[…] La palabra hablada, el discurso oral, independientemente de su asociación inmediata con los dialectos, es decir con los geolectos y con los sociolectos, se relaciona también, y directamente, con el lenguaje corporal, es decir con los ademanes o gestos, con los protocolos, con las etiquetas, con las modas, con los estilos y con otros factores no verbales (Ruano, 2003h). En este sentido, tenemos que subrayar que:
Los ademanes o gestos están directamente relacionados con el discurso verbal habitual, dialogado, que se produce entre los individuos, entre los usuarios de las lenguas –también llamado comunicación interpersonal cara a cara, discurso cara a cara y 3-D (en tres dimensiones), como le dicen algunos internautas–, por esto, vemos que varían o pueden o deben variar –los ademanes y gestos– según los niveles de lengua: culto, medio y bajo. Ahora bien, la cuestión no se limita “exclusivamente” a hablar, a emplear palabras. Una cosa es lo que quiero decir y otra es lo que digo; una cosa es querer decir y otra cosa es poder decir o no decir nada. Sabemos que una misma locución, que una misma frase, que una misma oración, se puede decir de muchas maneras, debido a la expresividad, a los artificios expresivos, a los recursos estilísticos que nos brinda la lengua (Ruano, 2003h).[1]
Y también que:
Cuando hablamos y gesticulamos, cuando el cuerpo expresa nuestros sentimientos, gustos, deseos, aspiraciones, anhelos y frustraciones, de la misma manera que lo hacen las palabras, siempre tenemos posibilidades de elegir alternativas o variantes estilísticas, que significan la misma cosa, pero que no la exponen de la misma manera. La elección entre dos o más formas ‘sinónimas’ estará dictada por consideraciones de expresividad: escogeremos aquella que comporte el grado conveniente de emoción y de énfasis, aquella cuyo tono, ritmo, estructura fonética y registro estilístico sean más adecuados para el propósito de la frase y para la situación en que esta tiene lugar. Tanto las palabras como los gestos, es decir, tanto la comunicación verbal como la comunicación no verbal, en conjunto, en una armoniosa, equilibrada y satisfactoria correlación, deciden la asimilación de los textos, principalmente de los textos hablados, pero también de los textos escritos, en especial cuando nos referimos a los textos icónico-verbales, en donde se mezclan imágenes y palabras. También queda claro que la asimilación de los textos no depende solamente de esto, de la comunicación verbal y de la comunicación no verbal, porque aquí intervienen además otros factores, especialmente los factores sicológicos y sociológicos que afectan los discursos de emisores y receptores en general y en particular.
Con relación a esto, creo necesario recordar que debido a la trascendencia de México en las esferas política, económica, migratoria, cultural, periodística, radiofónica, televisiva, cinematográfica, etc., muchas veces se ha comentado acerca de una “forma especial de hablar y escribir de los mexicanos”, de la misma manera que también los demás usuarios de los otros idiomas y dialectos tienen esas “formas discursivas lingüísticas especiales” o exclusivas, ya sea al nivel geográfico –geolectos– o al nivel social –sociolectos– del uso del idioma, en particular en lo referente al uso de determinadas palabras y términos, generalmente llamados “mexicanismos” (Santamaría, 1992; Lara, 1996; Ávila, 2003), que ha creado el “macrodialecto del español de México”, con sus aproximadamente diecisiete dialectos geográficos y un sinfín de dialectos sociales, profesionales y técnicos, todo lo cual establece el evidente “polimorfismo” del idioma español hablado y escrito en este país (Ruano, 2003f; Ruano, 2003g). Pero además, también en México está presente “una forma especial de plantear las cosas”, de hablar, que se llama “cantinflear”, es decir, hablar mucho y no decir nada, “hablar deshilvanadamente, disparatadamente”,[2] lo que es muy común –pero no exclusivo–, por ejemplo, entre individuos con una limitada y deficiente educación e instrucción, y también este fenómeno lingüístico se puede observar en México en políticos, estadistas, empresarios, funcionarios, ejecutivos, profesionistas, alumnos universitarios y alumnos de postgrado, etc. Creo necesario destacar que cuando hablamos de “cantinflear” y “cantinfleo”, no nos referimos a la “peladez“ y al “pelado o pelao” , que según Samuel Ramos[3] es: […] un individuo que lleva su alma al descubierto, sin que nada esconda en sus más íntimos resortes [que] ostenta cínicamente ciertos impulsos elementales que otros hombres procuran disimular [y que] pertenece a una fauna social de categoría ínfima y representa el desecho humano de la gran ciudad [que] en la jerarquía económica es menos que un proletario y en la intelectual un primitivo [que] la vida le ha sido hostil por todos los lados, y su actitud ante ella es de un negro resentimiento. Es un ser de naturaleza explosiva cuyo trato es peligroso, porque estalla al roce más leve. Sus explosiones son verbales [y gestuales], y tienen como tema la afirmación de sí mismo en un lenguaje grosero y agresivo [que] ha creado un dialecto propio cuyo léxico abunda en palabras de uso corriente a las que da un sentido nuevo [y que es] un animal que se entrega a las pantomimas de ferocidad para asustar a los demás, haciéndoles creer que es más fuerte y decidido […] (Ramos, 2001: 53-54) […] Pues bien, la persona que “cantinflea al hablar” también “cantinflea con sus gestos”. No podemos hacer, de manera “natural”, una cosa sin la otra, ambas van acompañadas. Habitualmente es imposible cantinflear con palabras y no cantinflear con los gestos, porque en algún momento el cuerpo te traiciona, la cara te traiciona, las manos y los brazos te traicionan, especialmente a los ojos de las personas instruidas, por el conocimiento científico o por la experiencia de los años, en estos tipos de lenguajes. Por tal motivo, debemos evitar cantinflear. Una cosa es ajustar nuestros discursos verbales y corporales a los diferentes estilos posibles que a cada momento se nos presentan, ya sea el estilo formal, el informal, el administrativo, etc., y otra cosa es cantinflear, lo que sencillamente quiere decir, en términos llanos, que no tienes ni idea de lo que estás diciendo. Existen sectores de la sociedad donde este “lenguaje formal y oscuro” es más evidente:
El lenguaje formal y oscuro probablemente sea el arma principal de autodefensa del mexicano. Usando palabras y frases [con sus respectivos gestos, por supuesto] que, aparentemente, carecen de sentido, puede proteger sus emociones, evitar el riesgo de comprometerse e incluso prodigar alabanzas sin sentirse servil. El concepto es sencillo: el lenguaje tiene vida propia, casi como si las palabras, y no las personas, se comunicaran entre sí. Incluso las pinturas prehispánicas ilustraban la conversación por medio de globos que revoloteaban en suspenso frente a los oradores. Las promesas huecas y las mentiras francas salen fácilmente, puesto que las palabras no tienen valor intrínseco propio. La franqueza o la sinceridad excesivas se consideran groseras e incluso las discusiones importantes deben ir precedidas de charlas sobre la familia o chismes políticos. El lenguaje sirve de campo neutral donde las personas pueden relacionarse sin peligro de confrontación.
En la vida pública, la independencia de las palabras es crucial, toda vez que los altos funcionarios esperan verse adulados. Los talentos atribuidos a cada Presidente –mientras está en el poder– rayan en lo ridículo. Sin embargo, no se espera que la manada de acólitos que rodea a cada jefe justifique su servilismo después de que el funcionario deje el poder; simplemente transfiere su adulación al siguiente jefe. La retórica usada por los funcionarios para discutir las cuestiones públicas es causa de más estupefacción. Cualquier político aspirante puede lanzarse a la oratoria al instante, con la intención de llenar el aire con palabras y frases bellas, en lugar de explicativas. Como el uso de un lenguaje directo implicaría un compromiso, gran parte de los discursos oficiales son conceptuales, y defienden principios y valores que la mayoría de los gobiernos ignoran en la práctica. Las plataformas electorales se construyen en torno a frases grandilocuentes sostenidas por ilusiones. Innumerables mensajes –desde pontificaciones nacionalistas de figuras históricas hasta admoniciones morales directas– se pintan en los muros, como si tuvieran la facultad de influir en el pensamiento del mexicano común y corriente.
Cuando se debe transmitir un mensaje político real, generalmente está disfrazado con una clave secreta que incluso quienes hablan español fluidamente, pero no son de México, deben luchar por descifrar [aunque la mayoría de los mexicanos nativos de este país y residentes en él, inclusive con educación superior, tampoco pueden descifrar, y los cercanos al discursante, de su mismo grupo, interpretan y decodifican de las maneras más disímiles, rayando en ciertos casos en la ridiculez, el cantinfleo, la burla y el humor negro: “lo que el presidente quiso decir…”]. Los Presidentes pueden referirse a “emisarios del pasado” o “espejos externos”. El dirigente del partido gobernante, en cierta ocasión, atacó virulentamente a “quienes desde camarillas oscuras establecen alianzas vergonzantes que el pueblo rechaza”, referencia que sólo un puñado de políticos pudo entender. (Se refería a una reunión entre políticos conservadores de la oposición y diplomáticos de Estados Unidos.) A veces, las palabras elegidas incluso pueden contradecir el significado pretendido, haciendo que los no iniciados lleguen a la conclusión equivocada. En otras ocasiones, una fuerte negación –“No hay crisis”– sirve para confirmar el reconocimiento oficial del problema. Los periódicos del país, por regla general, contribuyen poco al esclarecimiento: usualmente evitan los peligros del análisis y los reportajes a fondo, publicando interminables entrevistas, mientras que, con frecuencia, hay que descifrar las columnas políticas más pertinentes para poderlos entender.
La cautela es la norma. Cuando se invita a funcionarios mexicanos a hablar en el extranjero, por más incisivas que sean las preguntas que se les hagan, jamás conducirán a la aceptación de fracasos del sistema. Incluso los historiadores, los politólogos y los mismos sociólogos mexicanos son renuentes a ser francos en público, y algunos evitan presentarse en un podio con políticos de la oposición interesados en poner en vergüenza al régimen. Debido a los riesgos que entraña el definirse, los tratados académicos más importantes sobre México los han escrito extranjeros. Empero, todo este ritual sirve para un propósito político importante: proporciona una cortina de humo tras la cual se puede ejercer el poder real, al tiempo que se conserva la ilusión de un debate político. Y, aunque cada Presidente puede determinar el tinte ideológico de su gobierno, la inmutable retórica le presta continuidad al sistema, aunque sólo sea porque perpetúa sus mitos.
El lenguaje de la vida pública refleja, en esencia, el lenguaje que emplean los mexicanos en sus relaciones cotidianas. Es un lenguaje formal que puede ocultar infinidad de sutilezas. Algunas frases ornadas son usadas de manera inconsciente […] Los significados se ocultan entre líneas, en pausas, énfasis o entonación, incluso en sonidos o gestos extraños […] En estas contorsiones lingüísticas sin fin, la fascinación del mexicano por el detalle y su obsesión por los matices son satisfechos constantemente (Riding, 2002: 22-25)[4].
Y así, de la misma manera que el discurso hablado será diferente en la medida en que diferente sea la esfera en la que se emplea la lengua, esta misma suerte le tocará a los ademanes o gestos:
[…] la comunicación interpersonal cara a cara es la que transmite la máxima información emocional, porque añade a la comunicación verbal (con su entonación, inflexiones de voz, sus pausas y su prosodia) el inmenso campo de estímulos de la comunicación no verbal: expresiones faciales, miradas, gestos, olores, etc. Las mediaciones técnicas de la comunicación reducen siempre tal riqueza de mensajes y de matices. La videoconferencia transmite menos información que la relación cara a cara. El teléfono menos y el correo electrónico menos todavía.
El teléfono entronizó a la voz como principal medio de comunicación humana, en detrimento de la imagen, de la tactilidad o del olor […] La sociedad telefónica ha sido, pues, una sociedad vococéntrica –centrada en la voz–, que recorría el tejido social velozmente, densamente y en todas las direcciones.
En esta sociedad telepolifónica la voz reemplazaba a la presencia visual, a la apariencia física y a los modales gestuales en la vida social. Para compensar la mutilación sensorial y la frialdad de este único canal comunicativo, los diseñadores se esmeraron en sofisticar la forma y aspecto de los aparatos telefónicos, dotándolos de mayor personalidad, elegancia y colores más cálidos. El arcaico aparato negro, uniforme e impersonal fue sustituido con ventaja por seductores gadgets [mecanismos, chatarras], estilizados, elegantes, barrocos, golosos y hasta eróticos. El timbre ya no era un timbre, sino un suave “bip-bip”. Y el aparato un compañero cálido que compensaba la ausencia física del ser humano con el que se hablaba, pero al que no se podía ver ni tocar. Una cosa iba por la otra […][5]
Los gestos son complementos de la palabra y, como ya sabemos, en ocasiones son sustitutos de ella. Son los movimientos que a propósito realizamos por alguna parte del cuerpo, ya sea la cabeza, los hombros, los brazos o las manos, para reforzar o demostrar lo que decimos. Si la palabra ha de ser dicha con naturalidad y espontaneidad, el gesto debe ser entonces necesaria e involuntariamente espontáneo, sin sujeción a normas objetivizables. Dar normas sobre el gesto equivaldría a propugnar la afectación, que podrá estar justificada en el actor de teatro, de televisión, de cine, en los modelos, edecanes, vendedores, etc., pero nunca en la persona que quiera expresarse con naturalidad. El ademán, el gesto, está animado sobre todo por el mundo afectivo del que habla y es su mejor expresión. El gesto puede llegar a donde la palabra no llega y puede expresar con fidelidad estados de ánimo que la palabra a veces no puede reflejar. La ausencia de normas concretas que regulen de un modo adecuado los gestos, se debe a la imposibilidad de una normativa, que si existiera atentaría contra la espontaneidad y la naturalidad que son uno de los atractivos y también exigencias de una correcta expresión oral. El gesto es una expresión personalísima, un desahogo en cierto modo íntimo y cada uno usa el que se adecua a su peculiar modo de ser. La función social de los gestos puede ser de dos tipos: 1. Función de afiliación, es decir los gestos contribuyen a la expresión del afecto, que puede ser positivo o negativo. Así por ejemplo, un contacto ocular más frecuente y prolongado puede ser entendido como una postura abierta hacia el otro o los otros; mientras que mantener la distancia física o permanecer cruzado de brazos, etc., puede ser indicativo de un mayor distanciamiento, y 2. Función de control, es decir que a través de los movimientos corporales se ejerce influencia sobre los demás con el objetivo de modificar su conducta y cambiar sus criterios, ya sea para bien o para mal, y un ejemplo de esto son los llamados gestos batuta, es decir aquellos gestos que hacemos con brazos y manos para apoyar, precisar, reforzar nuestra comunicación. En este sentido del control, se comunica estatus, poder y dominio. Así, por ejemplo, la mirada es una de las conductas más importantes a la hora de diferenciar a las personas con un estatus alto, dominantes y poderosas. Así, las personas con menos poder suelen mirar más a las personas más poderosas, y viceversa (Ramos, 1988; Wiemann y Giles, 1990; Musitu y Bueno, 1990; Pease, 2002). A grandes rasgos existen los gestos convencionales y los gestos descriptivos –o gestos batuta–. También se habla de los gestos-manera de decir y gestos-manera de hacer o gestos-acción, en el sentido de que existen gestos que “dicen” algo concreto, que queda claro lo que hay que hacer, como vete, ven, agáchate, sube, baja, date la vuelta, etc., y de que existen gestos que nos “dicen” cómo se hace una cosa, la forma de hacer una cosa, como por ejemplo, encender un cigarro, encender un tabaco o puro –lo que tiene su técnica, por supuesto, y variados estilos de liado o enrollado, consumo, babeado, mascado, encendido, aspirado, escupida y apagado, con sus significados particulares (Ruano, 2003h; Bergès, 1968)–, cómo arrancar los granos tiernos de café de la planta, cómo tomar el té o el café o el tequila, cómo utilizar los cubiertos, cómo pasarse la servilleta por la boca y las manos, cómo realizar determinados ejercicios fisioterapéuticos y religiosos o socioconfesionales, cómo batir una mezcla para cocinar u hornear, etc. (Bergès, 1968) […] (Ruano, 2003h).
Veamos la clasificación de los textos para la palabra hablada (Mota, 1998; Dallal, 1989)[6]:
1. Alocución. Mensaje breve, de contenido específico, que se dice en un momento determinado de especiales circunstancias, sobre todo por parte de alguien representativo de la superioridad.
2. Arenga. Mensaje, por lo general solemne y de elevado tono, de carácter militar o asambleísta, llamado así porque se pronuncia, especialmente, con el solo fin de enardecer los ánimos. También es un mensaje de razonamiento largo, impertinente y enfadoso.
3. Conferencia. Disertación sobre algún tema por una persona competente en la materia y ajustada en su duración y exposición al medio de que se trate. Se destacan las:
· Conferencia científica.
· Conferencia de prensa.
· Conferencia de prensa abierta. La que se establece con total libertad, sin limitación alguna en cuanto a número y origen de los informadores y de los temas a tratar con las personas convocantes.
· Conferencia de prensa condicionada. La que se organiza con a base a una rigurosa selección de los informadores, a unos temas determinados, con exclusión de todos los demás, y a una limitación de tiempo fijo.
· Conferencia informativa.
4. Discurso. Término que ha alcanzado amplia difusión en una cantidad de disciplinas y escuelas de pensamiento diferente, a menudo con diversos propósitos. En general, se entiende por discurso el proceso de enunciación que trasmite los hechos relatados desde el narrador al receptor, a través de los personajes que los protagonizan, así como razonamiento escrito o hablado de alguna extensión para manifestar un pensamiento o un sentimiento y, como más popular, alocución, generalmente de tipo político, para difundir una ideología o captar adeptos a la doctrina que propugna. En el proceso discursivo verbo-corporal, es decir un proceso en donde intervienen las palabras y también los gestos, tenemos que cuidar mucho tanto esos mismos gestos, muecas, mímicas, ademanes, como las palabras, las oraciones, y la pronunciación según sean los idiomas, las lenguas y los dialectos geográficos y los dialectos sociales. Claro que hay muchas lenguas y que hay muchos dialectos geográficos y que hay muchos dialectos sociales; pero siempre existe, en cualquiera de esas circunstancias, una “variante ideal de la lengua culta y prestigiosa”, tanto al nivel de la lengua hablada como al nivel de la lengua escrita, en especial en lo que se refiere al “fondo léxico”, es decir la cantidad de palabras que debe manejar un usuario culto o preparado del idioma. Por ejemplo, en absolutamente todos los países de lengua española, en absolutamente todos sus dialectos: el español de España, el español de México, el español de Chile, el español de Estados Unidos, el español de Cuba, el español de Venezuela, el español de Argentina, el español de Puerto Rico, el español de Santo Domingo, etc., en absolutamente todos los contextos discursivos: en la calle, en el trabajo, en la casa, en absolutamente todos los medios masivos de comunicación, pero principalmente en la televisión, en la radio y en Internet, los errores lingüísticos que se registran en ciertos medios, en ciertos comunicadores, en ciertos periodistas, en ciertas personalidades, en ciertos funcionarios, en ciertos líderes incluyendo aquí a los religiosos, están a la orden del día, ¡caso penoso y avergonzante éste! Y no me refiero a países como Bolivia, en donde una buena cantidad de funcionarios, como es el caso del controvertido señor Presidente Evo Morales: http://www.youtube.com/watch?v=jHt_CnPQW6s , http://www.youtube.com/watch?v=B5KHpxtqdoY&feature=related , tiene a la lengua española como su “segunda lengua”, porque su lengua materna es el aimara, pero que conste que el dominio que tiene Evo Morales de la lengua española ya lo quisieran “por un día de fiesta” muchos funcionarios y ejecutivos iberoamericanos que tienen a la lengua española como su lengua materna. En Estados Unidos, por ejemplo, en donde hay cientos de medios de comunicación en lengua española y en sus variados dialectos, es decir que usted puede conectar la televisión o la radio y ver y oír canales y emisoras de diferentes países de la América hispanófona, es muy fácil considerar la variedad dialectal geográfica y social del idioma español. Claro que en algunos países, en algunos medios de comunicación y en algunos gobiernos de Latinoamérica estos problemas en el uso adecuado de la lengua española son más que evidentes y más que bochornosos, más que penosos… Lo mismo también sucede, por supuesto, en la España hispanófona, y en las llamadas “empresas con servicio bilingüe: inglés-español” en Estados Unidos de América, el asunto, a veces, es para morirse de la risa, si no es que primero usted se infarta por los disparates lingüísticos. Cuando oigo hablar o leer a estas personas que se llaman a sí mismas “cultas” (?), “preparadas” (?), etc., empleando un idioma español[7] que nada tiene que ver con las “variantes idiomáticas correctas” o “variantes idiomáticas adecuadas”, según sean los países de lengua española, sus dialectos, etc., siempre recuerdo la canción ¡Cómo me gusta “hablal“ español!, del excelente cantautor cubano Pedro Luis Ferrer, disponible en http://www.youtube.com/watch?v=W4qA8Yd7Q1A . Y si alguien tiene dudas acerca de esto, de los problemas tan grandes que tenemos en el uso del idioma español, tanto hablado como escrito, entonces que vea las estadísticas internacionales acerca de la educación, la instrucción, etc., en España y en América: ¡qué susto…!
Habitualmente, se destacan los siguientes tipos de discurso:
· Discurso abstracto. Lo mismo que Discurso científico.
· Discurso argumentativo. El que busca el convencimiento y la persuasión.
· Discurso científico. El que se basa en el conocimiento cierto de las cosas por sus principios y causas, sin concesión (?) a la imaginación.
· Discurso de barricada. Despectivamente, calificativo que se aplica a cualquier mensaje político con exceso de entusiasmo demagógico y cargado de tópicos al uso.
· Discurso de campaña. Lo mismo que Discurso electoral.
· Discurso de la puesta en escena. Organización de todos los materiales que entran en la realización de una obra de teatro, según un ritmo y una interdependencia propios del espectáculo a representar.
· Discurso de los apartes. El teatral de ambiguo destinatario, por cuanto éste puede ser cualesquiera de los personajes u objetos presentes o aludidos durante la representación.
· Discurso de memoria. El persuasivo que se aprende en su totalidad cuando debe repetirse en más de un lugar, como sucede en los de propaganda electoral, y que permite su diferente dramatización de acuerdo con la reacción de cada auditorio.
· Discurso directo. Diálogo en el que el emisor repite textualmente un dicho propio o ajeno. También, denominación que se da al diálogo.
· Discurso electoral. El que se repite con alguna modificación en todos los actos de una campaña para la captación de votos.
· Discurso escrito. El persuasivo que, por la delicadeza del tema y precisión de los datos que lo integran, destinado a grandes masas, requiere ser leído, aunque con ello se pierde gran parte de su poder persuasivo y se corre el peligro de saturarle con datos que acaben impidiendo toda posibilidad de emoción.
· Discurso espontáneo. El persuasivo en el que las argumentaciones empleadas han sido cuidadosamente seleccionadas y preparadas con la suficiente antelación al momento de su difusión.
· Discurso expositivo. El que define conceptos, explica ideas y principios, detalla procesos, etc., con lenguaje divulgador.
· Discurso ficcional. Doble discurso constitutivo de un acto de enunciación del autor, y otro de ilocución –aseveración, pregunta, orden, súplica, etc.–simulado del narrador.
· Discurso imitado. Modalidad de diálogo que depara la ilusión de mostrar los hechos por lo que el personaje dice, textualmente, sin intermediarios, sea un discurso propio o ajeno, con eliminación del narrador, situación que permite minimizar la distancia entre los hechos que se relatan y el receptor.
· Discurso improvisado. El persuasivo que se pronuncia sin preparación alguna, obligado por las circunstancias y en la que todos sus extremos son imprevistos.
· Discurso indirecto. Llamado también de estilo indirecto, denominación que se da al relato presentado por un narrador y que se interpone entre los personajes y los dichos.
· Discurso intermediario. Prólogo de una obra literaria o dramática, especialmente teatral, que cumple el papel de servir de transición entre la realidad social de la audiencia, según su circunstancia, y la ficción de la novela, obra teatral, cinematográfica, televisiva, etc.
· Discurso lingüístico. Realización de la lengua en las expresiones durante la comunicación con lo que se convierte en el lenguaje puesto en acción.
· Discurso literario. El que tiene como base la ficción.
· Discurso metafórico. El característico de la poesía lírica y de las obras de carácter sentencioso.
· Discurso metonímico. El que organiza el lenguaje y se desarrolla por relaciones de contigüidad, característicos del relato.
· Discurso narrativo. El que cuenta historias reales o ficticias.
· Discurso neutro. El de origen incierto, de difícil identificación, a pesar de que lo exprese uno de los personajes de la obra en primera persona, por cuanto revela elementos que racionalmente no tiene motivos para conocer.
· Discurso oratorio. El comprensivo de sus géneros deliberativo, forense y demostrativo, que en la antigüedad originó su propia teoría llamada retórica.
· Discurso político. El que persigue la difusión de una doctrina para captar simpatizantes y militantes, sobre todo en los procesos electorales.
· Discurso publicitario. Despectivamente, dícese del que se pronuncia en exagerada y desmedida alabanza de un tercero, sea persona, entidad, ideología o cosa.
· Discurso referido. El que reproduce dichos propios o ajenos, representante de una especie de compromiso o posibilidad intermedia entre los estilos directo e indirecto, de uso casi exclusivamente literario.
· Discurso teatral. Toma de posición de los sistemas escénicos y utilización individual de sus potencialidades.
5. Letanía. Lista, retahíla, enumeración seguida de muchos nombres, locuciones o frases que hace fatigoso su mensaje.
6. Oración. Súplica, deprecación, ruego que se hace a Dios o a los dioses y a los santos. Obra de elocuencia, razonamiento pronunciado en público a fin de persuadir a los oyentes o mover su ánimo, generalmente con motivaciones socio-políticas.
· Oración de ciego. Composición poética y religiosa que los ciegos sabían de memoria, y decían o cantaban por las calles para obtener limosna. También, razonamiento dicho sin gracia ni calor y en un mismo tono de aburrimiento.
· Oración fúnebre. Discurso en honor de una persona ilustre que acaba de fallecer, o que se pronuncia en uno de sus aniversarios, destacando lo que su ejemplo tiene de válido.
· Oración gramatical. Palabra o conjunto de palabras que sirven de expresión a un pensamiento o concepto cabal.
· Oración mental. Recogimiento interior del alma, que eleva la mente a Dios o a los dioses y los santos, meditando en él o ellos.
· Oración vocal. Deprecación que se hace a Dios o a los dioses y a los santos con palabras.
7. Oratoria. Arte de hablar con elocuencia, de deleitar, de persuadir, de conmover y convencer por medio de la palabra hablada. Se destacan:
· Oratoria académica. La que se basa en estudios literarios, artísticos y científicos.
· Oratoria forense. La que interviene ante los tribunales en causas judiciales.
· Oratoria militar. Perteneciente a la política, la de origen y destino castrense, como las arengas.
· Oratoria parlamentaria. Perteneciente a la política, la de los discursos de senadores y diputados en las respectivas cámaras.
· Oratoria política. La que versa sobre asuntos de estado, comprensiva de los discursos que se pronuncian en los parlamentos y en cualquier acto de tipo político, especialmente en periodo electoral.
· Oratoria popular. Perteneciente a la oratoria política, la de los mítines partidistas y, en especial, los correspondientes a la propaganda de los procesos electorales.
· Oratoria sagrada. La comprensiva de intervenciones sobre temas religiosos, para dar a conocer la doctrina, fomentar la fe e impulsar la práctica de los deberes religiosos, expuestos generalmente desde el púlpito de los templos y que comprende los sermones, las oraciones fúnebres y las homilías y pláticas.
8. Polémica. Discrepancia pública, manifestada dentro del propio medio, por los mensajes difundidos en relación con lo que es su objeto, o controversia sostenida entre dos o más medios sobre un tema político, económico, social, artístico, etc., en cuyos puntos principales no coincide ninguno de ellos.
9. Recitación. Lectura pública. Declamación hecha por un poeta u orador.
10. Rezo. Lo mismo que Oración.
11. Sermón. Mensaje perteneciente a la oratoria sagrada, que puede ser apologético, dogmático y teológico, organizado sobre un tema moral o sobre una frase bíblica, para la enseñanza de la buena doctrina, enmienda de los vicios y elogio de los buenos para imitación de sus virtudes, que se pronuncia desde el púlpito. También, figuradamente, amonestación constante y extensa. Se destacan el sermón apologético: el dedicado a elogiar las virtudes de los santos, de la religión y de los principios morales, el sermón dogmático: el que trata de los principios fundamentales e inmutables de la fe, y el sermón teológico: el que se refiere a la ciencia de Dios.
Debido a la importancia que tiene el discurso político-gubernamental hablado en las sociedades modernas, daremos aquí algunos comentarios en torno a este tipo de texto en América Latina:
[…] En cualquier tratamiento de la comunicación no verbal de tipo corporal, del lenguaje corporal, es necesario considerar que todos los discursos tienen sus tipos o géneros y subgéneros, que todos los géneros y subgéneros tienen sus características lingüísticas y estilísticas y que estas características no sólo afectan a la forma de hablar y a la forma de leer, sino que también afectan a la forma que adopta el cuerpo cuando se habla, cuando se lee (Ruano, 1992; Ruano, 2005b; Ruano 2000). Así, al tratar el discurso verbo-corporal político de Iberoamérica, es necesario recordar que los entornos, los espacios, las geografías, los ecosistemas, las áreas sociolingüísticas, condicionan los discursos –al igual que condicionan a los seres humanos–, de la misma manera que también los condicionan las épocas, las tradiciones, las culturas, los hábitos, los protocolos y las esferas laborales. Y en este sentido el discurso político latinoamericano –así como también los mismos sistemas políticos de esta área– tiene sus características generales –¿los “cuentos chinos”? (Oppenhaimer, 2005)– y sus características particulares (Meyer y Reyna, 1999), y concretamente en México en nuestros días todo el proceso político de este país tiene sus marcas distintivas (Meyer, 2005), que, al parecer, se han mantenido vigentes, casi de manera idéntica, durante más de un siglo.[8] Si tomamos en cuenta estos postulados lingüísticos y estilísticos en torno a los discursos y sus tipos, queda claro entonces que en el discurso político latinoamericano es muy difícil “llevar el hilo de la conversación” y el entendimiento verbo-corporal. Parece que lo importante no es lo que “ofreces” como candidato político o directivo partidista o gubernamental –que siempre, en principio, son las maravillas terrenales, y en algunos casos, los que “se pasan de pasados”, hasta las maravillas celestiales–, sino que “los demás”, “la bola”, “la raza”, crean, creamos, en “tus ofrecimientos”. Éste es todo un sistema comunicativo verbo-corporal ficticio o ficcional –es decir doble discurso–, jitanjafórico y glosolálico, con exordios pomposos, en donde, en el aspecto verbal, los estilos discursivos añejos, desajustados y ridículos, con excesos demagógicos, las invenciones de palabras con códigos, sonidos y significados especiales, nos remiten más –y claro que no por el aspecto artístico, ¡nada que ver!– a las figuras retórico-literarias de los maravillosos poetas Mariano Brull[9] y Emilio Ballagas.[10] Y en el aspecto corporal, hay que señalar, con mucha pena, que tanto políticos como gobernantes de Iberoamérica llegan a tener tantos elementos en su contra en este sentido –comunicación corporal, protocolos, etiquetas, imagen física, es decir la apariencia, la vestimenta, los accesorios u ornamentación, maquillaje, etc.– que su imagen física puede llegar a ser un verdadero ejemplo de apariencia desastrosa, de rusticidad, de mal gusto, de incompetencia social, nada elegante ni refinado ni práctico ni sofisticado; tampoco nada conservador o extravagante; tampoco nada regional o étnico… ¿Qué queda entonces en una buena cantidad de casos? ¿La “dejadez”? (Ruano, 2003e). La mayoría de nuestros directivos políticos y gubernamentales creen que con vestir ropas de marcas, caras, extranjeras, ya todo está resuelto. ¡Nada más lejos de la verdad! ¡Terrible error que cuesta tantos dolores de cabezas y penas! En este mundo moderno, lleno de relaciones públicas de todo tipo, nacionales e internacionales, saturado de medios de comunicación masiva y críticos que constantemente valorar y cuestionan, es muy difícil lograr tener una buena imagen física, una buena imagen pública. Para lograr esa buena imagen, tan anhelada por todos pero tan exclusiva de muy pocos, se requieren muchas cosas, muchos sacrificios, mucha práctica; pero sobre todo y en especial se necesita de muy buenos asesores de imagen pública (Ruano, 2003b; Ruano, 2003d; Ruano 2003h). ¿Y cómo saber cuándo un asesor de imagen pública es bueno, es el mejor?: aquí principalmente se valora la “autoimagen” del asesor de imagen pública y la no presencia en él de los lenguajes verbo-corporales fingidos que rayan en la ridiculez social. Como se dice popularmente: “tú no puedes dar lo que no tienes”. El verdadero éxito en las relaciones sociales cuesta muy caro; pero una vez que se tiene se saborea divinamente.
El discurso verbo-corporal del ámbito de la política y la administración pública en América Latina –y en muchos casos también en Estados Unidos– está en una situación que podemos calificar de triste y desdibujada, en especial en determinados países del área, concretamente debido a los desaciertos culturales, los desaciertos protocolares y de etiqueta, los desaciertos cognoscitivos en todo sentido, la vulgaridad, los discursos populacheros, rupestres, ofensivos, hirientes y soeces. En síntesis, este tipo de discurso es generalmente el típico “discurso efectista carente de fondo”, como lo llamara el célebre científico y pensador mexicano Manuel Gamio. El discurso político iberoamericano carece generalmente del encanto y del elegante y bien controlado “fingimiento discursivo” que tenía hasta el minusválido expresidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt (1882-1945) –era lisiado, tuvo poliomielitis, lo que le marcó físicamente por el resto de sus días, no obstante controlaba perfectamente sus movimientos corporales– (Fast, 1999: 166-174). Es interesante ver cómo el discurso verbo-corporal político latinoamericano actual mantiene prácticamente los mismos rasgos –aunque a veces muy bien matizados, y en especial debido al temor a los medios masivos de comunicación, a la crítica, especializada o no, y a las posibles interpretaciones y represalias estadounidenses– del discurso político latinoamericano tradicional[11]: discursar de manera hablada o escrita con vaciedades, necedades, boberías o sandeces; rusticidad discursiva verbo-corporal; respuestas evasivas y escurridizas; afectación imagológica[12] verbo-corporal; protagonismo, prepotencia, excentricismo e incongruencia; hilvanamiento de frasecillas de relumbrón; banqueteos… La vida política latinoamericana, en la mayoría de los casos, refleja un mundo irreal que transcurre entre “complots”, “políticas-ficciones” y “sociedades imaginarias o utópicas”. En el discurso político latinoamericano son evidentes las raíces sociales y las raíces genéticas del miedo,[13] del odio y de la desconfianza. La vida política latinoamericana se mantiene prácticamente igual en estos siglos XX y XXI (Schmidt, 2003; Schmidt, 2005), y esto trae como resultado que nuestros problemas latinoamericanos son una constante sin las adecuadas soluciones y sin perspectivas de solución concretas. En algunos casos, el asunto es peor aún: las cosas se tornan más oscuras, deprimentes, incivilizadas, bárbaras, retrógradas… ¿¡Cuándo se supone que en América Latina vamos a pasar del monólogo presidencial al diálogo entre poderes; poderes que están para servir al pueblo, para darle solución a los terribles problemas de los pueblos latinoamericanos!? ¿¡Cuándo se supone que en América Latina los poderes van a dejar sus rústicos conflictos grupales y personales para atender a un pueblo que cada vez está más desatendido, angustiado, pobre, confundido y… ¡cuidado!…, también harto!? ¿¡Cuándo se supone que los poderes latinoamericanos van a entender que son, nada más y nada menos, que los “trabajadores contratados por el mismo pueblo para servirle”!?
En los discursos políticos verbales y corporales latinoamericanos parece que ya todo está “arreglado”, aquí ya todos conocemos las reglas del juego: “Haz como que hablas y yo haré como que entiendo… Como político o funcionario sigue intentando articular palabras y yo, como pueblo, seguiré esforzándome en tratar de decodificar, de descifrar, tus sonidos y ruidos verbales inciertos. ¡Aplausos, aplausos, aplausos…! Ni tú sabes lo que dices ni yo entiendo nada, ¡pero ya la hicimos!” “Sigue intentando aparentar ser el bueno para todas ‘esas cosas’ que ofreces, que en un final sabemos que no eres ‘bueno para nada’ de ‘eso’ –aunque sabemos que eres magnífico para ‘otras cosas’, cuestión de ‘perfil laboral’–.“ Esto se cumple con más frecuencia en las sociedades en donde es evidente una falta de cultura cívico-democrática, que debido a su desespero social y económico, más que a mandatarios, políticos y administrativos, intentan buscar “héroes salvadores”, “mesías”, “capataces con iniciativas” que resuelvan sus difíciles situaciones de una buena vez: “¡Viva éste!” o “¡Viva el otro!” o “¡Viva el que sea!”; en fin…: primero “¡Arriba el que suba!”, y luego “¡Abajo el que subió!”. Por eso en América siempre ha prevalecido la misma ley, “la Ley de Herodes: o te chingas o te jodes”.[14] A veces parece, si consideramos el resultado de ciertas elecciones de funcionarios y mandatarios, que algunos pueblos y grupos se esmeran por elegir a los mafiosos más destacados y a los más vulgares corruptos. ¡Cuánta pena y cuánto error! ¡Y qué caro se pagan estas inacertadas decisiones! Nuestras sociedades tienen demasiados políticos, estadistas y administrativos que con sus lenguajes corporales y verbales, con sus “mañas”, crean falsas expectativas, que evidentemente no se pueden cumplir, ni a corto ni a largo plazo. Cualquier niño con buena instrucción puede ver esto. Entre palabras rebuscadas, no decodificables para un pueblo en promedio iletrado –pero palabras que tampoco pertenecen al vocabulario activo y fluido de los emisores, que se nota que se la aprendieron ayer para decirlas hoy–, desajustes estilísticos –¿es discurso político, es discurso literario cuentístico, poemático, cómico, dramático…?, usos de estilos discursivos no “populares”, sino “vulgares”–, pleitos, discusiones de vecindad o cuartería –perseguirse constantemente, vigilarse o pendenciarse constantemente, espiarse constantemente, humillarse, decirse improperios y ofensas, amenazarse, “levantarse falsos”–, “peleas de comadres” –claro está que estas “peleas de comadres” (al decir de los mexicanos), tienen sus ventajas, porque en situaciones de barbarie, de atraso cultural, de tabuización, de “secretos” y “secrecías”, de censuras, de represiones y de represalias “cuando se pelean las comadres aparecen las verdades”–, recuentos de idilios amorosos, ocurrencias de última hora y exigencias de “privacidad”[15] se produce el discurso político latinoamericano. Pero el problema es mayor aún si consideramos que en el discurso verbo-corporal del ámbito de la política y la gobernación en América Latina se observan unas rupturas comunicativas que muestran, en estos tiempos supuestamente desarrollados, la carencia de principios y valores positivos dentro de un mismo “grupo”, en su mismo seno, en el interior del “grupo” –consideremos entonces la relación entre los “grupos”, en especial a la hora de tomar decisiones trascendentales para la vida y el desarrollo de la comunidad o de las comunidades, del pueblo o de los pueblos, del país, de las organizaciones, etc.–, las violaciones a los principios elementales registrados en los reglamentos que rigen las conductas de los miembros de los aparatos partidistas, políticos y gubernamentales y el histórico y tradicional rejuego entre “traidores” y “traicionados”, en donde es muy difícil saber quién es quién –a la corta o a la larga, se pasan de un partido a otro y cambian de ideologías “según la marea” y según la dirección que tome el “cuerno de la fortuna”, y también todos terminan hablando pestes de todos en muy poco tiempo: ¡viva la unión y la fraternidad!–. Y en la política latinoamericana, de la misma manera que sucede en muchas empresas e instituciones educativas “reconocidas” (?), esos terribles, desagradables y degradantes conflictos resultantes de la incivilidad, la intolerancia –en cualquiera de sus manifestaciones y formas (Cisneros, 2005)–, la envidia y los odios personales, no solamente se producen entre grupos y personas diferentes, sino que también tienen lugar en el seno de un mismo grupo y entre individuos que, al parecer, eran semejantes: ¡viva la igualdad!. Y claro, está más que demostrado que “el poder”, si no se controla cuidadosamente y en todos los sentidos, entonces corrompe, envilece: “el poder es una criatura viva que sólo puede nutrirse con proteína de poder como ella misma, y la fiera no sólo es carnívora: si no hay alimento a su disposición, se torna caníbal e incluso llega a la autofagia y es capaz de devorarse por completo a sí misma”.[16] Y sucede que a la hora de desacreditar, descalificar u ofender, en nuestra América, una vez que se comienza, ya no hay término: ¡hasta la persona más moral y correcta –los menos, claro está– aquí recibe lo suyo! En América hasta los individuos más respetados por la historia y por el mundo entero son descalificados y ofendidos. Claro que ya conocemos la “cultura” (?), la “educación” (?), el “prestigio” (?) y los intereses de este tipo de ofensor… En algún momento oí a un funcionario latinoamericano decir en una conferencia que si nosotros los latinoamericanos queríamos entender los problemas de América Latina –se refería más concretamente a los problemas de su país de origen–, entonces que leyéramos el relato infantil Alicia en el país de las maravillas –de Lewis Carroll, escrito en 1865, un cuento que está basado en el “temor a crecer”–. “Con todo el respeto que se merece” –frase muy usada en México cuando se va a contradecir a alguien– ese funcionario, yo creo que si para entender los problemas de nuestra América vamos a recurrir al mundo de la imaginería infantil, a la literatura infantil, entonces Alí Babá y los cuarenta ladrones –novela árabe que a veces aparece en ciertas versiones de Las mil y una noches– es el texto ideal para estos efectos, con la diferencia de que toda idea o imaginación acerca de la trascendencia y poder de la frase “¡Ábrete sésamo!” en América Latina se queda corta, y de que acá en Iberoamérica son muchos los “Alíes” y muchos los “ladrones”, que son una verdadera plaga, que brotan como los grillos y las sabandijas de debajo de las piedras y que tal parece que se carece de un buen insecticida que acabe con ellos de una buena vez, y que superan en creces, tanto en cantidad como en calidad, a los personajes de la novela original. Claro que también los problemas políticos y gubernamentales de América podrían recordarnos, entre otros cientos de textos literarios, a El Idiota –novela del escritor ruso Fiodor Dostoievski–, a El Señor Presidente –del escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias– y a El gesticulador –del escritor mexicano Rodolfo Usigli–. Ahora, que si vamos a recurrir a textos científico-politológicos, escritos por adultos civilizados, investigadores, conocedores de este asunto de “los problemas” de nuestra América, y del mundo en general, y que están destinados a adultos civilizados “que sepan leer”, entonces los textos ideales serían los cientos y miles de materiales que han sido escritos por personas comprometidas con la vida y el desarrollo de la Humanidad, de muy diferentes esferas de la actividad humana, dentro y fuera de América Latina, como es el caso de los acertados e ingeniosos libros de Alvin Toffler, Noam Chomsky…, y ciertos materiales que describen los problemas concretos de países y regiones, como Los grandes problemas nacionales y Las grandes soluciones nacionales, de Samuel Schmidt (Ruano, 2003h) […]
Veamos a continuación la estructura arbórea del texto oratorio:
Philologist and Image Consultant Fernando Antonio Ruano Faxas
Филолог и консультант Фернандо Антонио Руано Факсас
ЯRConsultores de Imagen Social®
Hacia la calidad integral sin fronteras
http://openlibrary.org/a/OL807084A
http://openlibrary.org/search?q=ruano+faxas
http://openlibrary.org/search?q=ruano+faxas&offset=20
http://openlibrary.org/a/OL6500100A/Ruano-Faxas%2C-Fernando-Antonio-y-Paulina-Rend%C3%B3n-Aguilar
[1] Fernando Antonio Ruano Faxas. El lenguaje corporal humano. Un enfoque imagológico en base a criterios verbales y no verbales, disponible a través de http://openlibrary.org/b/OL21783353M/El_lenguaje_corporal_humano._Un_enfoque_imagol%C3%B3gico_en_base_a_criterios_verbales_y_no_verbales .
[2] Armando Jiménez (1991). Tumbaburro de la picardía mexicana. Diccionario de términos vulgares. México, Diana, 47.
[3] Samuel Ramos (2001). El perfil del hombre y la cultura en México. México, Colección Austral.
[4] Alan Riding (2002). Vecinos distantes. Un retrato de los mexicanos. México, Joaquín Mortiz.
[5] Román Gubern (2000). El eros electrónico. México, Taurus, 139-140.
[6] Ignacio H. de la Mota Oreja (1998). Diccionario de comunicación audiovisual. México, Trillas; Alberto Dallal (1989). Lenguajes periodísticos. México, UNAM.
[7] Fernando Antonio Ruano Faxas (1992). Panorama de la lengua española. México, Ediciones ЯR, disponible a través de: http://openlibrary.org/b/OL22662003M/Panorama_de_la_lengua_espa%C3%B1ola y Fernando Antonio Ruano Faxas (1998). Cómo hablar correctamente en público. Un ensayo lingüístico-imagológico. México, Ediciones ЯR, disponible a través de: http://openlibrary.org/b/OL22661497M/C%C3%B3mo_hablar_correctamente_en_p%C3%BAblico._Un_ensayo_ling%C3%BC%C3%ADstico-imagol%C3%B3gico .
[8] Para considerar algunos de los rasgos distintivos de la política mexicana tradicional, véase el texto de Manuel Gamio, publicado en 1916, que lleva por nombre “Política en general y política de población”. Este texto puede ser consultado en varias ediciones, como por ejemplo: Manuel Gamio (1993). Antología. México, UNAM, 3-8. En este sentido, apunta Gamio:
LA POLÍTICA Y SUS VALORES. La realización de cualquier empresa, la eficiencia de toda obra, requieren el concurso de elementos de valor real. Para que sea útil y eficiente la futura colaboración de los partidos políticos en la obra de la reconstrucción apenas iniciada es preciso que dichos partidos posean valor práctico, positivo, que ofrezcan utilidad verdadera, y no aparente. Si ha de continuar reinando el viejo concepto sobre política, es preferible que no resurjan aquéllos.
LA POLÍTICA DEL PASADO. En general nuestros políticos profesionales nunca valieron por sí mismos […] ¿Qué trascendencia nacional pueden tener las asociaciones o “partidos” que forman anormales de este género?
La política mexicana, sensible es decirlo, tuvo dos orientaciones convergentes, claramente perceptibles: alcanzar poder y alcanzar riqueza, y esto por un contado número de individuos. Los medios para alcanzar tales fines, consistieron principalmente en la adulación jerárquica, sistematizada y extendida hasta círculos que no siendo políticos, se contaminan fatalmente. A esos medios reprobados, daban fuerza cuando era necesario, las amenazas, los cohechos y los sobornos.
Cuando se era rico el dinero servía para hacer política y alcanzar poder, vanidad que sigue a la posesión del dinero; por entendido queda que tal poder, era ficticio ya que de hecho se reconcentraba en poquísimas manos; pero, en fin, la farsa autosugestionaba. Cuando se era pobre se hacía política para escalar el poder; valiéndose de él se acumulaba dinero por medio de concesiones, prebendas, etcétera.
Una minoría de hábiles o “primates políticos” triunfaba indefectiblemente y obtenía riqueza y poder, sirviéndole de escalón una gran masa de politiquillos, o politicastros, que no obtenían más poder que el problemático que les daba el fuero o la protección oficial, ni más medro que míseras limosnas concedidas a título de subvención por empresas y servicios imaginarios, porque eso sí, la primera característica del político era hacerse atmósfera a cargo del presupuesto, nunca al del propio peculio.
Los primates de la política siquiera lucían valores aparentes y se formaban a sí mismos: discursos efectistas carentes de fondo; campañas de prensa en las que campeaban adulación servil o insulto procaz, jamás ideas; banquetes a todas horas, y en todos los sitios, vinieran o no a cuento; sacrificio voluntario del honor oficial y del personal; renuncia de la dignidad humana en ridículas mojigangas o manifestaciones pseudo-políticas, etcétera, constituían el mecanismo, el modo de hacer política. Los politicastros infelices por nacimiento, carneros de Panurgo, eran dados a luz por obra y gracia de padrinos más o menos influyentes, los que, en cambio de ese alumbramiento, exigían de esas criaturas putativas, vitalicia fidelidad canina. En resumen se procuró de continuo que la vida política de 15 millones de mexicanos [hoy, en 2006, los mexicanos son aproximadamente 105 millones] estuviese consagrada a conservar rico y poderoso al pequeño grupo de pulpos que paralizaban el desarrollo nacional […]
Debe ser considerada como ridícula la súbita aparición de individuos que, sin valimiento personal alguno, son considerados o se consideran a sí mismos, como “personalidades políticas”, cuando sólo podría convenirles el dictado de intrigantes […] que no se tolere [en las Cámaras] la existencia de “políticos políticos”, es decir de hombres que a nada, ni a nadie, representan y en cambio intrigan, explotan y desacreditan a la Nación.
Es también indispensable, por más que la tarea sea difícil, barrer para siempre a los empleados públicos que para hacer y hacerse política, emplean la fuerza moral y los elementos materiales del puesto que ocupan.
El vicio político mexicano que se arraigó más y cuya reaparición debe con mayor energía evitarse es el personalismo. Los políticos deben luchar por el bien de las agrupaciones a que pertenecen, y por los intereses que entrañan las mismas, obteniendo naturalmente los beneficios proporcionales que les correspondan como miembros integrantes de aquéllas. Antes, los políticos manejaban a su albedrío a las agrupaciones que dizque representaban, encaminando sus actividades y haciéndolas converger hacia su mejoramiento personal y no al de la colectividad de que eran miembros; después socorrían, es la palabra, a los inconscientes compañeros de partido, otorgándoles la limosna de un puestecillo o cosa análoga. Hoy las agrupaciones deben controlar a los políticos que las formas y especialmente a los que las representan, y no éstos a aquéllas.
La política, o lo que se llama así, fue siempre en México semillero de corrupciones. Antes que aparezca la nueva, la verdadera política, hay que desinfectar el ambiente; hay que exigir de los futuros políticos patente ampliamente legitimada de sanidad moral, de eficiencia personal y de representación efectiva.
[9] Mariano Brull. Poeta cubano, camagüeyano, 1891-1956. De este autor es “Jitanjáfora”:
Filiflama alabe cundre
ala olalúnea alífera
alveola jitanjáfora
liris salumba salífera
Olivia oleo olorife
alalai cánfora sandra
milingítara girófora
zumbra ulalindre calandra.
[10] Emilio Ballagas. Poeta cubano, camagüeyano, 1908-1954. De este autor es el “Poema de la ele”:
Tierno glú-glú de la ele,
ele espiral del glú-glú.
En glorígloro aletear:
palma, clarín, ola, abril…
Tierno la-le-li-lo-lú,
verde tierno, glorimar…
Ukelele… balalaika…
En glorígloro aletear,
libre, suelto, saltarín,
¡tierno glú-glú de la ele!
[11] Pero destacamos aquí que existen excepciones, como es el caso, por ejemplo, de los discursos político-gubernamentales, al nivel de jefes de gobierno, de: la chilena Michelle Bachelet, el argentino Néstor Kirchner, el brasileño Luiz Inacio Lula da Silva, el boliviano Evo Morales y el venezolano Hugo Chávez.
[12] Recordemos que la Imagología (Ruano, 2003b) tradicionalmente ha sido una de las ramas de la Filología y de la Lingüística. La Imagología en nuestros días es tratada en otras ciencias y ramas de estudio e investigación de las Ciencias Sociales, de las Humanidades, etc. En Filología y Lingüística, y casi siempre a través de los análisis imagológicos que se realizan en los estudios comparados, la Imagología trata las imágenes verbales y no verbales artístico-literarias y, concretamente, los imagotipos, que a su vez se clasifican en autoimagotipos y heteroimagotipos.
[14] En México, “chingar” significa, entre otras múltiples cosas, ‘joder’; de ahí que “chingarse” significa en el dialecto del español de México ‘joderse’.
[15] Todos sabemos lo que se esconde detrás de las exigencias de privacidad de las personas públicas, de los funcionarios públicos, en todos los sentidos. Todos conocemos los riesgos del “silencio”, en especial en la vida político-administrativa y religiosa (Ruano, 2003a):
Con bastante frecuencia se ha pensado que en la sociedad occidental, que en nuestros países, la calma (?) y el silencio (?) de los que nos rodean, ya sea de los grupos en general o de los individuos es particular, son un signo indiscutible de aceptación de la ley, de las normas, de lo planteado, de lo expresado, o que también son un signo de subordinación incondicional y absoluta al mensaje que lanza el emisor –gobierno, institución, asociación, empresa, grupo, autoridad o persona–, ya sea mediante la palabra o el gesto. ¡Cuidado…!: la calma y el silencio también tienen sus violencias latentes, tiempo al tiempo. Sería bueno recordar, por ejemplo, que el silencio, entre otras cosas, puede significar “abstención de hablar” por muchas circunstancias y “represión de los sentimientos”, “inhibición”. Si consideramos al “silencio” como un mensaje no verbal, entonces cabría tomar en cuenta que “Los mensajes no verbales son importantes porque en general tienen más credibilidad que la comunicación verbal y porque son la forma primaria de expresar emociones, crear y manejar impresiones y comunicar mensajes de atracción, aceptación, distancia, [rechazo, indiferencia] y dominación […] Aproximadamente entre el 60 y el 65% del significado social se deriva de conductas no verbales. Diversos estudios han revelado que las personas interpretan mensajes basándose más en claves de comunicación no verbal que en claves verbales. Por ejemplo, puedes inferir lo que tu jefe piensa y siente por la expresión facial, postura y otras claves no verbales. La comunicación no verbal se utiliza más que la verbal para enviar mensajes positivos y negativos a socios, cónyuges, familiares y amigos […] La comunicación no verbal es en particular poderosa porque es vista como más creíble que los mensajes verbales. Las personas perciben que la comunicación no verbal es la expresión más espontánea de los pensamientos y sentimientos internos, es la expresión de “nuestro verdadero yo.” También es necesario destacar tres formas distintas del silencio en sociedad: 1. El silencio por indiferencia –el peor de los sentimientos humanos–, que es bastante frecuente en las empresas latinoamericanas, y en donde el silente no expresa nada verbalmente porque sencillamente o no le importa la empresa en general –salvo el día de pago, el aguinaldo y la repartición de utilidades–, o no le interesa el asunto que se está tratando, o no le conviene intervenir con palabras en el seno de un grupo limitado de personas o un colectivo laboral –eso, según el silente, “que lo hagan otros”–. Aquí parece que se cumplen las palabras de Confucio: “Si te llaman, acude; si no lo hacen, ocúltate”; 2. El silencio por temor a la propagación del asunto o tema, a la profundización en el asunto o tema, o a enfrentar la cruda realidad o a ser implicado. Muchos gobiernos, instituciones, organizaciones o individuos pretenden silenciar algunos conflictos, fraudes, violaciones, ideas, conceptos, etc. No obstante, dada la trascendencia de los medios masivos de comunicación: prensa, radio, televisión, Internet, etc., ciertos verdaderos y bochornosos escándalos y ciertos asuntos tabúes se difunden con una asombrosa rapidez a nivel internacional. En algunos casos, tristemente reconocidos en todo el orbe, debido a que no fueron analizados esos asuntos, por complicados que fueran, de manera pertinente, a su tiempo, en su momento inicial, el precio social y económico –la mordida para hacer callar a otros– que pagan los individuos silentes y las instituciones silentes es extremadamente mucho mayor que si hubieran hablado en el momento indicado. ¡Y aquí pagan todos, actores y cómplices! También sabemos que ese silencio se produce porque los infractores, violadores o criminales, de la misma manera que sus cómplices, han pretendido “verle la cara” a los demás, a la sociedad, a la comunidad, a la Humanidad, pensando que “podría ser chicle y pegaba”, dicho en el claro lenguaje popular. La práctica nos ha demostrado, y nos sigue demostrando, todo lo contrario. El pueblo siempre lo sabe todo, más tarde o más temprano, y puede tener reacciones muy diferentes, terribles en algunos casos, hasta las últimas consecuencias. En el mundo moderno, debido a las múltiples opciones informativas que tienen las culturas desarrollas, ya no funciona la estrategia del “lavado de cerebro” entre las masas cultivadas, que tenía el efecto de reducir la resistencia y hacer aceptar gradualmente el mensaje. Además, también se conoce el riesgo de estar repitiendo constantemente, como un martilleo, ciertos mensajes que no producen los resultados esperados, los cuales se transforman en el llamado “efecto boomerang”, cuando el mensaje se convierte en un cliché, cansa, y se buscan otras opciones. Esto explica la necesidad de introducir cambios en las empresas e instituciones, en las organizaciones. Este tipo de “silencio sepulcral” es bastante común en ciertos grupos religiosos, que callan muchos problemas y graves conflictos por temor, ejemplo de lo cual es el silencio en el delito por pederastia y violaciones sexuales de religiosos (Ruano, 2003e); y 3. El silencio por timidez –la timidez se define como una falta de seguridad en uno mismo y en las relaciones con el prójimo, que, en general, tiene su origen en factores surgidos del interior de la persona, como un pobre autoconcepto y falta de confianza en sí mismo–. La timidez, en la mayoría de los casos, es una enfermedad, es patológica, por lo que trastorna la estabilidad sicológica e impide la relación normal con los demás. La timidez tiene una base genética. Las estadísticas revelan que la timidez es muy frecuente en muchos países: entre el 40 y el 48% de las personas de ciertos grupos se han calificado a sí mismas como tímidas. Aparte de su base genética, es más común la timidez en ciertas zonas en las que todavía en la educación de los niños, adolescentes y jóvenes se mantienen antiguos y desajustados modelos de educación, además de elevados niveles de tabúes lingüísticos y sociales (Ostrosky-Solís, 2000: 222-251; Ruano, 2003e; Kras, 1990: 17-26). “El silencio también es una posición en el combate. Los silencios se usan cuando se quiere salir rápidamente de algo porque molesta, incomoda, porque hay inseguridad o porque no hay argumentos”, confió Sauri, exdirigente nacional del PRI, e hizo un símil: “En algún momento, me sentí identificada con la época de la mayoría aplastante priista, cuando hablaban los compañeros del PAN y del PRD, y los oíamos y luego votábamos: ‘Como me ves, te vi; como te ves, me verás’” (Proceso, 2006, No. 1535: 29). Acerca del “silencio” en el lenguaje humano puede verse, además: “El lenguaje y el silencio son el vehículo del encuentro y la creatividad”, en Alfonso López Quintás, 1998: 193-207.
A nuestros funcionarios les tiene que quedar claro de una buena vez que la privacidad es para las “personas privadas”; pero las personas públicas, los funcionarios públicos, no pueden tener “esa” privacidad que exigen, porque la experiencia, la historia, nos ha aleccionado como pueblo muy bien acerca de lo que se esconde detrás de la privacidad de las personas públicas. Todos sabemos por qué las personas públicas exigen “silencio” y “secrecía”. Los cargos públicos exigen de la transparencia, en especial en las áreas y pueblos en donde la mentira, “la transa”, la corrupción, la violación a los derechos humanos, están a la orden del día. Cuando se rompe el silencio y salen a la luz “los secretos” de las personas públicas, ya es tarde…, y los desmanes han sido y son tantos…, y los fraudes tan versátiles… Entonces ¿¡cómo que privacidad!? Para nada, todo lo contrario, ¡total transparencia! ¿Qué se han levantado “falsos” y que esto o aquello es mentira…? Señores funcionarios y políticos de América Latina, ¿acaso no recuerdan las palabras de Gamio?: “El movimiento se demuestra andando y la mentira se derrumba desmintiéndola”, ¡adelante! […]
[16] Julio Derbez (2005). La Fábula de Amatlán. México, Grijalbo, 80.