […]
[…] la mentira es una técnica mágica, un falso control sobre la realidad. El hombre domina su destino transformando su medio y transformándose a la vez; en lugar de este dominio, el mentiroso se complace en una realidad ficticia; su mentira se vuelve el equivalente de las alucinaciones de aquel que delira. La mentira es una ilusión de poder, a falta de poder real.
[…] Llamar a un gato “gato”, es perfecto en zoología. En política, puede tener consecuencias desastrosas. ¿Acaso estoy diciendo que la excepción política permite la mentira? No; estoy hablando de la imposibilidad de erigir la prohibición de la mentira como principio incondicional […]
El deber de decir la verdad aparece como la piedra angular de todo el edificio social. Sin él, no hay intercambio posible: ningún contrato, ninguna compra-venta, ningún matrimonio o herencia, ninguna vida en común. Pero, ¿qué es mentir? […] mentir consiste en decir lo contrario de lo que se piensa, no lo contrario de lo que es […]
[…] La mentira vuelve imposible la condición social por excelencia que es el contrato, instala lo arbitrario en las relaciones sociales […] la mentira destruye la legalidad y excluye el derecho […] (Antaki, 2000).
El simulador pretende ser lo que no es. Su actividad reclama una constante improvisación, un ir hacia adelante siempre, entre arenas movedizas. A cada minuto hay que rehacer, recrear, modificar el personaje que fingimos, hasta que llega un momento en que realidad y apariencia, mentira y verdad, se confunden. De tejido de invenciones para deslumbrar al prójimo, la simulación se trueca en una forma superior, por artística, de la realidad. Nuestras mentiras reflejan, simultáneamente, nuestras carencias y nuestros apetitos, lo que no somos y lo que deseamos ser. Simulando, nos acercamos a nuestro modelo y a veces el gesticulador, como ha visto con honduras Usigli, se funde con sus gestos, los hace auténticos. La muerte del profesor Rubio lo convierte en lo que deseaba ser: el general Rubio, un revolucionario sincero y un hombre capaz de impulsar y purificar a la revolución estancada. En la obra de Usigli el profesor Rubio se inventa a sí mismo y se transforma en general; su mentira es tan verdadera que Navarro, el corrompido, no tiene más remedio que volver a matar en él a su antiguo jefe, el general Rubio. Mata en él la verdad de la Revolución.
Si por el camino de la mentira podemos llegar a la autenticidad, un exceso de sinceridad puede conducirnos a formas refinadas de la mentira […]
La simulación es una actividad parecida a la de los actores y puede expresarse en tantas formas como personajes fingimos. Pero el actor, si lo es de veras, se entrega a su personaje y lo encarna plenamente, aunque después, terminada la representación, lo abandone como su piel la serpiente. El simulador jamás se entrega y se olvida de sí, pues dejaría de simular si se fundiera con su imagen. Al mismo tiempo, esa ficción se convierte en una parte inseparable –y espuria– de su ser: está condenado a representar toda su vida, porque entre su personaje y él se ha establecido una complicidad que nada puede romper, excepto la muerte o el sacrificio. La mentira se instala en su ser y se convierte en el fondo último de su personalidad.
Simular es inventar o, mejor, aparentar y así eludir nuestra condición. La disimulación exige mayor sutileza: el que disimula no representa, sino que quiere hacerse invisible, pasar desapercibido, sin renunciar a su ser. El mexicano excede en el disimulo de sus pasiones y de sí mismo. Temeroso de la mirada ajena, se contrae, se reduce, se vuelve sombra y fantasma, eco. No camina, se desliza; no propone, insinúa; no replica, rezonga; no se queja, sonríe; hasta cuando canta –si no estalla y se abre el pecho– lo hace entre dientes y a media voz, disimulando su cantar:
Y es tanta la tiranía
de esta disimulación
que aunque de raros anhelos
se me hincha el corazón,
tengo miradas de reto
y voz de resignación.
Quizá el disimulo nació durante la Colonia. Indios y mestizos tenían, como en el poema de Reyes, que cantar quedo, pues “entre dientes mal se oyen palabras de rebelión”. El mundo colonial ha desaparecido, pero no el temor, la desconfianza y el recelo. Y ahora no solamente disimulamos nuestra cólera sino nuestra ternura. Cuando pide disculpas, la gente del campo suele decir: “Disimule usted, señor”. Y disimulamos. Nos disimulamos con tal ahínco que casi no existimos.
En sus formas radicales el disimulo llega al mimetismo. El indio se funde con el paisaje, se confunde con la barda blanca en que se apoya por la tarde, con la tierra obscura en que se tiende a mediodía, con el silencio que lo rodea. Se disimula tanto su humana singularidad que acaba por abolirla y se vuelve piedra, pirú, muro, silencio: espacio […]
El mexicano tiene tanto horror a las apariencias, como amor le profesan sus demagogos y dirigentes. Por eso se disimula su propio existir hasta confundirse con los objetos que lo rodean. Y así, por miedo a las apariencias, se vuelve sólo Apariencia. Aparenta ser otra cosa e incluso prefiere la apariencia de la muerte o del no ser antes que abrir su intimidad y cambiar. La disimulación mimética, en fin, es una de tantas manifestaciones de nuestro hermetismo. Si el gesticulador acude al disfraz, los demás queremos pasar desapercibidos. En ambos casos ocultamos nuestro ser. Y a veces lo negamos. Recuerdo que una tarde, como oyera un leve ruido en el cuarto vecino al mío, pregunté en voz alta: “¿Quién anda por ahí?” Y la voz de una criada recién llegada de su pueblo contestó: “No es nadie, señor, soy yo”.
No sólo nos disimulamos a nosotros mismos y nos hacemos transparentes y fantasmales: también disimulamos la existencia de nuestros semejantes […] Los disimulamos de manera más definitiva y radical: los niguneamos. El ninguneo es una operación que consiste en hacer de Alguien, Ninguno. La nada de pronto se individualiza, se hace cuerpo y ojos, se hace Ninguno.
Don Nadie, padre español de Ninguno, posee don, vientre, honra, cuenta en el banco y habla con voz fuerte y segura. Don Nadie llena al mundo con su vacía y vocinglera presencia. Está en todas partes y en todos los sitios tiene amigos. Es banquero, embajador, hombre de empresa. Se pasea por todos los salones, lo condecoran en Jamaica, en Estocolmo y en Londres. Don Nadie es funcionario o influyente y tiene una agresiva y engreída manera de no ser. Ninguno es silencio y tímido, resignado. Es sensible e inteligente. Sonríe siempre. Espera siempre. Y cada vez que quiere hablar, tropieza con un muro de silencio; si saluda encuentra una espalda glacial; si suplica, llora o grita, sus gestos y gritos se pierden en el vacío que don Nadie crea con su vozarrón. Ninguno no se atreve a no ser: oscila, intenta una vez y otra vez ser Alguien. Al fin, entre vanos gestos, se pierde en el limbo de donde surgió.
Sería un error pensar que los demás le impiden existir. Simplemente disimulan su existencia, obran como si no existiera. Lo nulifican, lo anulan, lo ningunean. Es inútil que Ninguno hable, publique libros, pinte cuadros, se ponga de cabeza. Ninguno es la ausencia de nuestras miradas, la pausa de nuestra conversación, la reticencia de nuestro silencio. Es el nombre que olvidamos siempre por una extraña fatalidad, el eterno ausente, el invitado que no invitamos, el hueco que no llenamos. Es una omisión. Y sin embargo, Ninguno está presente siempre. Es nuestro secreto, nuestro crimen y nuestro remordimiento. Por eso el Ninguneador también se ningunea; él es la omisión de Alguien. Y si todos somos Ninguno, no existe ninguno de nosotros. El círculo se cierra y la sombra de Ninguno se extiende sobre México, asfixia al Gesticulador y lo cubre todo. En nuestro territorio, más fuerte que las pirámides y los sacrificios, que las iglesias, los motines y los cantos populares, vuelve a imperar el silencio, anterior a la historia […]
La desconfianza, el disimulo, la reserva cortés que cierra el paso al extraño, la ironía, todas, en fin, las oscilaciones psíquicas con que al eludir la mirada ajena nos eludimos a nosotros mismos, son rasgos de gente dominada, que teme y que finge frente al señor. Es revelador que nuestra intimidad jamás aflore de manera natural, sin el acicate de la fiesta, el alcohol o la muerte. Esclavos, ciervos y razas sometidas se presentan siempre recubiertos por una máscara, sonriente o adusta. Y únicamente a solas, en los grandes momentos, se atreven a manifestarse tal como son. Todas sus relaciones están envenenadas por el miedo y por el recelo. Miedo al señor, recelo ante sus iguales. Cada uno observa al otro, porque cada compañero puede ser también un traidor. Para salir de sí mismo el ciervo necesita saltar barreras, embriagarse, olvidar su condición. Vivir a solas, sin testigos. Solamente en la soledad se atreve a ser.
La indudable analogía que se observa entre ciertas de nuestras actitudes y las de los grupos sometidos al poder de un amo, una casta o un Estado extraño, podría resolverse en esta afirmación: el carácter de los mexicanos es u producto de las circunstancias sociales imperantes en nuestro país; la historia de México, que es la historia de esas circunstancias, contiene la respuesta a todas las preguntas. La situación del pueblo durante el período colonial sería así la raíz de nuestra actitud cerrada e inestable. Nuestra historia como nación independiente contribuiría también a perpetuar y hacer más neta esta psicología servil, puesto que no hemos logrado suprimir la miseria popular ni las exasperantes diferencias sociales, a pesar de siglo y medio de luchas y experiencias constitucionales. El empleo de la violencia como recurso dialéctico, los abusos de autoridad de los poderosos –vicio que no ha desaparecido todavía– y finalmente el escepticismo y la resignación del pueblo, hoy más visible que nunca debido a las sucesivas desilusiones postrevolucionarias, completarían esta explicación histórica […]
La enfermedad que roe a nuestras sociedades es constitucional y congénita […] Es una enfermedad que ha resistido a todos los diagnósticos […] Extraño padecimiento que nos condena a desarrollarnos y a prosperar sin cesar para así multiplicar nuestras contradicciones, enconar nuestras llagas y exacerbar nuestra inclinación a la destrucción. La filosofía del progreso muestra al fin su verdadero rostro: un rostro en blanco, sin facciones. Ahora sabemos que el reino del progreso no es de este mundo […]
Las crisis políticas son crisis morales […] Cuando una sociedad se corrompe, lo primero que se gangrena es el lenguaje […]
En el campo hay inquietud y descontento; en muchos lugares esa inquietud es ya exasperación y en otros el descontento se traduce con frecuencia en actos de violencia desesperada […] medio México semidesnudo, analfabeto y mal comido contempla desde hace años los progresos del otro medio […] (Paz, 2000).
[…] Probablemente en ningún lugar del mundo vivan, lado a lado, dos países tan diferentes como México y Estados Unidos. Al cruzar la frontera, digamos, de El Paso a Ciudad Juárez, el contraste es impactante: de riqueza a pobreza, de organización a improvisación, de sabores artificiales a especias picantes […] Probablemente en ningún lugar del mundo dos vecinos se entiendan tan poco. Más que por niveles de desarrollo, los dos países están separados por lenguaje, religión, raza, filosofía e historia. Estados Unidos es una nación que apenas cuenta doscientos años y está ya sobre el siglo XXI. México tiene varios miles de años y sigue sujeto a su pasado […]
La asimetría del poder determina la forma en que México y Estados Unidos se ven el uno al otro. Las diferencias de historia, religión, raza e idioma contribuyen a complicar su relación, contrastar su forma de hacer las cosas, ampliar la brecha de comprensión que los separa. Pero todas estas variables quedan eclipsadas por el singular e ineludible hecho de que un vulnerable país en desarrollo comparte una frontera de más de 3 000 kilómetros con la potencia más rica e importante del mundo. Cuando se enfrenta a su vecino del norte, la historia le ha enseñado a México que tiene pocas defensas.
La contigüidad con Estados Unidos ha producido un trauma psicológico permanente. México no puede aceptar el hecho de haber perdido la mitad de su territorio a manos de Estados Unidos, que Washington intervenga constantemente en sus asuntos políticos, que Estados Unidos tenga asida su economía y que haya cada vez una mayor penetración cultural por parte del estilo de vida estadounidense. Asimismo, no puede evitar que estas intervenciones ocurran, e incluso ocasionalmente se ve afectado por medidas que se adoptan en Washington sin tener a México en mente. Tampoco ha podido convencer a Washington de que le preste atención especial. Intencionalmente o no, México ha sido blanco del desdén y olvido de Estados Unidos y, sobre todo, ha sido víctima de la penetrante desigualdad de la relación.
[…] Los problemas contemporáneos –migración, comercio, energéticos y créditos– implican también el choque de intereses nacionales contrarios y México se acerca a la mesa de negociación sintiendo profundamente ser tan dependiente del crédito estadounidense, de la inversión estadounidense, de los turistas estadounidenses e incluso de la comida estadounidense. La buena fe no podría suprimir estas contradicciones, y las tensiones subyacentes se mantienen vivas con la expectativa de México de que será tratado de manera injusta. Sus peores temores se ven confirmados con bastante regularidad como para que las relaciones estén nubladas por la suspicacia y la desconfianza […]
[…] El lenguaje formal y oscuro probablemente sea el arma principal de autodefensa del mexicano. Usando palabras y frases [con sus respectivos gestos, por supuesto] que, aparentemente, carecen de sentido, puede proteger sus emociones, evitar el riesgo de comprometerse e incluso prodigar alabanzas sin sentirse servil. El concepto es sencillo: el lenguaje tiene vida propia, casi como si las palabras, y no las personas, se comunicaran entre sí. Incluso las pinturas prehispánicas ilustraban la conversación por medio de globos que revoloteaban en suspenso frente a los oradores. Las promesas huecas y las mentiras francas salen fácilmente, puesto que las palabras no tienen valor intrínseco propio. La franqueza o la sinceridad excesivas se consideran groseras e incluso las discusiones importantes deben ir precedidas de charlas sobre la familia o chismes políticos. El lenguaje sirve de campo neutral donde las personas pueden relacionarse sin peligro de confrontación.
En la vida pública, la independencia de las palabras es crucial, toda vez que los altos funcionarios esperan verse adulados. Los talentos atribuidos a cada Presidente –mientras está en el poder– rayan en lo ridículo. Sin embargo, no se espera que la manada de acólitos que rodea a cada jefe justifique su servilismo después de que el funcionario deje el poder; simplemente transfiere su adulación al siguiente jefe. La retórica usada por los funcionarios para discutir las cuestiones públicas es causa de más estupefacción. Cualquier político aspirante puede lanzarse a la oratoria al instante, con la intención de llenar el aire con palabras y frases bellas, en lugar de explicativas. Como el uso de un lenguaje directo implicaría un compromiso, gran parte de los discursos oficiales son conceptuales, y defienden principios y valores que la mayoría de los gobiernos ignoran en la práctica. Las plataformas electorales se construyen en torno a frases grandilocuentes sostenidas por ilusiones. Innumerables mensajes –desde pontificaciones nacionalistas de figuras históricas hasta admoniciones morales directas– se pintan en los muros, como si tuvieran la facultad de influir en el pensamiento del mexicano común y corriente.
Cuando se debe transmitir un mensaje político real, generalmente está disfrazado con una clave secreta que incluso quienes hablan español fluidamente, pero no son de México, deben luchar por descifrar [aunque la mayoría de los mexicanos nativos de este país y residentes en él, inclusive con educación superior, tampoco pueden descifrar, y los cercanos al discursante, de su mismo grupo, interpretan y decodifican de las maneras más disímiles, rayando en ciertos casos en la ridiculez, el cantinfleo, la burla y el humor negro: “lo que el presidente quiso decir…”]. Los Presidentes pueden referirse a “emisarios del pasado” o “espejos externos”. El dirigente del partido gobernante, en cierta ocasión, atacó virulentamente a “quienes desde camarillas oscuras establecen alianzas vergonzantes que el pueblo rechaza”, referencia que sólo un puñado de políticos pudo entender. (Se refería a una reunión entre políticos conservadores de la oposición y diplomáticos de Estados Unidos.) A veces, las palabras elegidas incluso pueden contradecir el significado pretendido, haciendo que los no iniciados lleguen a la conclusión equivocada. En otras ocasiones, una fuerte negación –“No hay crisis”– sirve para confirmar el reconocimiento oficial del problema. Los periódicos del país, por regla general, contribuyen poco al esclarecimiento: usualmente evitan los peligros del análisis y los reportajes a fondo, publicando interminables entrevistas, mientras que, con frecuencia, hay que descifrar las columnas políticas más pertinentes para poderlos entender.
La cautela es la norma. Cuando se invita a funcionarios mexicanos a hablar en el extranjero, por más incisivas que sean las preguntas que se les hagan, jamás conducirán a la aceptación de fracasos del sistema. Incluso los historiadores, los politólogos y los mismos sociólogos mexicanos son renuentes a ser francos en público, y algunos evitan presentarse en un podio con políticos de la oposición interesados en poner en vergüenza al régimen. Debido a los riesgos que entraña el definirse, los tratados académicos más importantes sobre México los han escrito extranjeros. Empero, todo este ritual sirve para un propósito político importante: proporciona una cortina de humo tras la cual se puede ejercer el poder real, al tiempo que se conserva la ilusión de un debate político. Y, aunque cada Presidente puede determinar el tinte ideológico de su gobierno, la inmutable retórica le presta continuidad al sistema, aunque sólo sea porque perpetúa sus mitos.
El lenguaje de la vida pública refleja, en esencia, el lenguaje que emplean los mexicanos en sus relaciones cotidianas. Es un lenguaje formal que puede ocultar infinidad de sutilezas. Algunas frases ornadas son usadas de manera inconsciente […] Los significados se ocultan entre líneas, en pausas, énfasis o entonación, incluso en sonidos o gestos extraños […] En estas contorsiones lingüísticas sin fin, la fascinación del mexicano por el detalle y su obsesión por los matices son satisfechos constantemente […]
La mayor parte de los mexicanos meditan y filosofan, son discretos, evasivos y desconfiados; son orgullosos y vigilantes de las cuestiones de honor […] son cálidos, ocurrentes y sentimentales y, en ocasiones, son violentos y crueles; son inmensamente creativos e imaginativos […] en lo externo son anárquicos. Sus relaciones entre sí –y con la sociedad considerada en general– se guían por las tradiciones más que por los principios, por el pragmatismo más que por la ideología y por el poder más que por la ley […]
Los mexicanos no tienen problema alguno para entenderse entre ellos. Lo logran por medio de las claves secretas –costumbres, idioma [con sus más de 17 variantes geolectales del idioma español y otra inmensa cantidad de sociolectos a lo largo y ancho del país, con lo que se pretende, especialmente con los sociolectos, marcar diferencias extremas al nivel socioeconómico y, también, al nivel sociocultural. Recordemos que en este país existen más de 62 idiomas indígenas, que se hablan y se escriben en la actualidad, repartidos entre unos 90 pueblos nativos] y gestos [las negritas son nuestras]– que, inconscientemente, aprenden desde la infancia, y aceptan la consistencia de sus inconsistencias como parte de un patrón establecido que tan sólo repiten. Empero, sufren cuando tratan de explicarse a sí mismos. Se dan cuenta de que son diferentes –no sólo de los estadounidenses y europeos, sino también de otros latinoamericanos–, pero parecen desconocer el motivo. Se ha pedido a poetas, novelistas, filósofos, sociólogos, antropólogos y psicólogos que definan la “mexicanidad”, pero incluso ellos se confunden cuando tratan de distinguir las “máscaras” de los rostros “reales” de la personalidad mexicana. Hay un aire mágico, inasible, casi surreal en los mexicanos. Y, lo que es más frustrante aún, cuando llega a ser captado por una descripción, se disfraza de caricatura […]
La clave radica en el pasado, en un profundo pasado subconsciente que está vivo en los mexicanos de hoy. Se trata de un pasado continuo, pero no consistente. En él, los mexicanos deben conciliar el hecho de ser conquistados y conquistadores, de conservar muchas características raciales y rasgos de la personalidad indígena, e incluso glorificar sus antecedentes prehispánicos, al tiempo que hablan español, practican el catolicismo [además de practicar otras religiones y algunos cultos, estos últimos de manera secreta] y piensan de España como la madre patria. El legado del pasado también es abrumador para la sociedad. Sobre las ruinas de una larga sucesión de imperios teocráticos y militaristas, Cortés impuso los valores de una España profundamente católica e intelectualmente reprimida. Así pues, la Conquista reafirmó una fuerte tradición de autoritarismo político y omnipotencia divina que, aún ahora, resiste las incursiones del liberalismo occidental.
Renuentes a exponerse al contacto emocional, los hombres mexicanos se tocan unos a otros físicamente, con familiaridad latina, estrechándose las manos de manera automática o, más íntimamente, caminando del brazo. Las mujeres también se besan al ser presentadas y siempre que se encuentran. La ceremonia principal es el abrazo y como el propósito es afirmación de confianza mutua, en lugar de promesa de amistad, sigue un patrón estricto. Primero viene el apretón de mano, seguido por el brazo y dos enérgicas palmadas en la espalda, coordinadas, y, por último, un segundo apretón de manos con una palmada en el hombro. Incluso este ritual entraña peligros sociales. Intentar abrazar a un superior que se opone al gesto está considerado una humillación; el abrazo dado voluntariamente por un jefe, de preferencia en público, es motivo de celebración. La calidad de los abrazos es escudriñada, sobre todo en el mundo de la política, en busca de evidencia de aprecio: cada año, en numerosas ocasiones, los políticos –hombres y mujeres– se forman en línea durante muchas horas con la esperanza de recibir un abrazo del presidente […] (Riding, 2002).
[…] en efecto, el mexicano se comporta en su mundo privado lo mismo que en la vida pública.
La psicología del mexicano es resultante de las reacciones para ocultar un sentimiento de inferioridad. Tal propósito se logra falseando la representación del mundo externo, de manera de exaltar la conciencia que el mexicano tiene de su valor. Imita en su país las formas de civilización europea [ahora estadounidense], para sentir que su valor es igual al del hombre europeo [ahora estadounidense] y formar dentro de sus ciudades un grupo privilegiado que se considera superior a todos aquellos mexicanos que viven fuera de la civilización. Pero el proceso de ficción no puede detenerse en las cosas exteriores, no basta eso para restablecer el equilibrio psíquico que el sentimiento de inferioridad ha roto. Aquel proceso se aplica también al propio individuo, falseando la idea que tiene de sí mismo […]
Para comprender el mecanismo de la mente mexicana, la examinaremos en un tipo social en donde todos sus movimientos se encuentran exacerbados, de tal suerte que se percibe muy bien el sentido de su trayectoria […]
La nota del carácter mexicano que más resalta a primera vista es la desconfianza. Tal actitud es previa a todo contacto con los hombres y las cosas. Se presenta haya o no fundamento para tenerla. No es una desconfianza de principios, porque el mexicano generalmente carece de principios. Se trata de una desconfianza irracional que emana de lo más íntimo del ser. Es casi su sentido primordial de la vida. Aun cuando los hechos no lo justifican, no hay nada en el universo que el mexicano no vea y juzgue a través de su desconfianza. Es como una forma a priori de su sensibilidad. El mexicano no desconfía de tal cual hombre, de tal o cual mujer; desconfía de todos los hombres y de todas las mujeres. Su desconfianza de todos los hombres no se circunscribe al género humano; se extiende a cuanto existe y sucede. Si es comerciante, no cree en los negocios; si es profesional, no cree en la política. El mexicano considera que las ideas no tienen sentido y las llama despectivamente «teorías»; juzga inútil el conocimiento de los principios científicos. Parece estar muy seguro de su sentido práctico. Pero como hombre de acción es torpe, y al fin no da mucho crédito a la eficacia de los hechos. No tiene ninguna religión ni profesa ningún credo social o político. Es lo menos «idealista» posible. Niega todo sin razón ninguna, porque él es la negación personificada.
Pero, entonces, ¿por qué vive el mexicano? Tal vez respondería que no es necesario tener ideas para vivir… con tal de no pensar. Y así sucede, en efecto. La vida mexicana da la impresión, en conjunto, de una actividad irreflexiva, sin plan alguno. Cada hombre, en México, sólo se interesa por los fines inmediatos. Trabaja para hoy y mañana, pero nunca para después. El porvenir es preocupación que ha abolido de su conciencia. Nadie es capaz de aventurarse en empresas que sólo ofrecen resultados lejanos. Por lo tanto, ha suprimido de la vida una de sus dimensiones más importantes: el futuro. Tal ha sido el resultado de la desconfianza mexicana.
En una vida circunscrita al presente, no puede funcionar más que el instinto. La reflexión inteligente sólo puede intervenir cuando podemos hacer un alto en nuestra actividad. Es imposible pensar y obrar al mismo tiempo. El pensamiento supone que somos capaces de esperar, y quien espera está admitiendo el futuro. Es evidente que una vida sin futuro no puede tener norma. Así, la vida mexicana está a merced de los vientos que soplan, caminando a la deriva. Los hombres viven a la buena de Dios. Es natural que, sin disciplina ni organización, la sociedad mexicana sea un caos en el que los individuos gravitan al azar como átomos dispersos.
Este mundo caótico, efecto directo de la desconfianza, reobra sobre ella, dándole una especie de justificación objetiva. Cuando el individuo se siente flotar en un mundo inestable, en que no está seguro ni de la tierra que pisa, su desconfianza aumenta y lo hace apresurarse por arrebatar al momento presente un rendimiento efectivo. Así, el horizonte de su vida se estrecha más y su moral se rebaja hasta el grado de que la sociedad, no obstante su apariencia de civilización, semeja una horda primitiva en que los hombres se disputan las cosas como fieras hambrientas.
Una nota íntimamente relacionada con la desconfianza es la susceptibilidad. El desconfiado está siempre temeroso de todo, y vive alerta, presto a la defensiva. Recela de cualquier gesto, de cualquier movimiento, de cualquier palabra. Todo lo interpreta como una ofensa. En esto el mexicano llega a extremos increíbles. Su percepción es ya francamente anormal. A causa de la susceptibilidad hipersensible, el mexicano riñe constantemente. Ya no espera que lo ataquen, sino que él se adelanta a ofender. A menudo estas reacciones patológicas lo llevan muy lejos, hasta cometer delitos innecesarios.
Las anomalías psíquicas que acabamos de describir provienen, sin duda, de una inseguridad de sí mismos que el mexicano proyecta hacia afuera sin darse cuenta, convirtiéndola en desconfianza del mundo y de los hombres. Estas trasposiciones psíquicas son ardides instintivos para proteger el «yo» de sí mismo. La fase inicial de la serie es un complejo de inferioridad experimentado como desconfianza de sí mismo, que luego el sujeto, para librase del desagrado que la acompaña, objetiva como desconfianza hacia los seres extraños.
Cuando la psique humana quiere apartar de ella un sentimiento desagradable, recurre siempre a procesos de ilusión como el que se ha descrito. Pero en el caso especial que nos ocupa, ese recurso no es de resultados satisfactorios, porque el velo que se tiende sobre la molestia que se quiere evitar no la suprime, sino solamente la hace cambiar de motivación. El mexicano tiene habitualmente un estado de ánimo que revela un malestar interior, una falta de armonía consigo mismo. Es susceptible y nervioso; casi siempre está de mal humor y es a menudo iracundo y violento.
La fuerza que el mexicano se atribuye fundándose en su impulsividad nos parece falsa. Desde luego, la verdadera energía consiste en gobernar inteligentemente los impulsos y a veces en reprimirlos. El mexicano es pasional, agresivo y guerrero por debilidad; es decir, porque carece de una voluntad que controle sus movimientos. Por otra parte, la energía que despliega en esos actos no está en proporción con su vitalidad, que, por lo común, es débil. ¿Cómo explicar entonces la violencia de sus actos? Solamente considerándola resultado de la sobreexcitación que le causa dentro el mismo desequilibrio psíquico.
Nuestro conocimiento de la psicología del mexicano sería incompleto si no comparásemos la idea que tiene de sí mismo con lo que es realmente. Hace un instante hablábamos de la fuerza que se atribuye el mexicano, lo cual nos hace suponer que tiene una buena idea de su persona. Sospechamos también que algunos lectores de este ensayo reaccionarán contra nuestras afirmaciones, buscando argumentos para no aceptarlas. Es que aquí nos hemos atrevido a descubrir ciertas verdades que todo mexicano se esfuerza en mantener ocultas, ya que sobrepone a ellas una imagen de sí mismo que no representa lo que es, sino lo que quisiera ser. Y ¿cuál es el deseo más fuerte y más íntimo del mexicano? Quisiera ser un hombre que predomina entre los demás por su valentía y su poder. La sugestión de esta imagen lo exalta artificialmente, obligándolo a obrar conforme a ella, hasta que llega a creer en la realidad del fantasma que de sí mismo ha creado.
[En cuanto a los adinerados de México, a la llamada burguesía mexicana, dice Ramos que] El conjunto de notas que configuran su carácter son reacciones contra un sentimiento de menor valía, el cual, no derivándose ni de una inferioridad económica, ni intelectual, ni social, proviene, sin duda, del mero hecho de ser mexicano. En el fondo, el mexicano burgués no difiere del mexicano proletario, salvo que, en este último, el sentimiento de menor valía se halla exaltado por la concurrencia de dos factores: la nacionalidad y la posición social. Parece haber un contraste entre el tono violento y grosero que es permanente en el proletariado urbano, y cierta finura del burgués, que se expresa con una cortesía a menudo exagerada. Pero todo mexicano de las clases cultivadas es susceptible de adquirir, cuando un momento de ira le hace perder el dominio de sí mismo, el tono y el lenguaje del pueblo bajo. «¡Pareces un pelado!», es el reproche que se hace hombre iracundo. El burgués mexicano tiene la misma susceptibilidad patriótica del hombre del pueblo y los mismos prejuicios que éste acerca del carácter nacional.
La diferencia psíquica que separa a la clase elevada de mexicanos de la clase inferior radica en que los primeros disimulan de un modo completo sus sentimientos de menor valía, porque el nexo de sus actitudes manifiestas con los móviles inconscientes es tan directo y sutil, que su descubrimiento es difícil, en tanto que el «pelado» está exhibiendo –con franqueza cínica– el mecanismo de su psicología, y son muy sencillas las relaciones que unen en su alma lo inconsciente y lo consciente. Ya se ha visto que estriba en una oposición […]
La empresa de construir la propia imagen conforme a un deseo de superioridad demanda una atención y un cuidado constante de uno mismo. Esto convierte a cada mexicano en un introvertido, con lo cual pierde correlativamente su interés como tal. Considera los hombres y las cosas como espejos, pero sólo toma en cuenta aquellos que le hacen ver la imagen que a él le gusta que reflejen. Es indispensable que otros hombres crean esta imagen, para robustecer él su propia fe en ella. Así que su obra de fantasía se realiza con la complicidad social […] una cosa es aceptar pragmáticamente el influjo de una ficción, sabiendo lo que es, y otra cosa es vivirla sin caer en la cuenta de su mentira […]
Como el autoengaño consiste en creer que ya se es lo que se quiere ser, en cuanto el mexicano queda satisfecho de su imagen, abandona el esfuerzo en pro de su mejoramiento efectivo. Es, pues, un hombre que pasa a través de los años sin experimentar ningún cambio. El mundo civilizado se transforma, surgen nuevas formas de vida, del arte y del pensamiento, que el mexicano procura imitar a fin de sentirse a igual altura de un hombre europeo [ahora estadounidense]; mas, en el fondo, el mexicano de hoy es igual al de hace cien años, y su vida transcurre, dentro de la ciudad aparentemente modernizada, como la del indio en el campo: en una inmutabilidad egipcia.
Podemos representarnos al mexicano como un hombre que huye de sí mismo para refugiarse en un mundo ficticio. Pero así no liquida su drama psicológico. En el subterráneo de su alma, poco accesible a su propia mirada, late la inconsciencia de su personalidad, que puede desvanecerse al menor soplo, se protege, como los erizos, con un revestimiento de espinas. Nadie puede tocarlo sin herirse. Tiene una susceptibilidad extraordinaria a la crítica y la mantiene a raya anticipándose a esgrimir la maledicencia contra el prójimo. Por la misma razón, la autocrítica queda paralizada. Necesita convencerse de que los otros son inferiores a él. No admite, por lo tanto, superioridad ninguna y no conoce la veneración, el respeto y la disciplina. Es ingenioso para desvalorar al prójimo hasta el aniquilamiento. Practica la maledicencia con una crueldad de antropófago. El culto del ego es tan sanguinario como el de los antiguos aztecas; se alimenta de víctimas. Cada individuo vive encerrado dentro de sí mismo, como una ostra en su concha, en actitud de desconfianza hacia los demás, rezumando malignidad, para que nadie se acerque. Es indiferente a los intereses de la colectividad y su acción es siempre de sentido individualista.
Terminamos estas notas de psicología mexicana preguntándonos si acaso será imposible expulsar al fantasma que se aloja en el mexicano. Para ello es indispensable que cada uno practique con honradez y valentía el consejo socrático de «Conócete a ti mismo». Sabemos hoy que no bastan las facultades naturales de un hombre para adquirir el autoconocimiento, sino que es preciso equiparlo de antemano con las herramientas intelectuales que ha fabricado el psicoanálisis. Cuando el hombre así preparado descubra lo que es, el resto de la tarea se hará por sí solo. Los fantasmas son seres nocturnos que se desvanecen con sólo exponerlos a la luz del día […]
La pasión es la nota que da el tono a la vida de México, sobre todo cuando alguna actividad particular trasciende a la escena pública. No sólo la política, asunto esencialmente público que aquí como en todas partes es materia inflamable, sino un hecho cualquiera que pueda despertar un interés colectivo, es llevado luego al terreno de la pasión. Lo mismo una discusión científica que una controversia artística, casi nunca transcurren serenamente; apenas acaban de surgir, cuando toman un cariz exaltado y crean en torno suyo una atmósfera pasional. La pasión ha llegado a convertirse en una necesidad nuestra, de manera que ahí donde aparece, es exigida como un estimulante para provocar el interés. Esto obliga a todo el que quiere llamar la atención sobre lo que hace o lo que dice, a alzar la voz, a extremar los gestos, a violentar las expresiones para impresionar al auditorio. El prestigio adquirido por la pasión me hace dudar de su sinceridad en ciertos casos que parecen consistir en el gesto y en el ademán, sin su correspondiente contenido. La omnipresencia convierte a la pasión en un factor histórico de primer orden. La pasión es una fuerza motriz obstinada y ciega. Cuando la razón trata de explicar los procesos que aquélla motiva, los encuentra absurdos, desconcertantes, desprovistos de toda lógica […] Quien lea atentamente nuestra historia con la mira de encontrar, en los avatares del pasado, ese hilo que les da coherencia y conduce a su explicación, sólo descubre una serie de contradicciones que dan la impresión de un caos en el que se debaten la codicia y el desinterés, la quijotería y el sanchopancismo […] Se afirma que el móvil de ciertos hechos históricos es la pasión; pero tras de ésta, se esconden intereses y necesidades que buscan su satisfacción real. Yo sostengo, en cambio, que tras de los intereses y las necesidades, se esconden pasiones que buscan su satisfacción como tales, si es preciso sacrificando los intereses y las necesidades que la acompañan. He aquí algo incomprensible para la razón, pero cierto: que la pasión todo lo arrasa y lo destruye en su propio interés […] Solo una disciplina bien pensada podrá cambiar el signo de la pasión del lado positivo. Tal vez sólo una reeducación en amplia escala y sostenida por mucho tiempo, pueda orientar y canalizar correctamente la energía de la pasión para hacerla servir a un objeto en verdad provechoso para la vida colectiva” (Ramos, 2001).
CÉSAR. –Todo el mundo aquí vive de apariencias, de gestos. Yo he dicho que soy el otro César Rubio… ¿a quién perjudica eso? Mira a los que llevan águila de general sin haber peleado en una batalla; a los que se dicen amigos del pueblo y lo roban; a los demagogos que agitan a los obreros y los llaman camaradas sin haber trabajado en su vida con sus manos; a los profesores que no saben enseñar, a los estudiantes que no estudian. Mira a Navarro, el precandidato… yo sé que no es más que un bandido, y de eso sí tengo pruebas, y lo tienen por un héroe, un gran hombre nacional. Y ellos sí hacen daño y viven de su mentira. Yo soy mejor que muchos de ellos. ¿Por qué no…?
[…] Pero ¿quién eres tú? ¿Quién es cada uno en México? Dondequiera encuentras impostores, impersonadores, simuladores; asesinos disfrazados de héroes, burgueses disfrazados de líderes; ladrones disfrazados de diputados, ministros disfrazados de sabios, caciques disfrazados de demócratas, charlatanes disfrazados de licenciados, demagogos disfrazados de hombres. ¿Quién les pide cuentas? Todos son unos gesticuladores hipócritas.
NAVARRO. –Ninguno ha robado, como tú, personalidad de otro.
CÉSAR. –¿No? Todos usan ideas que no son suyas; todos son como las botellas que se usan en el teatro: con etiqueta de coñac, y rellenas de limonada; otros son rábanos o guayabas: un color por fuera y otro por dentro. Es una cosa del país. Está en toda la historia, que tú no conoces […]
MIGUEL. –¿No te das cuenta de que quiero la verdad para vivir; de que tengo hambre y sed de verdad, de que no puedo respirar ya en esta atmósfera de mentira?
[…] Si yo tuviera un hijo le daría la verdad como leche, como aire (Usigli, 2002).
[…] Canek dijo:
—¿Por qué nos enseñan a querer a un dios que permite que los blancos nos peguen y nos maten? ¿Por qué hemos de cantar de rodillas un canto de contrición [dolor por haber ofendido a un dios] que no sentimos? […]
—Entonces –preguntó Canek al Alcalde–, ¿no se aprobó la reducción de los tributos personales que acordó la comunidad de los indios?
—No. Las necesidades de la hacienda son muchas. El Fisco es exigente.
—Pero, señor, los indios están en la miseria; sufren hambre; todo lo han dado, nada tienen.
El Acalde sonrío. Después de una pausa, al oído de Canek, dijo:
—Aquí, entre nosotros, dime, ¿no tienen hijas? […]
En su gira pastoral el Obispo se dignó visitar la hacienda donde vive Canek. El Obispo entró en la hacienda rodeado de tanto incienso y de tantas oraciones que casi se hizo invisible. Los indios recibieron ropa nueva para lucir en las ceremonias. Un capataz cuidó de que no las estropearan. En cuanto se fue el Obispo, los indios devolvieron aquella ropa. Otro capataz la dobló y la guardó en los arcones. El amo era devoto y económico […]
El herrero de la hacienda se acercó al nuevo amo y le dijo:
—Señor, ya está terminado el hierro para marcar a las bestias. ¿Hago otro para marcar a los indios?
El amo contestó:
—Usa el mismo.
Canek rompió el hierro (Abreu, 1940).
[La historia de la tradición traidora de México es vieja y larga. Existe un libro escrito por el emperador Maximiliano, que gobernó a México entre 1863 y 1867, en donde las referencias a las traiciones mexicanas y a los traidores mexicanos, que en este tiempo eran los “fieles servidores” de este emperador, conforman un perfil que podría decirse que sigue siendo en la actualidad, siglo XXI, el perfil imagológico de la política y del partidismo mexicanos y de los políticos mexicanos, en promedio, del servidor público mexicano, en promedio, y de una muy buena parte del pueblo mexicano. Desgraciadamente, esto es así. Los datos de este libro son los siguientes: Fernando Maximiliano José de Habsburgo-Lorena (Maximiliano I de México) (1900). Los traidores pintados por sí mismos. México, Imprenta de Eduardo Dublán. Texto disponible en: http://www.archive.org/stream/lostraidorespin00extegoog#page/n0/mode/1up . Otro de los temas interesantes y ya más que conocidos y analizados y expuestos en todo tipo de medio masivo de comunicación, es el control que siempre ha tenido la iglesia católica en el Estados mexicano y en las decisiones de los presidentes y sus gobiernos y en los gobernadores de los estados de este país. En este sentido, por ejemplo, vemos lo que dice en la página 62:] “En aquel tiempo murió el Obispo de Puebla; el general Santa-Anna, presidente de la República, que no gobernaba sino en apariencias, pues el clero era el que gobernaba en realidad, por su ostentación y su riqueza. Los ministros de este Gobierno no eran más que instrumentos ciegos del clero”.
[…] Sé, como todo el mundo, que entre estadounidenses y mexicanos hay muchas semejanzas, y también sé que muchos mexicanos quisieran ser como sus vecinos del Norte, y que hay estadounidenses que pretenden que seamos como ellos […]
Los gobiernos democráticos suscitan la confianza de los ciudadanos porque de ellos provienen, a ellos informan regular y verazmente, y a ellos protegen, por lo menos en un grado mínimo.
Correlativamente, los gobiernos autoritarios suscitan la desconfianza porque, no debiendo a los ciudadanos su poder, les ocultan decisiones y hechos, no defienden sus intereses sino los del grupo gobernante y de sus aliados, y son, generalmente, temidos.
La confianza de los gobernados en los gobernantes implica, entre otras cosas, una mínima similitud de intereses y de valores entre ambos grupos. En las sociedades democráticas, la confianza de los gobernados se sustenta, entre otras cosas, en esa similitud. En las sociedades con gobiernos autoritarios, en cambio, el grupo gobernante defiende principalmente sus intereses y los de sus aliados, y sólo secundariamente los de los gobernados. El valor esencial y común de los gobiernos autoritarios es su permanencia en el poder, mientras el valor común de los gobernados es que el gobierno dure sólo mientras gobierne para los ciudadanos. Esta contradicción entre intereses y valores origina, naturalmente, la desconfianza de parte de los gobernados.
[…] Además de las similitudes de intereses y valores, la confianza implica que los gobernados supongan, sepan o crean que el gobierno cumple eficiente y honestamente sus tareas. Si los gobernados suponen, saben o creen que el gobierno lo hace así, confían en él, por lo menos en un grado mínimo. Es natural confiar en alguien que no sólo tiene los mismos valores e intereses que uno, sino que también busca el bien de uno de una manera sincera, eficiente y honesta. Lo correlativo, por lo tanto, también es verdad: nadie confía en alguien que no sólo no tiene los intereses y los valores de uno, sino que también hace mal y deshonestamente lo que se supone que hace por uno.
El nivel de credibilidad gubernamental es otra variable que explica el nivel de confianza. Ésta es directamente proporcional a aquél: a mayor credibilidad gubernamental, mayor confianza ciudadana, y viceversa. La razón de esta relación es clara: cuando el gobierno miente, engaña u oculta información repetida y regularmente, el gobierno no sólo pierde credibilidad sino genera desconfianza. Correlativamente, cuando el gobierno informa oportuna y verazmente, por lo menos en grado mínimo, merece no sólo credibilidad sino confianza.
Es probable, finalmente, que un sistema electoral que garantice elecciones limpias con resultados razonablemente fuera de duda propicie la confianza de los ciudadanos en sus gobiernos, y, correlativamente, que un sistema electoral que no lo haga propicie la desconfianza.
Los mexicanos confían en sus instituciones políticas menos que los canadienses y los estadounidenses porque han padecido gobiernos autoritarios, desde la época colonial hasta nuestros días. Como he razonado antes, la confianza en las democracias y la desconfianza en los sistemas autoritarios se deriva de la lógica de ambos sistemas políticos, y se ha confirmado con estudios empíricos.
Las instituciones políticas mexicanas son vistas por sus ciudadanos como poco eficaces y poco honestas, es decir como incompetentes. Los mexicanos han estado alejados o enemistados con sus autoridades y con sus policías […]
La corrupción generalizada […] es uno de los factores que más influyen en la desconfianza atávica de los mexicanos (Zavala, 2001).
[…] Por más que hagas el mundo no va a cambiar. Esos que llamas tus hermanos van a seguir viniendo. Cuando sus brazos hagan falta cruzarán la raya sin que nadie los moleste. Todos se harán de la vista gorda. Pero cuando estén de sobra, los rechazarán. Los golpearán. Los matarán en las calles y a la luz del día. Los expulsarán. El mundo no cambiará. Tú no lo harás cambiar. Eres una gota de agua en un océano de intereses que se mueven con grandes marejadas con ti o sin ti […]
Pochos, les dije, descastados. No se pongan del lado del enemigo […] Si del otro lado es peor, México es el lugar enemigo. Del lado mexicano hay más injusticia, más corrupción, más mentira, más pobreza […] Para donde mires, papá, de este lado de la frontera o del otro, hay injusticia y tú no la vas a arreglar […] Si creces en la frontera tienes que escoger: de este lado o del otro. Nosotros escogimos el Norte. No somos pendejos como tú […]
Oye Pancho, ya no te necesito. Lárgate. Acabo de denunciarte a la Migra. Yo nunca te contraté. Cuando te necesito te contrato Pancho, cuando me sobras te denuncio Pancho. Te golpeo. Te cazo como conejo. Te embarro de pintura para que todos lo sepan: eres ilegal. Mis muchachos van a organizar jaurías de caníbales blancos para asesinarte indocumentado mexicano salvadoreño guatemalteco. No, yo grito que no, no se puede hacer todo esto y hablar de justicia. Por eso luché toda mi vida […]
—¿Por qué todos tan prietos, tan de a tiro nacos?
—Son la mayoría, don Leonardo. El país no da para más.
—Pues a ver si me buscan uno por lo menos con más cara de gente decente, más criollito, pues, me lleva. Es el primer viaje a Nueva York. ¿Qué clase de impresión vamos a hacer, compañeros? […]
País de piedra. Lengua de piedra. Sangre y memoria de piedra. Si no te escapas de aquí, tú mismo te convertirás en piedra. Vete pronto, cruza la frontera, sacúdete la piedra […]
País de piedra. Lenguaje de piedra. Sangre y memoria de piedra. Plaza de piedra. Si no te vas de aquí, te convertirás tú mismo en piedra […]
Detenido en la noche a la orilla del río, Benito Ayala estaba rodeado de hombres parecidos a él. Todos entre los veinte y los cuarenta años, todos tocados con sombrero de petate, todos vestidos con camisas y pantalones de mezclilla, zapatos fuertes para el trabajo en clima frío, chamarras de colores y diseños variados.
Todos levantan los brazos, los abren en cruz, cierran los puños, ofrecen su trabajo silenciosamente del lado mexicano del río, esperando que alguien los note, les haga caso. Prefieren exponerse a ser fichados que dejar de anunciarse, hacerse presentes: Aquí estamos. Queremos trabajo.
Todos se parecen pero Benito Ayala sabe que cada uno de ellos va a cruzar el río con un costal de recuerdos diferentes, una mochila invisible en la que sólo cabe la memoria particular de cada uno de ellos […]
El pueblo de Benito Ayala vivía de enviar trabajadores a los Estados Unidos y de las remesas que los trabajadores hacían al pueblo (Fuentes, 1995).
Otras veces, se imita ciegamente lo extranjero, ahogando de este modo el desenvolvimiento de las potencialidades nativas. En ocasiones, al contrario, se rechazan valores extranjeros que hacen falta en México, alegando una sana intención nacionalista, aun cuando ésta sólo recubra la ineptitud. Pero entre todas estas fuerzas negativas parece seguir dominando el impulso de imitación ilógica, en el que se expresa una impaciencia pueril por saltar las etapas.
He combatido la seducción que ejercen ideas o sistemas extranjeros de varios órdenes, porque no responden a las necesidades del país, y sí pueden contrarrestar los impulsos elevados del alma mexicana […]
[…] Tal sistema vicioso es la imitación que se ha practicado universalmente en México por más de un siglo.
Los mexicanos han imitado mucho tiempo, sin darse cuenta de que estaban imitando. Creían, de buena fe, estar incorporando la civilización al país. El mimetismo ha sido un fenómeno inconsciente, que descubre un carácter peculiar de la psicología mestiza. No es la vanidad de aparentar una cultura lo que ha determinado la imitación. A lo que se ha tendido inconscientemente es a ocultar no sólo de la mirada ajena, sino aun de la propia, la incultura. Para que algo tienda a imitarse, es preciso creer que vale la pena de ser imitado.
[…] Ejemplos de este mimetismo los hay en todos los órdenes de la cultura, pero los más claros se encuentran en la obra constitucional mexicana.
[…] la imitación […] consiste en el desdoblamiento de nuestra vida en dos planos separados, uno real y otro ficticio. Tal disparidad sólo es advertida por quien observa los hechos con la perspectiva del tiempo, mas para los hombres que estaban en ellos, no existía ninguna diferencia entre la realidad y la ficción (Ramos, 2001).
[Iturriaga] Inicia sus apreciaciones señalando que el mexicano padece un “hondo sentimiento de menor valía” que se origina en su pasado colonial, su condición de raza vencida, de la inferioridad técnica de su civilización y de haberse fundado el mestizaje “no por medio del amor, sino por medio de la violencia”. Ahí están, según Iturriaga, los orígenes de todas las virtudes y defectos del mexicano.
El mexicano, señala, es de “naturaleza triste” y, sin embargo, posee un agudo sentido del humor, el que emplea como instrumento ofensivo y defensivo en el “terreno de su áspera sociabilidad” en forma de “saetas envenenadas”, todo esto en un civismo precario. Como resultado de que el idioma empleado por el mexicano no fue elaborado por sus antepasados indígenas, el mexicano “habla poco, en voz baja y con dificultad”, empleando además muchos diminutivos. Sin embargo, cuando sobreviene el mecanismo de la “supercompensación”, sabe ser “retórico y buen orador”. El mal lenguaje que utiliza no es herencia indígena sino una muestra de ascendencia española. El mexicano también es “susceptible e irritable” cayendo a menudo en la “rijosidad” y como prueba de esta aseveración señala el dato estadístico que indica una tasa de 8.4 homicidios por cada 100 000 habitantes. Explica este rasgo diciendo que la rijosidad del mexicano descansa en un exceso de amor propio, “evidenciador de un sentimiento de menor valía”, pero como compensación sabe ser “altivo y orgulloso”.
El machismo, “sentimiento de ostentosa masculinidad” y la afición del mexicano al piropo y a las “invocaciones y ademanes pornográficos” son otras características que muestran el última instancia el “saldo pendiente” que lleva consigo mismo, un “déficit sexual” aún no satisfecho, a pesar de su desnutrición secular que debería llevarlo a “una vida más ascética”.
Iturriaga observa que el mexicano siente con exaltación el patriotismo, aunque carece de una clara conciencia de patria; en otras palabras, el patriotismo no se da en él en el aspecto racional, sino en el emocional, o sea, siente hondamente a su patria, pero no posee una noción clara de ella. El origen de esto, supone el autor, puede hallarse en la desarticulación geográfica, en el “instinto” de conservación de la identidad nacional y en la multiplicidad de grupos indígenas.
El mexicano es también poco reflexivo y analítico, por proceder de dos culturas que no utilizaban el racionalismo para “llegar a la verdad”. La aborigen era prelógica, mágica y lo sobrenatural era para ella lo natural. La española era “impositiva, dogmática y fideísta”. A pesar de esto, el mexicano es inteligente y rápido de comprensión, aunque limitado en el último aspecto por la ausencia de hábitos racionales.
Otra característica del mexicano apuntada es la viveza y riqueza de imaginación que posee, y que explican su “portentosa” capacidad creadora y su “mitomanía”. Es decir:
[…] el mexicano no se contenta ni se pliega a la realidad como ella se ofrece a sus ojos, por eso la tergiversa a través de la mentira supletoria de sus anhelos o a través de la obra de arte: su hostil circunstancia –lo demás y los demás, la poca generosa realidad que rodea al mexicano– no la acata, la ataca ora ética ora estéticamente. En este sentido, Diego Rivera es el mexicano arquetipo […]
El mexicano, continúa, es abúlico y sólo se mueve al impulso de la gana, es decir, carece de una voluntad aplicada al cambio de la realidad que le rodea. Tiene además otra insuficiencia derivada de la abulia y es la indecisión, pues la forma en que se da en él la voluntad cuando la aplica, no es en un solo sentido, sino en varios aspectos que se reflejan en su característica disparidad de carácter. También en este caso señala Iturriaga orígenes precortesianos, arguyendo que la cultura aborigen percibía estáticamente el tiempo, como algo inmóvil en donde nada o poco ocurría. Su noción del espacio es, asimismo, vaga, debido probablemente a la costumbre campesina de trasladarse sin auxilio de medios mecánicos a través de grandes espacios geográficos.
El mexicano, según Iturriaga, es asimismo fatalista y supersticioso, aspectos derivados de sus antecedentes culturales, que le hacían depender de los propósitos de las fuerzas trascendentes y de los designios divinos.
Finalmente, señala que el mexicano es micrómano [de micromanía], es decir, tiene predilección por lo pequeño, que se encuentra implícito en la variedad de las formas diminutivas empleadas en el habla cotidiana y en “los pregones callejeros”, pero sobre todo en su peculiar afición por las miniaturas (Béjar, 2007).
[…] Y quiero aclarar aquí yo, Fernando Antonio Ruano Faxas […] como he planteado ya en mi conferencia MACROMANÍA Y MICROMANÍA EN MÉXICO / MACROMANIA AND MICROMANIA IN MEXICO / МАКРО-МАНИЯ И МИКРО-МАНИЯ В МЕКСИКЕ […] que sí, es verdad, en general se puede decir que el mexicano promedio no tiene ni la más remota idea de lo que es hacer las cosas “a lo grande”, y mucho menos “bien”, salvo en el caso de la corrupción […] ¡Ahí sí, y a lo grande, y muy bien! ( http://knol.google.com/k/calidad-calidad-de-vida-y-corrupci%C3%B3n-parte-iv ; Castañeda, 2011; Elizondo, 2011, etc.) […] De haber sido de otra manera, un país tan rico como México no estaría en la triste y lamentable situación que está hoy http://knol.google.com/k/la-guerra-perdida-de-m%C3%A9xico-contra-el-narcotr%C3%A1fico-m%C3%A9xico-en-estado-de-colapso , http://knol.google.com/k/migrantes-o-espaldasmojadas-o-wet-back-o-indocumentados-o-sinpapeles-o-balseros , “¡y de mal en peor…!”[…] La macromanía no es objeto de devoción de los mexicanos […] Queda más que claro que, en general, los mexicanos son micrómanos, que la micromanía es parte de la mexicanidad, como también es parte de la inmensa mayoría de los pueblos de América Latina, de los pueblos tercermundistas y cuartomundistas, de los pueblos atrasados y en estado de barbarie […] Pero también existe una macromanía en México, muy de vez en cuando, una “macromanía idiota”, una “macromanía a lo pendejo”, una macromanía que aparece de la noche a la mañana “en ciertas circunstancias ya conocidas”, es decir hacer cosas desmesuradamente grandes, inmensamente grandes, que a nadie le importa, sólo para estar en los Récord Guinnes (Castañeda, 2011:202-209), o para “intentar” apantallar y confundir […] Y ahora andan desatados los mexicanos, sobre todo los “mochos” o ultra-creyentes, los de “la vela perpetua”, los chilangos, los del Distrito Federal, andan revueltos, porque van a tener EL NACIMIENTO MÁS GRANDE DEL MUNDO http://www.nacimientomexico2011.com/ […] cuando todo el mundo sabe que hace mucho, pero mucho tiempo ya, que Dios, la Virgen y la corte celestial completa, con angelitos y todo, y creo que hasta el mismo Demonio, “sacaron las patas” de México, “se fueron echando”, tal vez porque querían vivir un poco EL SUEÑO AMERICANO […] o porque tenían miedo, terror, a que los masacraran, como se hace en México, todos los días, tanto con mexicanos como con extranjeros […] ¡Así que EL NACIMIENTO MÁS GRANDE DEL MUNDO en México, tierra de masacres! Bueno, como ÉSTA ES LA VIÑA DEL SEÑOR, pues hay que ver de todo […] “¡Ni modo!”, y de paso ¡qué lo disfruten! […] ¿Y qué se supone que tenemos que decir cuando vemos estas cosas desmesuradamente grandes que de vez en cuando construyen los mexicanos y que no reportan la menor importancia para nadie, en especial para la pobreza, para los pobres? ¿Habrá que decir “¡ASÚSTAME!”? […]
[…] [Los mexicanos dicen de un gerente estadounidense, el Señor Smith, a un amigo] Pasando a un aspecto más personal, nadie en la gerencia puede evitar resentimiento ante la gran diferencia salarial que existe entre el Sr. Smith y nosotros. Claro que como Gerente General tiene que ganar más, aparte del hecho de que está viviendo fuera de su casa, pero la diferencia entre su nivel de ingresos y el nuestro es demasiado grande […] En cuanto a su familia, ni los conocemos ni los menciona nunca. Seguro que debe llevar una existencia muy rara. Después de todo, ¿para qué sirve la vida si no hay tiempo para disfrutarla con los familiares y amistades?
Por último, hay la cuestión de los modales. La mayoría de los norteamericanos aparentemente no se dan cuenta de la desafortunada impresión que crean cuando pasan por alto las cortesías comunes en el trato social […], el Sr. Smith es muy brusco para tratar a la gente en general, sin tener concepto de la cortesía cuando solicita información o cuestiona los procedimientos olvidando a veces decir “por favor” o “gracias” cuando trata con el personal. Siempre parece preocupado y tal vez olvida que estas pequeñas cortesías son importantes para todos nosotros [El gerente estadounidense, el Sr. Smith dice de los mexicanos a un amigo] Pasando a otra cosa, el mes pasado nos topamos con dificultades para poder sacar unas máquinas de las bodegas de la aduana central. Iban exigiendo detalles cada vez más complejos y variados como requisito para entregárnoslas. González insistía en que con una mordida al jefe se lograría la liberación inmediata de las máquinas y en realidad era nuestra negativa a hacerlo lo que causaba la demora. Este ejemplo tan poco ético no estuve dispuesto a aceptarlo, de modo que traté de resolver el problema personalmente. Para no hacer demasiado largo esto, después de una desagradable experiencia acabamos por tener que pagar, pues de lo contrario nunca nos hubieran entregado nuestra mercancía. Esto me asombró. Luego vino el problema de la descompostura del teléfono. Era urgente porque las dos líneas que nos restaban continuamente estaban ocupadas. Repetidas llamadas produjeron repetidas promesas de que “mañana” llegaría el técnico y a pesar de quejas personales al gerente de servicio de reparaciones tardaron un mes en componer el teléfono. […]
Tres semanas después pensé que sería bueno verificar el progreso realizado y me asombré al darme cuenta de que sólo en una sección se había hecho siquiera un intento por implementar el plan. De inmediato llamé a todos a la oficina para exigirles una explicación, que me dio el gerente de finanzas al decirme que todos habían estado esperando que yo les fijara la fecha de iniciación. De nuevo tuve que recalcarles sus responsabilidades y autoridad como gerentes. Al finalizar ese incidente, resolví ser muy específico al dar instrucciones y en general los gerentes parecen ahora ser más productivos. Sin embargo, me cuesta trabajo entender su mentalidad, ya que parece que no se dan cuenta de que venir continuamente a que yo les dé decisiones y recomendaciones es un reflejo de su nivel de competencia y que el hacerse responsables de las cosas es parte esencial de su trabajo. Por otro lado, son tan agradables y parecen estar tan dispuestos a cooperar que rara vez hacen comentarios sobre mis decisiones, a menos que se les pida específicamente y aún así, la reacción es muy diplomática y cautelosa.
Recientemente supe que había una vacante de gerente general de ventas para la región norte de México. Pensé que nuestro gerente de ventas podía ocupar ese puesto porque es muy competente, pero cuando se lo propuse no mostró entusiasmo sino que muy cortésmente rechazó la oferta diciendo que su familia y su casa estaban aquí y aquí estaba contento, por lo que no tenía ningún interés en trasladarse a otra parte del país. Me pareció increíble que descartara una oportunidad de ascenso y un aumento importante de salario. Con razón no progresan […]
Poco después de esto se presentó otro tipo de situación. Habíamos decidido redecorar la oficina general de la planta y me di cuenta de que la oficina del gerente de ventas estaba en muy mal estado, así que di instrucciones al contratista para que también la remozara. De inmediato me fueron a ver todos los demás gerentes para solicitar que también se remodelaran sus oficinas. Protestaron porque esto implicaba discriminación y me preguntaron que si no consideraba que sus gerencias eran del mismo nivel que la de ventas. Yo les aseguré que el volver a pintar sus oficinas no tenía nada que ver con el nivel de sus puestos pero no quedaron satisfechos hasta que estuve de acuerdo en que todas las oficinas se redecoraran aunque no lo necesitan en realidad. Sigo sin entender su lógica. Seguramente deberían entender que su salario es una forma de reconocimiento a sus puestos mucho mejor que el aspecto de sus oficinas […]
Recientemente se presentó otra situación. Después de las evaluaciones de desempeño decidí despedir a cierto número de empleados a los que consideré “peso muerto”. Sin embargo, descubrí que los despidos por incompetencia en México son muy difíciles y costosos. Logramos deshacernos de tres que resultaron ser parientes de otros que trabajaban en la planta. Para evitar problemas en el futuro prohibí la contratación de familiares o amistades de nuestros empleados. Toda esta serie de acontecimientos creó tal escándalo que se presentó el secretario del sindicato amenazando con emplazar a huelga. Por fortuna esto no sucedió, pero el representante sindical no pareció interesarse en escuchar mis motivos para esos despidos sino que cambió el tema a la inminente renovación del contrato colectivo. Ya teníamos listas las propuestas de la empresa y yo también estaba preparado para comentar en forma preliminar nuestra posición, pero tampoco esto pareció interesarle. Después González me explicó que lo acostumbrado era ofrecerle una “comisión” al dirigente sindical para facilitar la celebración de un contrato rápido y sin problemas. Yo no tenía intención de ceder en un principio de la compañía en esta forma, aunque después de un paro de dos días y la amenaza de una huelga prolongada no me quedó más remedio que aceptar hacer el pago. Desde entonces no hemos vuelto a tener problemas sindicales, pero sigue pareciéndome increíble este método de llevar las relaciones laborales.
Después de estos problemas me pareció muy importante actualizar algunos conocimientos básicos de los supervisores, así que pedí al gerente de personal que, asesorado por mí, produjera un paquete de materiales de capacitación para los supervisores. Expresó sin embargo la preocupación de que algunos de ellos podrían encontrar difícil parte del material, de modo que decidí asistir a la primera sesión de capacitación. Después de una buena presentación teórica del gerente de personal, pedimos a los supervisores que participaran en el comentario de las técnicas y su implementación. Esto provocó que la sesión de capacitación se detuviera porque ni los supervisores ni el gerente de personal sabían realmente qué decir ni qué hacer. Después, el gerente de personal me dijo que algunos supervisores tenían sólo seis años de escolaridad, y en cuanto al mismo gerente, parecía incapaz de convertir los conceptos teóricos en acciones prácticas. Este último problema parece ser general en todo el grupo de gerentes […]
Los últimos dos meses nos hemos dedicado a tratar de cumplir con los plazos de producción. A pesar de las repetidas seguridades que me dan los gerentes, no hemos todavía cumplido con uno solo. Parece que no se entiende con claridad lo que es un compromiso con un plazo, al grado que a veces me pregunto si algún día entenderán los aspectos básicos de la eficiencia.
En términos totales, los últimos seis meses han sido muy frustrantes. Aunque los mexicanos son corteses y aceptan mi autoridad sin cuestionarla, parece que silenciosamente se resisten a ciertos aspectos de su trabajo que no entienden, o con mis frustraciones sin embargo, sigo confiado en que con un control bien implantado y un método estricto irán aprendiendo gradualmente cómo se debe llevar la planta […]
Por fortuna, cuando yo termine aquí, esta planta será el dolor de cabeza de algún otro. Me dará mucho más gusto regresar a una situación que sea más fácil de entender […]
[En el nivel gerencial mexicano] Los buenos modales se consideran parte de la buena educación de la niñez y su importancia se refleja en cada uno de los escalones de la sociedad, aunque el código real de conducta varía entre los grupos sociales (esta conducta incluye el mostrar respeto por las personas de mayor edad). El no ajustarse a las normas básicas de conducta cortés se interpreta como irrespetuoso y brusco, y se considera falta de una buena educación en el sentido amplio. La estimación de una persona al conocerse por primera vez se basa en gran medida en esta idea y cuando falta en forma evidente la demostración de una buena etiqueta, se ve afectado el respeto. Estas cortesías se exhiben en diversas formas, como estrechar la mano al ser presentados e invariablemente dar los buenos días al personal al llegar a trabajar. La cortesía exige también conversación por amabilidad al saludarse, como sería el preguntar por la salud del interlocutor y su familia. También es esencial en las juntas, al hablar por teléfono, en las conversaciones (aún cuando se plantea una queja o desacuerdo) en los restaurantes o lugares públicos y en especial en asuntos de negocios o contactos similares con desconocidos. “Por favor” y “gracias” son formulismos que jamás se olvidan yendo acompañados de una sonrisa. En general el mexicano es una persona cálida, acostumbrado al contacto físico estrecho. Al saludar a familiares o amistades, mujeres y niños reciben un beso en la mejilla en tanto que los hombres intercambian un abrazo vigoroso acompañado de palmadas en la espalda. El mismo código no se aplica necesariamente durante el contacto casual con extraños ni hacia los subordinados de más bajo nivel. Por ejemplo:
1. Los manejadores en general muestran poca cortesía o consideración para los demás cuando están en marcha. Este es un caso en donde la impaciencia y la intolerancia parecen tomar precedencia sobre cualquier consideración de cortesía.
2. En supermercados y otros sitios públicos con frecuencia se percibe poca consideración hacia los derechos de los demás.
3. En ocasiones los desconocidos y los subordinados reciben un trato descortés. Sin embargo, a los superiores siempre se les trata con la máxima cortesía y servilismo. Además, siempre se puede contar con una recepción considerada y cortés al tratar con familiares, amistades, o personas que hayan sido debidamente presentados por éstos.
En general, el ejecutivo mexicano es cortés y diplomático y nunca se jacta abiertamente de sus logros. Esto se consideraría de mal gusto y le haría perder credibilidad y respeto. La cortesía exige más bien una conducta más suave, respetuosa y de apariencia obsequiosa (Kras, 1990).
LA POLÍTICA Y SUS VALORES. La realización de cualquier empresa, la eficiencia de toda obra, requieren el concurso de elementos de valor real. Para que sea útil y eficiente la futura colaboración de los partidos políticos en la obra de la reconstrucción apenas iniciada es preciso que dichos partidos posean valor práctico, positivo, que ofrezcan utilidad verdadera, y no aparente. Si ha de continuar reinando el viejo concepto sobre política, es preferible que no resurjan aquéllos.
LA POLÍTICA DEL PASADO. En general nuestros políticos profesionales nunca valieron por sí mismos […] ¿Qué trascendencia nacional pueden tener las asociaciones o “partidos” que forman anormales de este género?
La política mexicana, sensible es decirlo, tuvo dos orientaciones convergentes, claramente perceptibles: alcanzar poder y alcanzar riqueza, y esto por un contado número de individuos. Los medios para alcanzar tales fines, consistieron principalmente en la adulación jerárquica, sistematizada y extendida hasta círculos que no siendo políticos, se contaminan fatalmente. A esos medios reprobados, daban fuerza cuando era necesario, las amenazas, los cohechos y los sobornos.
Cuando se era rico el dinero servía para hacer política y alcanzar poder, vanidad que sigue a la posesión del dinero; por entendido queda que tal poder, era ficticio ya que de hecho se reconcentraba en poquísimas manos; pero, en fin, la farsa autosugestionaba. Cuando se era pobre se hacía política para escalar el poder; valiéndose de él se acumulaba dinero por medio de concesiones, prebendas, etcétera.
Una minoría de hábiles o “primates políticos” triunfaba indefectiblemente y obtenía riqueza y poder, sirviéndole de escalón una gran masa de politiquillos, o politicastros, que no obtenían más poder que el problemático que les daba el fuero o la protección oficial, ni más medro que míseras limosnas concedidas a título de subvención por empresas y servicios imaginarios, porque eso sí, la primera característica del político era hacerse atmósfera a cargo del presupuesto, nunca al del propio peculio.
Los primates de la política siquiera lucían valores aparentes y se formaban a sí mismos: discursos efectistas carentes de fondo; campañas de prensa en las que campeaban adulación servil o insulto procaz, jamás ideas; banquetes a todas horas, y en todos los sitios, vinieran o no a cuento; sacrificio voluntario del honor oficial y del personal; renuncia de la dignidad humana en ridículas mojigangas o manifestaciones pseudo-políticas, etcétera, constituían el mecanismo, el modo de hacer política. Los politicastros infelices por nacimiento, carneros de Panurgo, eran dados a luz por obra y gracia de padrinos más o menos influyentes, los que, en cambio de ese alumbramiento, exigían de esas criaturas putativas, vitalicia fidelidad canina. En resumen se procuró de continuo que la vida política de 15 millones de mexicanos [hoy, en 2006, los mexicanos son aproximadamente 105 millones] estuviese consagrada a conservar rico y poderoso al pequeño grupo de pulpos que paralizaban el desarrollo nacional […]
Debe ser considerada como ridícula la súbita aparición de individuos que, sin valimiento personal alguno, son considerados o se consideran a sí mismos, como “personalidades políticas”, cuando sólo podría convenirles el dictado de intrigantes […] que no se tolere [en las Cámaras] la existencia de “políticos políticos”, es decir de hombres que a nada, ni a nadie, representan y en cambio intrigan, explotan y desacreditan a la Nación.
Es también indispensable, por más que la tarea sea difícil, barrer para siempre a los empleados públicos que para hacer y hacerse política, emplean la fuerza moral y los elementos materiales del puesto que ocupan.
El vicio político mexicano que se arraigó más y cuya reaparición debe con mayor energía evitarse es el personalismo. Los políticos deben luchar por el bien de las agrupaciones a que pertenecen, y por los intereses que entrañan las mismas, obteniendo naturalmente los beneficios proporcionales que les correspondan como miembros integrantes de aquéllas. Antes, los políticos manejaban a su albedrío a las agrupaciones que dizque representaban, encaminando sus actividades y haciéndolas converger hacia su mejoramiento personal y no al de la colectividad de que eran miembros; después socorrían, es la palabra, a los inconscientes compañeros de partido, otorgándoles la limosna de un puestecillo o cosa análoga. Hoy las agrupaciones deben controlar a los políticos que las formas y especialmente a los que las representan, y no éstos a aquéllas.
La política, o lo que se llama así, fue siempre en México semillero de corrupciones. Antes que aparezca la nueva, la verdadera política, hay que desinfectar el ambiente; hay que exigir de los futuros políticos patente ampliamente legitimada de sanidad moral, de eficiencia personal y de representación efectiva (Gamio, 1993).
Desde la restauración de la República hasta nuestros días, los tres proyectos, liberal, positivista y revolucionario, son modalidades de un mismo propósito: la modernización, entendida como occidentalización y vanguardia. En casi dos siglos de vida independiente, a fines del siglo XX, seguimos obsesionados con ser occidentales y modernos. ¿Realmente lo somos? Ni occidentales ni modernos. Pero lo más grave, ni creativos ni propositivos desde nuestra realidad. El mundo indígena, por aislado, fue absolutamente original, ni oriental, ni occidental; el novohispano fue sincretista, adoptador pero adaptador, selectivo e integrador, combinador y recreativo. Sin embargo, el moderno, desde la Independencia hasta nuestros días, ha resultado imitador y comparativo, destructor y deformador de nuestra tradición y esencialmente estéril, salvo en períodos como el inmediato a la Revolución y el contemporáneo, que produce expectativas tan entusiastas como amenazantes para los xenófobos y los enemigos de lo nuevo […]
Hay necesidad de ser modernos y occidentales, pero jamás lo lograremos pensando que el cambio viene de afuera y no de adentro, que debemos aspirar a modelos que no responden a nuestra realidad. Sobre todo, si creemos que las inversiones, la tecnología y la administración, como formas de modernización material, no deben encontrar un equilibrio con el impulso a las manifestaciones del espíritu, como son la crítica de nuestra realidad histórica y la sensibilidad por las cosas de nuestra cultura.
Mientras no exista ese equilibrio entre la modernización material y espiritual, entendida ésta como liberación de impulsos creativos en todos los niveles sociales, seguiremos fracasando en el intento de ser modernos y occidentales. Si no somos totalmente occidentales y lo ignoramos porque no conocemos a fondo la otra cara de lo que realmente somos y, contagiados de materialismo e insensibilidad, le atribuimos un lugar secundario en el proyecto nacional, seguiremos siendo víctimas del retraso y la dependencia, características de países colonizados. Lo primero, porque es un cambio que viene de afuera y quita autonomía a favor de la dependencia; lo segundo, porque trátase de un modelo que cuando se alcanza ya se transformó en otra cosa, motivo por el cual siempre estamos condenados al retraso […]
Si no somos plenamente occidentales lo debemos aceptar y aprovechar en nuestro beneficio, y no sólo en contra, como hasta ahora parece haber sucedido. Con ello podríamos lograr autonomía y actualidad, en lugar de dependencia y retraso causados por afanes imitadores y comparativos, enemigos de la crítica y el espíritu.
Debemos perder el miedo al exterior, analizar las aprensiones de Moctezuma, Carlos María de Bustamante y la suerte de xenófobos y misoneístas[5] que pueblan todavía al México de nuestro tiempo. Debemos armarnos de originalidad, de propuestas y de posibilidad de producir novedades para ser actuales y aportadores de cultura, ¿y, por qué no, de tecnología? […]
México debe incorporarse al mundo moderno sin perder su autenticidad, la cual podría ofrecer como atractivo a la comunidad internacional, que se maravilla con la originalidad de nuestro país y que desprecia profundamente a los mexicanos con pretensiones de ser más occidentales que los occidentales […] (Tovar, 1993).
UN PAISAJE CON OLOR A SANGRE. Al atardecer, cuando ya estábamos próximos a Mazatlán, vino el conductor del tren a invitar a José Vasconcelos para que viera el manejo de la máquina. Caminábamos, como dice, entre el día y la noche: por un lado, el sol agónico; por el otro, la luna en todo su esplendor en aquel plenilunio. Luna y sol, los ojos con que Dios nos veía.
Era un campo inmenso, perdido en su grandeza. Desolado. Sin árboles: pero cubierto de flores, acabada imagen del alma mexicana: flores en el pantano, luz en la oscuridad, palabras dulces nacidas en el erial amargo.
Nos quedamos Vasconcelos y yo viendo el paisaje, a esa hora invadida de una inmensa tristeza. El estruendo de la máquina sobre los rieles, los silbidos del tren abrían enormes grietas en aquel silencio sólido, en aquella prieta soledad. Vasconcelos, invadido a su vez de aquella atmósfera, me dijo: «Voy a contarle algo, Andresito, que ojalá alguna vez pueda aprovechar. Íbamos –dijo– rumbo a Xochimilco, a comer. Era en los días en que Eulalio Gutiérrez fue presidente y yo secretario de Educación.» En un carro viejo. Adelante Vasconcelos y Mariano Silva y Aceves, su secretario particular; atrás, en medio, Gutiérrez y a sus lados Gómez Robelo y Julio Torri. La ciudad de México era todavía muy pequeña; acababa por San Antonio Abad. Allí se iniciaba el campo, se encontraban los establos, las alquerías, las milpas. Inesperadamente alguno recordó la bella frase de Alfonso Reyes: Viajero… Y todos quisieron fijar sus orígenes, su genealogía: que si estaba en Terencio, en Menandro, en Humboldt, en Renan. No faltó quien mencionara a Esquilo: Viajero has llegado… Ninguna opinión satisfizo, ninguna de las frases que la de Reyes dio a luz sobre la marcha tenía su iridiscencia, su aguda belleza, su escalofriante exactitud.
Cuando todos callaron, Eulalio Gutiérrez, aquel minero habituado al manejo de metales precioso, dijo:
«Y fue lo mejor que se dijo aquel día», concluyó José Vasconcelos.
Y así es. Nuestro paisaje está poblado de tumbas, del alma de los antiguos mexicanos, muertos en todos los sacrificios. Sus voces, sus quejas, sus lamentos, suspiros, sollozos, arrullos se escuchan por los que saben escuchar, apenas llega la noche. Y eso es lo que hace tan tristes atardeceres y noches.
No hay un solo sitio en que no encuentre un mexicano muerto de muerte violenta, o por defender las sagradas causas. Su sangre no se seca nunca, su olor trasciende, vence los más sutiles aromas. Es una invitación a ser fieles al sentido de esta tierra, un convite a pelear.
Tal vez en todo esto pensaba Alfonso Reyes cuando años más tarde, lejos de la tierra y del paisaje de México, escribió: «¿Quién que ha cabalgado la tierra mexicana no sintió un secreto deseo de pelear?» (Henestrosa, 1970).
¿Existe sobre la faz de la tierra algún país que cuente con mejores leyes, con más instituciones (secretarías y subsecretarías, procuradurías y fiscalías, institutos y organismos, comités y consejos) y que haya firmado tantos convenios y acuerdos nacionales e internacionales a favor de todas las causas, las buenas, las mejores y las excelentes?
Difícilmente.
Porque en México se supone que basta con que existan leyes, instituciones y convenios para que las cosas se hagan o se resuelvan. Por ejemplo, se crea una Comisión de los Derechos Humanos y listo, con eso se da por hecho que no habrá más tortura. O una biblioteca gigante y automáticamente se supone que mucha gente va a leer. O un Instituto Nacional del Deporte y ya con eso quiere decir que se practica ampliamente el ejercicio.
Tomemos este último caso: dado que existe el discurso de que el deporte es cosa buena, por instituciones burocráticas y burócratas dedicados a su “promoción y estímulo” no paramos, a pesar de lo cual los atletas se quejan del abandono en que los tienen, las escasas instalaciones para practicar deporte están en pésimo estado y en las competencias internacionales los logros son magros en términos de medallas (incluso en ocasiones no se consigue ni una como sucedió en las olimpiadas de 1996). Y es que simple y sencillamente, como dice Ana Guevara, no es verdad que a las autoridades les interese apoyarlo. Pero eso sí: asistimos a todas partes llevando enormes delegaciones: a Atenas 2004 se mandaron 114 atletas, 32 entrenadores y 22 médicos, acompañados nada menos que de cien dirigentes ¡casi uno por competidor! Y a Beijing 2008 fueron 85 atletas y 170 acompañantes entre dirigentes y personal técnico, administrativo y médico. En cuatro años se había aumentado a dos por competidor, una mejora sustancial sin duda.
¿Que hay corrupción? Se crea una Secretaría de la Contraloría de la federación <8hoy de la fundación pública) y sus correspondientes estatales para “combatirla”. ¿Que hay contaminación? Se crea no una sino varias institucio0nes para “resolverla”: una Secretaría del Medio Ambiente, un Instituto Nacional de Ecología, una Comisión Metropolitana para la Prevención y Control de la Contaminación Ambiental del Valle de México, una Secretaría del Medio Ambiente del Distrito Federal, un Programa Integral contra la Contaminación Atmosférica. Por supuesto, cada una de esas instancias tiene sus oficinas, sus funcionarios, su jerga (“se decretó pre-contingencia ambiental”, “se va a aplicar la fase uno del sistema de emergencia”), sus siglas (NOM-EM-102-ECOL-1995”), sus normas (Las verificaciones deben ser más estrictas en un 35%”) y sus datos (“a 38% de los capitalinos les duele la cabeza”). ¿Que hay delincuencia? Se instala una Comisión para atender el problema. ¿Que a pesar de eso sigue la delincuencia? Se organiza un Plan de Reacción Inmediata y Máxima Alerta. ¿Que de todos modos no se quita la delincuencia? Se forma un grupo intersecretarial. ¿Que ni así mejoran las cosas? SE organiza una Reunión Nacional de Procuradores. ¿Que a pesar de eso sigue habiendo asaltos, robos, asesinatos y secuestros? Pues se instituye una Secretaría de Seguridad Pública. ¿Que no se compone esto de la delincuencia? Entonces se crea con bombos y platillos un Consejo Nacional de Seguridad Pública ¡todo un sistema nacional en el que participan gobernadores y procuradores que, nos dicen, logrará ahora sí, terminar con la criminalidad!, pues según el procurador general de la República: “Todas las posibilidades de llegar al nuevo siglo como un país de leyes y justicia están en el instrumento sin precedente”.
Éste es el punto central: en México se supone que todo se resuelve si se crean “instrumentos” […]
Y entonces, a crearlos se ha dicho. Un día y otro también nacen toda suerte de oficinas de mayor o menor rango, con éste o con aquel nombre, con más o menos funcionarios, destinados a ocuparse de cualquier cosa que en ese momento les parezca importante a los gobernantes: desde la contaminación hasta la violencia contra las mujeres, desde la supervisión de obras públicas hasta la promoción del turismo, desde la ayuda a la población cuando se presentan desastres naturales hasta la verificación del cumplimiento de las normas contra el ruido, y todo lo demás que se les pueda ocurrir.
Por eso hay secretarías de todo […] Y procuradurías de todo […] Y institutos de cualquier cosa […] Y comisiones […] Y comités […] Y consejos […] Así que por “instrumentos” no paramos, aunque más allá de crearlos y formalizarlos y llenarlos de burocracia se haga poco […]
[En México] existe una Comisión Nacional de Derechos Humanos y otras 33 comisiones estatales de lo mismo. ¡Todo el planeta tierra cuenta con cincuenta y tantos ombudsman, pero México solito tiene más de tres decenas! ¿Significa eso que aquí se respetan en serio los derechos humanos? Para nada. Otro ejemplo: existen la Subsecretaría de Asuntos Religiosos de la Secretaría de Gobernación y el Consejo Interreligioso de México y el Consejo Nacional contra la Discriminación y la Campaña por la Tolerancia Religiosa y la Libertad de Conciencia. ¿Significa eso que aquí se respeta la diversidad religiosa? Para nada […]
I. El piso para la mentira [p. 281]
No definir
¿Qué es lo que hace posible que exista la mentira?
Hay conductas colectivas que sustentan este modo de funcionamiento en nuestra cultura [en México]. Por ejemplo, no se acostumbra delimitar y definir, no se estila la claridad. Allí están las leyes ambiguas, que dejan enormes huecos por dar fe de ello: “En su afán de conmemorar el Día Internacional de la Mujer de su primer año de gobierno con alguna medida que impresionara mucho, el presidente Calderón envió una iniciativa de ley tan favorable a las mujeres, que terminó por proponer castigos severos a quien lastime a una niña pero le negó ese privilegio a los niños, defendió a la mujer víctima de la violencia física pero el hombre golpeado sólo le suscita desprecio, cree que el hombre que le es infiel a su mujer incurre en un delito grave que merece sanción penal pero la mujer que engaña al marido está libre de culpa. ¿Qué justifica que el secuestro de niños, ancianos y mujeres sea castigado con una pena más alta que el secuestro de varones?”.
La poca claridad sucede también respecto a las funciones, atribuciones y límites que le corresponden a las instituciones y oficinas burocráticas de todo tipo y nivel: ¿qué exactamente debe hacer esta dirección, aquel organismo, esa comisión? No se sabe bien a bien […]
En el caso de las personas, la falta de claridad en las funciones que se deben cumplir en cada puesto genera un enorme desconcierto, al que se agrega el miedo a equivocarse que podría costar el enojo del jefe e incluso la chamba […]
No evaluar
Tampoco hay [en México] ningún mecanismo para rendir cuentas, para revisar si se cumplieron las promesas, si se llevaron a cabo los planes, si se hizo lo que se tenía que hacer en el cargo que se tuvo y si lo que se dijo que se hizo efectivamente fue así. Por eso cualquiera puede ofrecer la luna y las estrellas, al fin que nadie va a revisar después si lo hizo, si hubo concordancia entre lo propuesto y los resultados conseguidos, entre las promesas y los hechos, entre los informes y la realidad. Y también por eso cualquiera puede no hacer nada en su puesto, e incluso hacer algo desfavorable (como negociar en lo oscurito o favorecer a alguien o gastarse el dinero en algo diferente a lo planeado) pues ni quien se entere y si se entera, nada sucede […]
II. La mentira como código [p. 299]
Una estructura colectiva
¿Significa todo lo que hemos dicho que podemos acusar de mentirosos a nuestros funcionarios, a nuestros políticos, a nuestros jueces, a nuestros eclesiásticos, a nuestros empresarios, a nuestros intelectuales y científicos, a nuestros medios de comunicación, a nosotros mismos los ciudadanos de este país [México]?
No, aunque parezca.
Porque la mentira, para que ocurra como ocurre y sea como es, es porque existe eso que Néstor García Canclini llama “un piso social” que la sustenta. Nuestros poderosos no podrían mentir si no fuera un código y una práctica socialmente compartidos, socialmente aceptados y firmemente establecidos que permiten que las cosas sean así.
Dicho de otro modo: cuando la mentira no es una conducta extraña que se cuestiona y hasta castiga sino que es un discurso de todos, repetido y reiterado, ya no es una decisión individual de quien la emite ni es tampoco algo que una persona pueda decidir cambiar. Porque para que esto suceda como sucede y sea como es, es porque se trata de un código cultural como diría Eco, de una “forma social de funcionamiento” como dirían Levi-Strauss y Bourdieu, de un esquema como diría Hjemslev, de una “estructura sociocultural” como diría García Canclini, de “una trama de significación” como diría Geertz, de “un paquete cultural” como diría Gamson, entendido esto como “el conjunto de sistemas para hablar, pensar, escribir y actuar, los dispositivos mediante los cuales se organizan los datos provenientes de la realidad”, y que parafraseando a Marx, se produce “más allá de la voluntad y hasta de la conciencia”.
Y es que, como afirmó Octavio Paz, toda sociedad funciona con un sistema de prohibiciones y autorizaciones, de lo que se puede hacer y lo que no se puede hacer, de lo que se puede decir y lo que no se puede decir y también de lo que se debe hacer y decir. Y las personas individuales no pueden librarse, no pueden estar por fuera ni por encima de ese sistema en la medida en que están insertas en y condicionadas por la sociedad, la historia y la cultura a la que pertenecen, porque dice Ariel Dorfman: “los modelos de comportamiento dominantes no se encuentran flotando en una entidad abstracta y lejana (sino que) anidan en esto que somos nosotros mismos”.
La cultura mexicana no sólo genera y permite sino que exige, aplaude y premia ese modo de funcionar. Si en México se miente es porque se puede mentir y más todavía, porque se tiene que mentir. En nuestro sistema cultural, de percepción, pensamiento y valores las cosas son así, o como diría Enrique Alduncin, así es como seleccionamos entre las alternativas posibles de modos y medios para la acción y así es como tomamos nuestras decisiones y elaboramos y justificamos nuestras conductas.
Estamos pues, hablando de un gran discurso colectivo, de una práctica en la que existe una base de acuerdo triple: la de que ése es un modo aceptado de funcionar, la de que ése es el modo de actuar de quienes tienen poder y también lo es de quienes los escuchamos y aceptamos. Es una práctica al mismo tiempo argumentativa, ideológica y simbólica.
Razones históricas
Este modo de ser del discurso público mexicano tiene sus raíces no en supuestas insuficiencias o complejos de quienes vivimos en este país y conformamos eso que se llama “el pueblo mexicano” –interpretación que prevaleció durante décadas, desde los años treinta a los años sesenta del siglo XX y que no ha muerto del todo– sino en muy concretas razones históricas.
Como diría Michel Foucault, el discurso de la mentira ha sido y es posible y factible porque durante quinientos años se han ido construyendo pacientemente sus condiciones de posibilidad culturales y mentales, de modo que recurrir a ella no es un modo de funcionar coyuntural y ni siquiera reciente, sino que es una forma enraizada en la historia.
Y es que nuestra cultura nació de una conquista violenta que hizo hasta lo imposible por liquidar a las civilizaciones que existían en el territorio, a sus religiones, costumbres y tradiciones y que además las humilló y descalificó, sometiendo a todo lo americano “a un proceso de desvalorización implacable”, a partir de un “exacerbado y puntilloso complejo de genérica superioridad europea”.
Eso obligó a los conquistados por una parte, a aprender un código en el cual pudieran esconder la vieja cultura y la vieja religiosidad, que estaban prohibidas, así como la rebeldía o desobediencia, que eran severamente castigadas y por otra parte, a usar palabras del idioma recién aprendido, de manera tal que dijeran aquello que los nuevos amos querían escuchar. Y el modo persistió y persiste hasta hoy, pues como dijo Octavio Paz: “La colonia ha terminado, no así el miedo ni la sospecha”.
La otra raíz histórica de este modo de funcionar, tiene que ver con el carácter profundamente autoritario de la cultura nacional, herencia tanto de las civilizaciones originarias como de la impuesta por los conquistadores. La nuestra ha sido una cultura en la que siempre alguien manda y decide y es dueño de todo el poder: tlatoanis, virreyes, caciques, presidentes, jefes. Ninguno de ellos es un servidor público, sino “amo y señor” dice Julio Scherer, el que “nombra, protege, concede, facilita y coarta” dice Carlos Monsiváis, el que “resuelve y decide todo, desde lo nimio hasta lo trascendental” escribe Luis Spota, “y su poder es tan enorme, que si quisiera podría torcer el destino que le viniera en gana”.
En una cultura así, moverse o no moverse, decir o no decir, hacer o no hacer, pueden afectar seriamente a una persona, al grado de que la posición, el empleo, la vida misma, dependen de haber hecho lo correcto en la opinión y desde la perspectiva del que manda. Por eso la necesidad de mentir, pues con tal de asegurarse y hasta salvar el pellejo, es necesario engañar o simular, exagerar o minimizar, ocultar o tergiversar, no dar información suficiente o decir medias verdades, diluir responsabilidades o de plano negar.
Por fin, una razón histórica más, es el imperialismo. Aunque la palabra pueda parecer pasada de moda, no así su realidad que es “la dominación de un Estado sobre otro para establecer una hegemonía económica, política y cultural”.
Nosotros [los mexicanos] siempre hemos estado dominados y presionados por algún imperio. O como lo pone Enrique Semo: “En cada etapa de desarrollo de la formación socioeconómica latinoamericana está presente la relación metrópoli-colonia”. Y si bien es cierto, como lo señaló Hanna Arendt, que existen muchas diferencias entre ellos, es un hecho que nos han sometido a sus designios y que han puesto y ponen sus intereses por encima de los nuestros y nos obligan a seguirlos […]
Razones lingüísticas
La España que nos conquistó no sólo impuso sus modos de gobierno y sus creencias religiosas sino también su idioma. Y el lenguaje es más que un conjunto de palabras y reglas gramaticales, es un sistema con el cual las personas representan y comprenden su mundo, le construyen y atribuyen sentido y significado y organizan sus creencias y sus prácticas. “Las personas no crean su vocabulario a partir de la nada, sino que lo heredan a partir de las concepciones en las que son socializadas” dice Jean Cohen, y en efecto, “no se habla como se quiere”, porque hay coerciones que pesan sobre nuestro lenguaje q1ue son de orden social, cultural e ideológico y que “determinan no nada más nuestra manera de hablar sino también el sentido de nuestras palabras”.
[…] Entre nosotros el discurso es siempre formal y complicado, diferente del de la mentalidad moderna en la cual las cosas se dicen en el menor tiempo posible y de manera directa y denotativa, siendo por el contrario, connotativo y simbólico. En nuestro lenguaje, como dice Michael Slackman “ser directo y decir la verdad no son los principios valorados, de hecho lo opuesto es la verdad. Se espera que las personas expresen alabanzas falsas y promesas no sinceras. Se espera que digan lo que sea con tal de evitar un conflicto o que ofrezcan esperanzas cuando no las hay […]
Eso es lo que nosotros aprendimos. Aprendimos a decir lo que no pensamos y a no decir lo que sí pensamos, aprendimos a decir las cosas de manera rebuscada y dándole muchas vueltas. Aprendimos que las palabras no sólo sirven para decir sino también para enredar, tergiversar, ocultar […]
Las dos funciones de la palabra
Entre ese pretender que porque se lo pone en palabras algo va a existir y el usar el lenguaje más como retórica que como expresión directa y clara, resulta que la palabra entre nosotros cumple dos funciones al mismo tiempo: es creadora de realidad y es discurso vacío […]
[…] la mentira no va a desaparecer porque a las nuevas generaciones las estamos educando en ella: ésa es la manera como están aprendiendo a funcionar. Ha servido para impresionar a los de afuera y engañar a los de adentro sin tenernos que creer de verdad esos valores ni mucho menos cumplirlos.
Acudir a la mentira no ha sido un error ni un accidente, sino como diría Ciro Gómez Leyva, una voluntad de los mexicanos, que la han (que la hemos) convertido en una manera de funcionar, en un código, en un paradigma, en un “candado cognoscitivo” diría Deepak Chopra, con el cual aprendimos a enfrentar las situaciones y a resolver los problemas.
Por eso por donde se le mire, por donde se le busque, en donde se le encuentre, brinca la mentira, brinca el doble discurso, salta la diferencia entre discurso y realidad.
Ésa ha sido y es nuestra verdad. La mentira ha estado con nosotros por mucho tiempo y como el dinosaurio del cuento de Tito Monterroso, sin duda lo seguirá estando por bastante tiempo más, porque la fantasía del país que somos, de la nación que hemos creado en el imaginario, hicieron de la simulación una necesidad y hoy requieren de la mentira para seguir existiendo.
III. Consecuencias de la mentira [p. 313]
La desconfianza
¿Pasa algo cuando se miente una y otra vez? ¿Tiene alguna consecuencia en la sociedad mexicana ese modo de funcionar del discurso público? […]
La doble moral
La única verdad es la mentira [p. 333]
Los extranjeros: ¿nuestros amigos?
Extranjero –dice el diccionario de la lengua española– es “quien viene del país de otra soberanía”.
En el territorio de lo que conocemos como México, se podría decir que muchos llegaron de otras soberanías: toltecas, mayas, aztecas. Pero a ésos no se les considera extranjeros, porque son también indios. Y se considera que los primeros extranjeros llegaron hace poco más de 500 años, pues ellos eran como dice Eric Hobsbawm “diferentes a mí, los que no son nosotros”.
Quizá por la forma agresiva en que llegaron y obligaron a los demás a aceptar sus modos, es que desde entonces se generó entre los nativos un desagrado por lo extranjero. Eric Van Young asegura que desde que “las primeras vacas de los españoles invadieron las milpas de los indígenas” se estableció un patrón prácticamente universal en contra de los fuereños, de los no nacidos en el lugar, de los que tienen otras características étnicas y hablan otro idioma [y dialectos]. Y desde entonces “las actitudes xenofóbicas fueron parte de la cultura y la mentalidad del campesino indígena” asegura ese autor y agrega: “El patrón en contra de los extraños fue prácticamente universal”.
Las actitudes xenofóbicas y los sentimientos antiextranjeros tuvieron su origen pues, en razones muy concretas, ya que los fuereños violentaron y obligaron, despreciaron y descalificaron, destruyeron y asesinaron. Por eso, según afirma un investigador “el odio fue sobre todo popular”.
No fue así en las élites criollas, al contrario. Ésas querían imitar en todo (y de modo casi sacramental como dice un estudioso) a los españoles y hasta exageraron en su esfuerzo por ser como ellos: más devotos, más formales, más barrocos. Pero al mismo tiempo sentían gran humillación por no tener el reconocimiento que creían merecer, al no poder ocupar puestos en el gobierno virreinal y no alcanzar jamás la categoría y el lugar que alcanzaban los peninsulares.
Con la independencia, el odio popular se manifestó abiertamente. El cura Hidalgo decía: “No conviene que, siendo mejicanos, dueños de un país tan hermoso y rico, continuemos por más tiempo bajo el gobierno de los gachupines. Éstos nos extorsionan, nos tienen bajo un yugo que no es posible soportar su peso por más tiempo, nos tratan como si fuéramos sus esclavos, no somos dueños aun de hablar con libertad, no disfrutamos de los frutos de nuestro suelo, porque ellos son los dueños de todo. Pagamos tributo por vivir en lo que es de nosotros. Pues bien, se trata de quitarnos ese yugo haciéndonos independientes, quitamos al virrey, le negamos la obediencia al rey de España y seremos libres; pero para esto es necesario que nos unamos todos y nos prestemos con toda voluntad. Hemos de tomar las armas para correr a los gachupines y no consentir en nuestro territorio a ningún extranjero.
El país independiente que es México, se fundó pues, sobre la idea de no consentir en nuestro territorio a ningún extranjero. Incluso las elites criollas terminaron por cancelar formalmente su hispanidad y se transformaron en mexicanos. “El 1835 –escribió Bulnes– el odio al extranjero alcanzaba proporciones deformes próximas al canibalismo” y en ese espíritu es que se redactó una manifestación popular dirigida al Congreso pidiendo la inmediata expulsión de todos.
[Y aquí vienen ahora las paradojas, las incongruencias, el antiextranjerismo mexicano “a discreción”, y el doble discurso antiextranjero, porque entonces] durante el siglo XIX se les pidió y rogó a los extranjeros que vinieran al país, no sólo a los ricos para que trajeran acá su cultura y sus inversiones, sino incluso a los trabajadores, a los que se invitaba para que “mejoraran” las cualidades físicas, las cualidades morales y la actitud hacia el trabajo de la gente de estas tierras porque “había que cambiar el carácter del pueblo –escribió Andrés Molina Enríquez–, hacerlo ilustrado y próspero, y para ello era necesario que vinieran europeos de tez pálida y raza rubia a mezclarse con los naturales, gente insuficiente en calidad.
Y sin embargo, a los que vinieron, atraídos por la oferta gubernamental, se les dieron tierras yermas [terrenos incultivables], salitrosas, estériles, un salario bajísimo, pésima comida, y se les hacía dormir en el piso “como perros y no como cristianos que somos” […] El maltrato [a estos trabajadores] fue tal, que de plano se regresaron a Veracruz donde hicieron un plantón de varios días exigiéndole al gobierno mexicano la repatriación y acusándolo de haberlos traído con engaños. ¡Y ésos eran los invitados!
De modo pues, que estamos hablando de un país en el que a los extranjeros se les ama y se les odia, se quiere impedir que entren al territorio y al mismo tiempo se les ruega que vengan y hasta se los manda traer, pero ya que llegan, se les trata mal.
La actitud ambigua, el doble discurso, se hizo muy evidente durante el siglo XX, pues por una parte se les abrieron las puertas a quienes huían de las guerras, las persecuciones, la pobreza y la discriminación, por igual si eran refugiados del derrumbado imperio turco que de la primera guerra mundial, de la guerra civil española que del nazismo, a los sudamericanos que en los años setenta huían de los gobiernos militares represores, que a los centroamericanos que en los años ochenta abandonaban su patria por la inestabilidad y en los noventa a gente del este de Europa que huía de las limpiezas étnicas.
Pero al mismo tiempo a fines de los años veinte se expidió una ley que pretendía impedir a los sirios, libaneses, armenios, hindúes, turcos, palestinos y árabes que se mezclaran con los nacionales porque “producen degeneración en sus descendientes”, y a los judíos y a los chinos se trató de plano de impedirles que vinieran al país, a aquéllos [los judíos] “por sus características psicológicas y morales, por su sistemática rebeldía, por su egoísmo” y a éstos [los chinos] por considerarlos “hombres de instintos salvajes”, “raza indolente y perezosa”, “ruin y abyecta”, “con lacras físicas y costumbres repugnantes” [Y como he comentado ya en http://knol.google.com/k/an%C3%B3nimo/racismo-en-m%C3%A9xico/19j6x763f3uf8/102 , los judíos que vivían en México para los años 1930-1950 se salvaron “por un pelito”, porque de haber quedado José Vasconcelos de presidente habrían sido echados de México, en el mejor de los casos, porque en el peor de los casos Vasconcelos, excelente alumno de Hitler, Mussolini y Franco, quién sabe qué habría hecho con los judíos mexicanos, o mejor dicho, considerando lo que hizo Hitler con los judíos en Alemania, sabríamos muy bien la suerte que habrían corrido miles de judíos residentes en México. Exponemos aquí algunas palabras del libro Arrebatos Carnales. Las pasiones que consumieron a los protagonistas de la historia de México, del autor Francisco Martín Moreno, editado en 2009 por Planeta] Confieso, lo confieso: intenté ser gobernador de Oaxaca y perdí […] Intenté ser presidente de la República [de México] al ganar las elecciones de 1929 y volví a perder […] Mi última gran oportunidad de hacerme del poder la perdí cuando los Aliados derrotaron a las Potencias del Eje, en 1945. Era claro que Hitler ya no podría ayudarme a materializar mi más caro anhelo. [Francisco] Franco negoció en forma truculenta con Roosevelt y Truman de tal manera que mi querido dictador español se olvidó de impulsar el fascismo en América, de acuerdo a sus intereses políticos […] A lo largo de las páginas de [la revista] Timón, sostuve y sostuvimos que «Hay que hacer limpieza» y abogar por la expulsión de elementos judíos de la República Mexicana… «México no puede transformarse en la cloaca máxima de todos los detritus que arrojan los pueblos civilizados.» […] «Hasta las piedras saben que la democracia quedó enterrada desde el día en que los principales pueblos de la época entregaron sus destinos, ya no la libertad de sufragio, como en las pequeñas repúblicas medievales de Italia, o de España, sino a las mafias judeo-masónicas que han venido explotando el afán y la angustia, la inocencia y la desventura de las naciones.] En los años setenta, a los que vinieron del sur del continente se les llamó “subamericanos” y a los centroamericanos se les deportó casi en su totalidad. Y a los que a pesar de eso pretendieron seguir viniendo al país, las autoridades mexicanas les aplicaron una serie de medidas administrativas destinadas a controlar su afluencia y se cometieron con ellos toda suerte de barbaridades; golpearlos, incomunicarlos, humillarlos, robarles, violarlos.
[En México] Un maltrato similar sufren todos aquellos que no son blancos, rubios, altos, o que no vienen de países occidentales ricos […]
[Los prejuicios en México afectan también el antiextranjerismo] Como el de considerar que todos los extranjeros nada más vienen a México para buscar fortuna y para explotar y desposeer a los naturales: “Casi todos los extranjeros que solicitan carta de ciudadanía, obedecen sólo a una baja necesidad de orden mercantil”, escribió un autor. Allí está el poema que lo dice abiertamente: “El extranjero mamando y tus hijos por los suelos” […] Muchos, muchísimos [extranjeros], llegaron al país a instalarse y a integrarse y a convertirse en mexicanos. Como dice también un verso: “Aunque soy de raza conga, yo no he nacido africano, soy de nación mexicano”.
Pero de todos modos, en México “toda presencia extranjera produce una reacción de afirmación nacionalista” […] ¿Será por eso que el artículo 33 de la Constitución permite sacar del país a cualquier extranjero “cuya permanencia se considere inconveniente” y que un extranjero no puede ser propietario de tierras hasta 300 kilómetros de las zonas costeras y que el artículo 32 dice que “los mexicanos serán preferidos a los extranjeros en igualdad de circunstancias para toda clase de concesiones y para todos los empleos”? ¿Será por eso que todavía a fines del siglo XX, Ignacio Bernal pretendía “colocar a Mesoamérica entre las civilizaciones de primer cuño o de primera generación, es decir, que no descienden de otras sino arrancan de una matriz primitiva”, Miguel León-Portilla explicaba la grandeza de las culturas prehispánicas “como producto del aislamiento de milenios y de no tener contacto con el exterior”, y Cecilia Cortina aseguraba que “México no es un territorio corrompido por influencias extrañas”?
Lo que sí es evidente, es que existe doble discurso hacia los fuereños:
[Como explica la autora, aunque los gobiernos de México han dicho que no hay prejuicios con respecto a los extranjeros, México] es francamente antiextranjero, por su “sustrato psíquico” […] lo cual no impide a los hombres [mexicanos] preferir a una prostituta de Europa Oriental por sobre una nacional ni a las mujeres [mexicanas] teñirse el cabello de color rubio cuando pueden hacerlo. Y en lo que tiene que ver con las elites […] el rechazo tiene una “gradación”: no se rechaza igual a un chino que un alemán [de la misma manera que no rechaza igual a un salvadoreño que a un argentino]. Muchos [en México] darían la vida por casar a sus hijos con un inglés o un canadiense [aunque fueran obesos, enfermos, drogadictos o “buenos para nada”], pero en cambio no podrían soportar que sucediera lo mismo si se tratara de un africano o de un “subamericano” [aunque fueran corporalmente normales y sanos, y honestos trabajadores]
Y es que unos por gachupines, otros por asiáticos, los judíos por sólo interesados en el dinero, los gitanos por ladrones, los latinoamericanos por inferiores, los negros por negros, la cosa es que hay prejuicios muy hondos y muy extendidos contra los extranjeros […]
La costumbre de culpar de todo [en México] a los extranjeros se reitera a cada paso […]
Hay en estas formas [antiextranjeras] de ver las cosas una arrogancia mezclada con resentimiento, una aversión mezclada con desprecio hacia el otro, lo diferente, lo “no yo” como dice Pierre André Taguieff, que termina por “apartarse tristemente de la crítica y caer en el insulto y las generalizaciones agresivas fundadas en la esencia de razonamientos concretos” como afirma Carlos Monsiváis.
Buena parte del antiextranjerismo sin duda tiene que ver con actitudes defensivas frente al hecho de que muchos de los inmigrantes nunca aceptaron a las culturas que encontraron en México, que les parecieron primitivas y llenas de absurdos. En particular a los indios y mestizos se les consideró inferior y muchos no tuvieron deseo ni intención de mezclarse con ellos.
Extranjeros fueron los que inventaron el mito de que el mexicano era haragán, borracho e incapaz, y que México era un país en el campeaban la anarquía, la inseguridad, la corrupción y la ineficiencia, “un país sin ley y lleno de gente estúpida” escribió Graham Greene, “un país de gente con vicios, pocos hábitos de trabajo, escasa moralidad y costumbres perniciosas”.
Seguramente por eso hasta el día de hoy [en México], los franceses tienen sus propios deportivos, los americanos sus propios clubes, los alemanes sus propias escuelas, los judíos sus propios cementerios, los chinos sus propios restaurantes, los norteamericanos sus hospitales, los rusos sus cuartetos de cuerda y hasta las prostitutas conservan su extranjeridad argentina o checa en este mundo mexicano. Se casan entre ellos, siguen usando sus nombres, comiendo sus platillos, aunque incorporen alguna que otra costumbre y expresión, cierta relación con la fiesta y con el color.
Pero si lo extranjero en general desagrada [en México], la palma se la llevan los estadounidenses o “gringos”.
Y es que la relación con los Estados Unidos es la de una larga historia de conflictos y dificultades, malentendidos y agresiones: “La capacidad de ambos países para crear malentendidos en ocasiones parece ilimitada” escribió Robert Pastor.
Las razones que hay detrás de esas dificultades se remontan al siglo XIX, a los años treinta cuando la ambición por tierras hizo que se instalaran colonos en las zonas deshabitadas de Tejas, que luego se separaría de la República mexicana y se incorporaría a la federación norteamericana; a los años cuarenta, cuando los norteamericanos invadieron a México y lo justificaron con una retórica según la cual, ellos habían sido elegidos por la Providencia para un gran destino que se realizaría aumentando su territorio y al establecimiento de la llamada “doctrina Monroe” en la cual se afirmaba que Estados Unidos intervendría en los países americanos si en opinión de su gobierno veía algún peligro para su seguridad o para su tranquilidad.
Para los estadounidenses, sigue siendo válida la copla [que se conoce desde principios del siglo XX, es decir 1910]:
Mí ya se marcha para mi tierra
porque en México no poder estar
estar muy bárbaros…
y americanos querer matar.
[Hay que recordar aquí que a los estadounidenses también se les acusa en México de introducir en este país “eminentemente católico romano” (?) sus formas religiosas, como lo expone la autora en la p. 142 de su libro] En México también se dio ese proceso [el de creer en el catolicismo o cristianismo de muy variadas maneras] Algunos creen que se debió a la manipulación externa (y acusan sobre todo al “diablo” norteamericano que quiere invadirnos a través de sus formas religiosas) […] “[México] No es necesariamente un país católico, pero es un país muy religioso y que está abierto a cualquier oferta. Aquí cualquier oferta prende rápidamente” […]
[…] La actitud de hostilidad hacia los extranjeros tiene como resultado y consecuencia la falta de interés en lo que pasa afuera de México. Los diplomáticos mismos se quejan de que “la política tiene poca o ninguna importancia”. Y estamos tan encerrados o cerrados sobre nosotros mismos, que el mundo se puede caer y seguimos como si nada.
Así fue durante los conflictos étnicos en el este de Europa y durante las guerras civiles y las hambrunas en África, cuando la brutal crisis financiera en Argentina y cuando un tsunami devastó el sur de Asia. Este último caso sirve como buen ejemplo de lo que digo: el presidente Fox tardó más de un mes en enviar dos buques con alimentos y medicinas y una turista mexicana entrevistada en el lugar dijo que “mejor se iba a Europa a seguir sus vacaciones porque allí todo estaba muy feo”.
[En México existe un racismo muy marcado, y el amor por el color blanco o raza blanca, es decir la raza caucásica, la estatura alta, los cuerpos bien formados al estilo europeo, el pelo rubio, los ojos azules o verdes, etc., llega a ser en algunos casos enfermizo, socialmente dañino y afectante hasta para la salud física] Dice la leyenda que decenas de ojos miraron por detrás de las cortinas al austriaco Maximiliano de Habsburgo cuando llegó a México porque no podían creer el color de sus ojos azules y la mata de su barba rubia, y el escritor Fernando del Paso cuenta que el presidente Juárez lo miró en silencio durante más de media hora cuando ya estaba muerto, impresionado por su estatura. En las novelas mexicanas los ojos azules y la tez blanca embelesaron por igual a Juan A. Mateos [1831-1913] que a Mauricio Magdaleno [1906-1986] (“Blanca como nube, con cabellos de elote [maíz] y nariz imperceptiblemente levantada, boca pequeña, dentadura magnífica y ojos azules, duros como el cielo”) y hasta a Carlos Fuentes. Los extranjeros han sido paradigma de forma de vida y de costumbres, incluso modelo estético […]
Los indios: ¿nuestros iguales?
En el paisaje visual de México están (siempre han estado) los indios: los vemos en los pueblos y rancherías, en los campos y cerros, en las calles de las ciudades, con su piel cobriza y su corta estatura, con su miseria a cuestas y sus “particularidades fenomenológicas” como les llama José del Val: su indumentaria, sus artesanías, sus maneras de hablar.
Los indios también están en nuestro paisaje discursivo, porque el discurso, sea el oficial o del de oposición, sea el dominante o el alternativo, los saca a colación con el menor pretexto, unas veces (dependiendo de la época y las modas ideológicas) para acusarlos y culparlos de nuestro retraso y otras para alabarlos y considerarlos nuestra esencia y fundamento.
Y por fin, los indios están en nuestro paisaje cultural, en algunos giros lingüísticos, en cierta estética, modas y costumbres, particularmente las festivas y las culinarias.
Donde no están es en nuestro paisaje auditivo (no los oímos) ni es nuestro esquema mental (pues para los no indios, los que sí lo son no existen como seres humanos sino solamente como estereotipos).
¿Qué es un indio?
El vocablo fue creado por los colonizadores para designar a los pobladores que ya vivían en el territorio cuando ellos llegaron a este lado de la mar Océano. Como a la tierra recién descubierta le llamaron “Las Indias”, a sus habitantes les llamaron “los indios”, sin hacer distinciones ni étnicas ni culturales entre los muchos y muy diversos grupos [a la llegada de los europeos a México existían en este país unos 170 grupos de “indios” diferentes, si tomamos en cuenta la clasificación de lenguas o idiomas]. Por eso Guillermo Bonfil [Batalla, antropólogo y etnólogo mexicano, 1935-1991] decía que la palabra indio es una categoría que “no denota ningún contenido específico de los grupos que abarca, sino una particular relación entre ellos y otros sectores del sistema social global del que forman parte”.
Y en efecto, lo único que sin duda sí denota el vocablo es que se trata de un “otro”, de un “diferente”.
Sin embargo, el término se sigue utilizando, porque sirve para designar algo realmente existente: eso que Víctor M. Toledo llama “el sector descendiente de la matriz mesoamericana”, es decir, aquellas personas que a pesar de que tienen características antropomórficas, culturales y lingüísticas diferentes, así como grados distintos de desarrollo, tienen, como afirma Guillermo Bonfil, “un proceso civilizatorio único que les otorga una unidad básica más allá de sus diferencias y peculiaridades”. Estas peculiaridades, dice Jean Piel, son principalmente, ciertos modos de producción, particularmente la agrícola pero también la minera y la artesanal y ciertos rasgos generales que constituyen uno de los elementos fundamentales de su identidad cultural, y que tienen que ver con la religión, la estructura de la vida comunitaria, la relación con el trabajo y con la naturaleza, o como apunta López Austin, “una peculiar manera de concebir al mundo y de obrar en él”.
Hoy día, a esa perspectiva a partir de la cual se identifica al indio, se le agrega una más según la cual nos preguntamos si indio es quien así se considera y se autoatribuye esa condición o si lo es aquel a quien desde afuera así lo consideran y se lo atribuyen.
[…] A los europeos no les gustó lo que vieron [cuando llegaron a América]: les desagradó la gente que encontraron, con sus extrañas costumbres y su creer en muchos dioses. Y entonces, pues simplemente lo descalificaron: “Nada quedó a salvo, todo fue sometido a un proceso de desintegración y desvalorización implacable”, escribió Enrique Florescano. De entonces son ideas como la que escribió Juan de la Puente en un libro muy leído en el siglo XVI: “Influye el cielo de la América, inconstancia, lascivia y mentira, vicios propios de los indios”. Y de entonces es que dudaron de si se les podía considerar humanos y si tenían alma. Tuvo que llegar un papa para decretar que sí lo eran y sí la tenían […] (Sefchovich, 2008).
[Desde principios del siglo XX, el periodista mexicano, chiapaneco] Ángel Pola empezó a denunciar […] los secuestros de niños [en México] […]
[En cuanto a los partidos en México] Los de izquierda no han podido unirse ni, lo que es más grave, han sabido elaborar un programa de veras nacional que, simultáneamente, sea viable y corresponda a la realidad real de México. La derecha no existe, al menos como pensamiento político. Hay que repetirlo: nuestra obtusa derecha no tiene ideas sino intereses […] No sé si el desfallecimiento de los partidos sea el anuncio de su próximo fallecimiento […] El Gobierno vive y crece a expensas de la sociedad. La izquierda y la derecha, el líder obrero y el banquero, el periodista y el obispo, todos vivimos de hinojos [de rodillas] ante la silla presidencial […]
Sobre México, opinaba sólo entre sus amigos, discreto: “Va para atrás y sus banderas se encogen” […]
[…] los expresidentes [de México] forman una mafia. Pueden aborrecerse entre sí, pero tenían por sagrado el principio de la asociación delictiva: la complicidad.
[Después del presidente mexicano] Manuel Ávila Camacho […] amante de la riqueza y hermano de Maximino, voraz y criminal [siguen] […] en estricto orden cronológico, 13 presidentes asociados a la inseguridad desatada en el país [México] y al hambre que padece más de la mitad de su población, a hombres, mujeres y hasta niños en fuga a los Estados Unidos, víctimas de la incertidumbre que se volvió de todos los días.
La víspera de nuestro encuentro, Del Toro, Iñárritu y Cuarón, acompañados de sus esposas, habían concurrido a una comida en Los Pinos. Sabiéndolo independiente, le pregunté a Del Toro con la curiosidad natural de un reportero:
–¿Por qué fuiste?
–Porque soy un político amateur.
Quise saber del presidente Calderón:
–¿Qué te pareció?
–Creo que por ahí no está la solución de los problemas […] (Scherer, 2008) […]
Hacia la calidad integral sin fronteras
[1] Revista mexicana Proceso, 2009, No. 1680:46-49.
[2] Incluyo en este apartado algunas consideraciones acerca de México y los mexicanos, desde el mismo encuentro de las culturas europeas e indoamericanas en este país, que expuse en una conferencia destinada a los estudiantes de Interpretología y Traductología, intitulada “La imagen de los mexicanos analizada y contada por ellos mismos”.
[3] Recomendamos la lectura de estos génesis mesoamericanos. Estos textos que tratan la creación del mundo y del hombre, según la visión de los prehispánicos del área, son sencillamente fascinantes. Para los antiguos mesoamericanos el mundo era rectangular, y fue creado después de varios intentos de creación, por ensayo-error. Los límites del mundo estaban establecidos por la salida y el ocaso del sol. Si observamos con deteniendo, podremos apreciar que a imagen de “su” mundo, es decir rectangular, se construyeron los pueblos, las milpas, los templos, los altares domésticos y muchos vestidos o ropas, todos rectangulares. También había colores importantes en esta cosmogonía mesoamericana. Así, por ejemplo, los mayas distinguían el norte con el blanco, el este con el rojo, el sur con el amarillo y el oeste con el negro. Para los antiguos mayas, los monos descienden de unos hombres de madera –criaturas amarillas, secas, sin sangre, sin expresión, ingratos, irrespetuosos con los dioses y de inteligencia limitada– que habitaban los árboles.
[4] La interrogación y el entrecomillado son nuestros.
[5] El misoneísmo es la tendencia del individuo a perpetuar el comportamiento ya admitido por el grupo social a que pertenece. Especialmente en las sociedades más tradicionales, el misoneísmo expresa el temor a la ruptura de un equilibrio frágil y difícilmente conseguido. La oposición a todo lo que es nuevo está integrada no sólo por la reacción del sujeto ante las fuerzas exteriores, sino también por el ritmo de su propia actividad mental, que tiende a adoptar cierta constancia en sus convicciones.
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