Abstract
Lexicografía, Lexicography, Лексикография, Lexicografia, Lexicographie, Lexikografie, Lessicografia
[…] En sentido amplio la lexicografía es la disciplina lingüística cuyo objeto consiste en la elaboración de los diccionarios de lengua […] la primer obra lexicográfica escrita en castellano fue realizada por Alonso Fernández de Palencia (Escritor, traductor y cronista castellano, Osma 1423-† 1492), y se publicó en 1490 en España bajo el título de Universal vocabulario en latín y romance, de los Nueve Libros de la guerra contra los moros granadinos […] Cuba fue el primer país de América en publicar un diccionario de provincialismos: Diccionario provincial, de Pichardo, en 1836 […]
La primera versión de esta conferencia se impartió en septiembre de 1991 en México, Distrito Federal, en la Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM, en el I Encuentro Internacional de Profesores de Portugués
En realidad la lexicografía es muy antigua; pero tenemos que destacar que esa antigüedad no ha dejado verdaderos diccionarios y sí un cierto número de glosarios –palabras raras, dialectales, etc.– que remontan la época alejandrina.[3] También se deben destacar los análisis que hicieron los latinos a partir del siglo de Augusto,[4] dado que ellos dedicaron numeroso trabajos a la investigación y reflexión en torno a la lengua que empleaban los grandes escritores y acerca de los términos de la historia, la geografía, etc.
Un periodo importante en la historia de la lexicografía es la edad media, donde encontramos obras lexicográficas que por el tipo aparecen distribuidas en cuatro grupos:
1. Las glosas, insertas en el texto o en una nota.
3. Los léxicos metódicos, colecciones a menudo bilingües de palabras clasificadas por materias.
4. Los léxicos alfabéticos, sobre todo latinoespañoles.
Según Haensch y otros (1982: 107), la primer obra lexicográfica escrita en castellano fue realizada por Alonso Fernández de Palencia (Escritor, traductor y cronista castellano, Osma 1423-† 1492), y se publicó en 1490 en España bajo el título de Universal vocabulario en latín y romance, de los Nueve Libros de la guerra contra los moros granadinos.[6] Según la Gran Enciclopedia Larousse, la primer obra lexicográfica que se realizó en lengua española se debe a Antonio Martínez de Cala, llamado Elio Antonio de Nebrija[7] (Lebrija 1441-Alcalá de Henares 1522), que fue un humanista español. Esta obra se intituló Vocabulario de Romance en latín (1492), y fue un esfuerzo de adaptación al latín de palabras que encerraban un concepto nuevo (GEL, t. 14: 6509). La tarea de Nebrija en la actividad lexicográfica castellana es decisiva, dado que “sólo con él se plantea de un modo riguroso y trascendente el oficio de hacer diccionarios. Él rompe con la barbarie de los autores medievales para crear, seriamente, una ortografía de la lengua vulgar e interpretar, gracias a ella, la estructura fonética del castellano” (Haensch y otros, 1982: 107). Nebrija publicó también un diccionario latino-catalán en 1507 (Haensch y otros, 1982: 107). Dentro de esta primera tendencia, en la que la lengua vulgar tiene un papel instrumental y a lo que se pretende llegar es al conocimiento del latín a través del castellano, están las obras Thesaurus utriusque linguae hispanae et latinae omnium correctissimus, de B. Henríquez, escrita en Madrid en 1679 (Haensch y otros, 1982: 109); el Thesaurus hispano-latinus, de V. Requejo, escrita en Madrid en 1717 (Haensch y otros, 1982: 109) y la obra de Salas (GEL, t. 14: 6509).
A finales del s. XV y principios del s. XVI se incrementan las relaciones internacionales de los españoles con otros pueblos vecinos y crece el interés por el conocimiento de otras lenguas, y, a la inversa, los extranjeros quisieron conocer el español. De aquí que aparecieran muchos diccionarios y tratamientos de vocabularios que con diferentes objetivos se diseminaban entre los grupos de lectores, científicos e intelectuales. De tal manera apareció en España, gracias a la actividad clerical-evangelizadora del franciscano Pedro de Alcalá entre los mudéjares andaluces, y por encargo del arzobispo de Granada, Hernando de Talavera, el diccionario castellano-árabe en alfabeto latino que lleva por nombre Vocabulista arábigo –o Vocabulario arábigo en lengua castellana– y el Arte para saber ligeramente la lengua arábiga, escritos ambos en 1505. Estas dos obras, más otras escritas por este fraile (Haensch y otros, 1982: 107) son de gran importancia para los estudios dialectales y sociolingüísticos de la lengua española y de España en general, debido a que reflejan particularidades del dialecto árabe granadino del s. XV e informan sobre las costumbres de la sociedad evangelizada. Pedro de Alcalá aprovechó los estudios de Nebrija para confeccionar sus diccionarios. Estos diccionarios poseían un objetivo proselitista.
Dentro de esta corriente didáctica se sitúan los vocabularios publicados en 1570 del padre Bartolomé de Las Casas (Sevilla 1474-Madrid 1566), primer sacerdote ordenado en América, en 1512, primer hombre que se atreviera a hacer una denuncia valiente y sincera de los abusos del colonialismo; del inglés Percivale en 1599 y del francés Palet en 1604, así como el del también francés Oudin en 1607, que fue profusamente copiado. Con el s. XVII se asistió al pleno desarrollo de la ciencia lingüística española, en que se estudió el castellano aisladamente, sobre todo desde puntos de vista nuevos, como son el histórico y el etimológico. Después de los trabajos de Francisco Sánchez de las Brozas, llamado el Brocense[8] (Brozas 1523-Salamanca 1601), en 1580; López Tamarid –no muy conocido– en 1585 y Valverde,[9] publicados en 1600, que tienen carácter precursor, destacan las obras de Bernardo de Alderete (o Aldrete, Málaga 1565-Córdoba 1645), filólogo e historiador español autor de la obra Del origen y principio de la lengua castellana (1606), en la que formula una serie de leyes fonéticas que, en parte, no han perdido validez; de Francisco del Rosal, autor de Origen y etimología de todos los vocablos originales de la lengua castellana o española (1601) y Sebastián de Covarrubias y Horozco, gramático español (Toledo 1539-1612), hijo del escritor español Sebastián de Horozco. Covarrubias, versado en lenguas latina, griega y hebrea, escribió el Tesoro de la lengua castellana o española, obra lexicográfica escrita probablemente entre 1606 y 1610, y publicada en 1611. Su finalidad es, primordialmente, investigar las etimologías, pero en algunos puntos la obra se asemeja más a una moderna enciclopedia. Covarrubias hace constar los neologismos y arcaísmos, los vocablos rústicos y groseros, al mismo tiempo que resalta los que considera poéticos. Justifica la introducción de extranjerismos por el carácter cosmopolita de la corte. Constituye además una interesante fuente de información sobre las costumbres y curiosidades de su época. El “criterio de autoridad” por el que se rige Covarrubias es relativamente amplio, pues tiene en consideración tanto a los poetas y autores cultos como a las obras de carácter popular y tradicional –romancero viejo, coplas y cantares tradicionales, etc.–. Esta actitud está generalizada en los llamados “humanistas vulgares” de su tiempo, y se debe, en parte, al hecho de que la eclosión literaria del siglo de oro estaba todavía en sus inicios (GEL, t. 22: 10747). La obra de Covarrubias constituye la más importante contribución del siglo de oro a los trabajos lexicográficos: es una obra ambiciosa, muy extensa, que abarca todas las ramas del saber y que, junto al estudio de los problemas propiamente lingüísticos, reúne muchos materiales de orden médico, histórico, folklórico, etc. (GEL, t. 14: 6509).
Hacer un diccionario ni es fácil ni es trabajo para cualquier inexperto –aunque se respeten los buenos intentos y, en caso necesario, ¡adelante!–, sobre todo cuando vemos los grandes problemas que presenta la instrucción básica y universitaria a nivel internacional, las influencias foráneas –del inglés en los demás países del mundo y del español en el inglés estadounidense–, los lenguajes empleados en la radio y la televisión –de periodistas y comunicólogos– y las variaciones lingüísticas que se producen a partir de las revoluciones políticas o culturales, todo lo cual requiere de buenos lingüistas, de buenos gramáticos, de buenos lexicógrafos que resuelvan los tantos problemas que de estas situaciones se desprenden. La cuestión no radica en que se sea “purista” o “liberal” a la hora de trabajar la lengua. La cuestión radica en para qué distorsionar o cambiar lo que ya se tiene en la lengua. Si no tenemos una unidad léxica determinada o una significación determinada, que denote un fenómeno, proceso, algo nuevo, especial, etc., pues entonces tomémosla, eso es razonable, necesario; de lo contrario, si ya tenemos una unidad que refleje lo deseado de manera suficiente, en cualquiera de nuestras variantes dialectales del español, entonces respetemos nuestra lengua y trabajemos como lo que somos: verdaderos académicos.
Los principales problemas que aparecen ante el lexicógrafo son:
1. Determinación de la época en que hay que estudiar la historia del léxico.
2. Selección de las palabras que se han de adoptar –lenguas técnica, popular, tabú, etc.
3. Clasificación de los sentidos –histórico, lógico, etc.
4. Orden de presentación escogido –alfabético, nocional.
5. Número y naturaleza de los ejemplos citados –lengua literaria o lengua hablada.
6. Utilización de las ciencias afines –etimología, lexicología, etc.
Creo que hay que destacar, en especial, los siguientes:
Para la lengua española en general:
· Diccionario de la lengua española, de la Real Academia Española.
· Gran Enciclopedia Larousse.
· Diccionario ideológico de la lengua española, de Julio Casares.
· Diccionario de uso del español, de María Moliner.
· Diccionario crítico etimológico de la lengua castellana, de Joan Corominas.
· Enciclopedia del idioma, de Martín Alonso.
· Diccionario de Dudas y dificultades de la lengua española, de Manuel Seco.
· Diccionario gramatical y de dudas del idioma, de Emilio M. Martínez Amador.
· Diccionario de incorrecciones, dudas y normas gramaticales, de F. Pérez Corripio.
Para la lengua española hablada en América Latina en general:
· Diccionario de americanismos, de Francisco J. Santamaría.
· Diccionario de americanismos, de Augusto Malaret.
· Diccionario de americanismos, de M. A. Morínigo.
Para las variantes regionales, por país, del español de América:
Hispanoamérica tiene muchos diccionarios de provincialismos o regionalismos, como también los tiene España. En la mayoría de los casos, un solo país llega a tener más de cinco de estos diccionarios. México es ejemplo de ello.[11] Algunos de los más conocidos son:
· Catauro de cubanismos, de Fernando Ortiz.
· Diccionario de arjentinismos, de Alejandro Segovia.
· Diccionario de chilenismos, de Manuel Antonio Román.
· Diccionario de guatemaltequismos, de Lisandro Sandoval.
· Diccionario de mejicanismos, de Francisco J. Santamaría.
· Diccionario de nicaraguanismos, de H. A. Castellón.
· Diccionario de peruanismos, de Arona.
· Diccionario provincial –de Cuba–, de Pichardo.[12]
· Dominicanismos, de Manuel A. Patín Maceo.
· Fuera del diccionario, de Ecuador, de Justino Cornejo.
· Léxico cubano, de Juan M. Dihígo.
· Lexicografía antillana, de Cuba, de Alfredo Zayas.
· Vocabulario costeño, de Colombia, de Adolfo Sundheim.
· Vocabulario de provincialismos, Puerto Rico, de Malaret.
Para la lengua inglesa:
El inglés es un idioma que se habla y escribe en todos los continentes, de ahí que las diferentes áreas anglófonas tengan también sus diccionarios de provincialismos para la lengua inglesa. Ahora bien, de manera general, el inglés que se emplea en México es el inglés estadounidense.[13] De las obras lexicográficas, monolingües o bilingües, más conocidas del sistema lingüístico inglés:
· Diccionario internacional inglés-español, español-inglés Simon and Schuster.
· Diccionario de expresiones idiomáticas y modismos ingleses, de G. O. González.
· Diccionario de dudas inglés-español, de J. Merino.
· The Morrow Book of New Words, 8500 Terms not yet in Standard Dicctionaries, de N. H. y S. K. Mayer Quill.
· Webster’s Third New International Dictionary, of the English Language.
PARTE DE LA BIBLIOGRAFÍA GENERAL
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Chernávina, Liudmila I. y Fernando A. Ruano Faxas (1987). “La traducción de la literatura científico-técnica II”, en Revista Santiago, 65: 35-61.
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Gili Gaya, Samuel (1960). “Prólogo” al Tesoro Lexicográfico. Madrid, VII ss.
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– (2004). “Algunos recursos para valorar la comunicación a través del lenguaje oral, del lenguaje escrito y del lenguaje corporal: El área geográfica y los climas, Esferas socioculturales, Los estilos, La edad, El sexo, El tabú lingüístico y la Comunicación no Verbal”, en Diplomado Inicial en Traducción. Módulo XV. Sociolingüística y Textología aplicadas a la traducción. México, Universidad Iberoamericana-Educación Continua.
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The Linguistics Encyclpedia (1991). London, Routledge.
Hacia la calidad integral sin fronteras
[1] Recuérdese que la palabra morfema abarca sentidos muy diferentes en dependencia de los autores. Para los lingüistas de la escuela española el morfema sirve para relacionar a los semantemas –elemento de la palabra portador de la significación– en la oración y delimitar su función y significación. Semantema es lo mismo que lexema (Lázaro Carreter: 361). Semantema es la parte esencial de la palabra que posee el significado léxico en abstracto, esto es sin concretar en ninguna clase o categoría sintáctica, por lo que se corresponde básicamente con el lexema. Por ejemplo, {escrib} es el semema de una extensa familia formada por escribir, escritor, escritura, etc. (Cerdà, 1986: 263). El semema es el conjunto de rasgos semánticos o semas que se reúnen en un vocablo lexicalizado. Por ejemplo, el conjunto de semas [animado], [humano], [-varón] y [adulto] forma el semema mujer (Cerdà, 1986: 264). El sema es el rasgo semántico mínimo postulado a raíz de un determinado análisis del significado de elementos léxicos. La disposición sistemática de semas determina el campo semántico. Así, por ejemplo, el lexema {niño} puede descomponerse semánticamente en semas tales como [animado], [humano], [-adulto], etc. (Cerdà, 1986: 262). Un campo es el ámbito de estructuración de los elementos lingüísticos de cualquier rango –cada uno de los niveles jerárquicamente ordenados en que se divide un enunciado; por ejemplo: oración sintagma lexema (+ morfema) sílaba fonema. También la palabra rango se emplea en estadística lingüística para designar el número de orden de una palabra dentro de una lista de frecuencias en orden decreciente. Así, la palabra más frecuente tiene un rango uno, la siguiente, rango dos, y así sucesivamente. Según Mounin (1982: 31), el campo semántico es el conjunto de las unidades léxicas que denotan un conjunto de conceptos incluidos dentro de una etiqueta que define el campo.
[2] Tecnolecto o microlengua son subcódigos de una lengua de uso especializado en un dominio particular y orientado hacia una única función referencial; se caracteriza por la carencia de ambigüedad, polisemia, sinonimia o connotación, por la esencialidad de los módulos sintácticos y por falta de una evolución interna: ejemplos de ello pueden ser el tecnolecto de la electrónica o el de los operadores turísticos (en cuanto se refieren a una gama de argumentos previsibles como las reservas, el modo de pago, el alojamiento, etc.) (Raimondo, 1991: 272). El tecnolecto es el vocabulario técnico propio de una especialidad profesional; por ejemplo, el de la química, la informática, etc. (Cerdà, 1986: 280).
[3] En lingüística, la época alejandrina se refiere a la escuela de gramáticos griegos de los ss. III y II a.J.C., los cuales, preocupados por la investigación, el restablecimiento y la lectura de los textos de la literatura clásica, cuya lengua difería sensiblemente de la que se hablaba en su época, publicaron tratados de gramática para explicar estos textos y preservar el griego de la corrupción. Sentaron ante todo la idea de que la lengua escrita era más pura, más correcta que la lengua hablada, idea que se ha conservado, hasta la época contemporánea, en la base de la descripción gramatical (GEL, t. I: 331).
[4] El siglo de Cayo Julio César Octavio Augusto (Roma 63 a.J.C.-Nola 14 d.J.C.), hijo de una sobrina de César (Cayo Julio, Roma 100 ó 101 a.J.C.-id. 44 a.J.C.), que está dado por el reinado de este emperador, es un periodo importantísimo en la historia de Roma, Italia y el mundo. Este emperador fue muy hábil, inteligente, modificador de las viejas instituciones de la república, constructor, remodelador de Roma, y definidor de nuevas categorías sociales. La paz, la estabilidad devuelta a la sociedad y a la religión y la tentativa de “orden moral” explican la celebración universal de las cuatro virtudes cardinales del emperador: el valor, la clemencia, la justicia y la piedad, todo lo cual dio lugar a que se hable del “siglo de Augusto”. Recordemos que en este periodo vivieron en Roma Horacio (Quinto Horacio Flaco, Venosa 65 a.J.C.-Apulia 8 a.J.C., autor de odas, sátiras y epístolas), Virgilio (Publio Virgilio Maro, Andes 70 a.J.C.-Brindisi 19 a.J.C., poeta), Tito Livio (Padua 64 ó 59 a.J.C.-Roma 17 d.J.C., historiador), Salustio (Caius Sallustius Crispus, Amiternum 86 a.J.C.-c. 35 a.J.C., historiador) y Ovidio (Publius Ovidius Naso. Poeta. Sulmona 43 a.J.C.-Tomis –actual Rumania– 17 ó 18 d.J.C.), los cuales fueron protegidos por Mecenas (Caius Cilnius Maecenas, ¿Arezzo? c. 69 a.J.C.-8 a.J.C., quien fuera consejero de Augusto) y ayudados por Augusto.
[5] El Glosario de Richenau es un manuscrito del s. VIII de la Vulgata –nombre usual que se da desde la edad media a la traducción latina de la Biblia realizada entre el 391 y el 405 por San Jerónimo y que es la versión oficial de la Iglesia católica romana–, hallado en la abadía de Richenau. Contiene traducciones en lengua de relación de las palabras latinas del texto, y constituye uno de los documentos más antiguos relativos a la historia de las lenguas románicas. Recordemos que las lenguas de relación son aquellas lenguas utilizadas preferentemente para la intercomunicación en las regiones donde viven varias comunidades lingüísticas diferentes. Es lo mismo que lenguas vehiculares, que lengua estándar (Cerdà, 1986: 175). Por ejemplo, son lenguas de relación el eulof en Senegal; el swahili en el SE de Africa; el georgiano en el Cáucaso, por la existencia de más de 40 lenguas caucásicas (GEL, t. 19: 9275-9276).
En cuanto a la Vulgata, hay que destacar que a fines del s. III, el griego ya no se entendía en occidente. En el s. IV, en el mundo romano se impuso la necesidad de una traducción latina fiable. Por entonces ya circulaban versiones latinas de la Biblia griega de los setenta, cuya diversidad de documentos y variantes hacían urgente una revisión del texto bíblico para uso de la Iglesia latina. De ahí nació la Vulgata. Fue realizada a petición del papa Dámaso. Tras iniciar una revisión parcial de las antiguas versiones existentes, San Jerónimo emprendió una verdadera traducción a partir del original hebreo, puesto que, excepcionalmente en su época, sabía hebreo. Se impuso, aunque no sin reticencias, a partir del s. VII. Bajo el nombre de vetus et vulgata (vieja y divulgada edición), fue prescrita por el Concilio de Trento como auténtica, es decir, normativa en materia de fe. Junto a la edición crítica del texto de la Vulgata, obra de los benedictinos de la abadía romana de San Jerónimo, Paulo VI confió a una comisión pontificia una nueva traducción latina de la Biblia que tuviera en cuenta los nuevos conocimientos bíblicos. Esta nueva Vulgata fue promulgada por Juan Pablo II (25 de abril de 1979) y es el texto que debe utilizarse en los libros litúrgicos latinos.
Como Versión de los Setenta se conoce la más importante de las versiones griegas de la Biblia hebrea. Los judíos, instalados en el mundo griego tras la ruina de Jerusalén (587 a.J.C.), se habían helenizado rápidamente y fueron perdiendo la comprensión del hebreo. Sintieron así la necesidad de tener una traducción en lengua griega de los libros sagrados. La composición de la Versión de los Setenta es históricamente una obra de larga duración, obra del judaísmo alejandrino y escalonada en un tiempo bastante largo (segunda parte del s. III a.J.C.-s. I a.J.C.). No es obra de los 72 sabios de la tradición, sino una obra colectiva del judaísmo alejandrino. Fue aceptada por la diáspora –conjunto de comunidades judías establecidas fuera de Palestina, especialmente después del exilio (s. VI a.J.C.)– de lengua griega, que la consideraba inspirada de la misma manera que el original hebreo. La iglesia cristiana la adoptó y la utilizaron los autores del Nuevo Testamento, así como los padres de la Iglesia. En la actualidad las Iglesias griegas de oriente leen el Antiguo testamento en una versión derivada de los Setenta (GEL, t. 21: 10090).
[6] Para este tema véase, además: J. Fernández-Sevilla. Problemas de lexicografía actual. Publicaciones del Instituto Caro y Cuervo, Series Minor, XIX. Bogotá, 1974, 161.
[7] Adoptó el nombre de Elio por los Aelios que aparecían en las inscripciones latinas de su región, y el de Nebrija, o Lebrija, por su pueblo natal.
[8] Humanista español influido por Erasmo, de vida intelectual muy fecunda, traductor de Horacio, el célebre poeta latino.
[9] Puede ser Vicente, que fue eclesiástico y colonizador español, muerto en la isla de Puná, Ecuador, que dirigió la destrucción de los templos e ídolos incaicos, pero los nativos se resistieron a ser catequizados y le dieron muerte.
[10] Consúltese al respecto: Fernando Lázaro Carreter (1980). “El primer diccionario de la Academia”, en Estudios de Lingüística. Barcelona, Editorial Crítica, 83-148.
[11] Para considerar la variedad léxica y semántica del español hablado en México, consúltese, por ejemplo, la extensa bibliografía empleada por Francisco J. Santamaría para la realización de su Diccionario de mejicanismos, 1183-1207.
[12] Cuba fue el primer país de América en publicar un diccionario de provincialismos: Diccionario provincial, de Pichardo, en 1836. Todo parece indicar que Chile fue el segundo, con su Diccionario de chilenismos, en 1875, de Zorobabel Rodríguez.
[13] Considérense las variantes dialectales del inglés estadounidense y, de ser posible, trabajar con el profesor de traductología y de interpretación el tema de la dialectología del inglés de Estados Unidos.