Abstract
Analfabetismo funcional, Functional illiteracy, Функциональная неграмотность, Illettrisme
ANALFABETISMO FUNCIONAL EN LAS EMPRESAS
FUNCTIONAL ILLITERACY IN THE WORKPLACE
Cuando se masifica el analfabetismo funcional –algo muy común en la inmensa mayoría de los países latinoamericanos, con “educaciones de ficción”, tanto al nivel de los centros educativos como al nivel de la educación familiar de tipo nuclear–, entonces estamos en un tremendo y catastrófico problema, de alcances mayores, y ahí están los resultados, en los desastres que hemos visto, que estamos viendo y que seguiremos viendo en una buena cantidad de países de América.
“[…] Necesitamos alfabetizar a los políticos. La élite política mexicana es incoherente y analfabeta en su conjunto; eso realmente es una tragedia […] En México tenemos dirigentes que si bien nos va entienden lo que pasa en su municipio, en su estado; en el mejor de los casos uno que otro en el país; y en el mundo, muy pocos […]” (escritor e investigador mexicano Roger Bartra).
[…] Había y hay, antes y ahora, en todo el mundo, una gran diferencia entre los “religiosos alfabetizados” o “creyentes preparados” y los “religiosos analfabetos” o “creyentes impreparados”, entre los “feligreses conscientes” y los “feligreses inconscientes”. Una cosa es profesar una religión sabiendo lo que se piensa y lo que se hace y otra cosa es profesar una religión sin conocer de qué se trata en realidad y actuar como acarreado espiritual, en situaciones de desesperación, como última alternativa. Las personas que profesan una religión sin conocer su verdadero sentido, la profesan como pueden profesar cualquier otra religión, o no profesar nada, cuestión de moda, de conveniencia, de beneficio, de necesidad… En estos casos, cualquier vientecillo rompe la rama. En América y en Europa es generalizada la idea –entre otras ideas– de que los cristianos, de que los católicos, de Latinoamérica pocas veces o nunca hemos leído la Biblia, cuestión que también hacen todos los demás, los europeos inclusive, que no leen la Biblia ni ningún texto sagrado, como han afirmado en varias oportunidades muchas celebridades, como por ejemplo el Premio Nobel de Literatura José Saramago: “no esperaba reacciones de los católicos [acerca de este libro mío con título CAÍN] porque ellos [los católicos] no leen la Biblia y se preguntó: ‘¿Quién va a leer un libro de ese tamaño?'” (según http://www.proceso.com.mx/noticias_articulo.php?articulo=73320 ), y de que si la leemos, no la entendemos o no la entendemos de manera adecuada –creo que tal vez piensen lo mismo en otros lugares de Asia y África, debido a que ahí están las estadísticas acerca de la educación y la alfabetización en América, al alcance de todos. Si no podemos entender lo que se plantea en un periódico local, entonces cómo imaginar que podemos entender un texto tan complejo y grande, tan amplio, como la Biblia–. Y lo que sucede es que el analfabetismo y el analfabetismo funcional ( http://knol.google.com/k/an%C3%B3nimo/analfabetismo-funcional-analfabetismo/19j6x763f3uf8/6# ) en América es pan de cada día. ¡No hablemos ya del analfabetismo teológico, inclusive entre individuos religiosos cristianos con preparación universitaria! ¡Tremendo el problema! ¡Qué impacto! ¡Qué realidad tan compleja y contradictoria! Tal vez sería necesario pensar un poco más detenidamente acerca de la necesidad de abrir cursos especializados, materias, seminarios, postgrados, de Teología y Filosofía de las Religiones, de Sociología de la Religión, en las universidades estatales de los países con alto índice de religiosos, de creyentes, de cristianos, de católicos. Obviamente, se supone que en caso de que estos cursos se abrieran para “la gran masa de la población”, entonces deberían estar muy bien dirigidos y enfocados, cuidadosamente dirigidos, deberían de estar a cargo de personas morales, “realmente y comprobadamente” morales y no “supuestamente” morales o “comprobadamente inmorales”, comprometidas con el pensamiento científico y con el respeto a la historia y a la sociedad. Todos sabemos los grandes problemas del pensamiento en las ciencias sociales, en las humanidades (Ruano y Makoviétsky; 1984, en http://catalog.loc.gov/cgi-bin/Pwebrecon.cgi?DB=local&BBID=2497140&v3=1 ; Ruano, 2002; http://knol.google.com/k/como-trabajar-con-los-estudiantes-universitarios-de-ciencias-sociales-o-la , http://knol.google.com/k/anónimo/como-trabajar-con-los-estudiantes/19j6x763f3uf8/20# ), todos conocemos perfectamente los grandes problemas que aparecen a la hora de leer y tratar de interpretar los textos sagrados, la Biblia, más bien “las biblias”: http://openlibrary.org/b/OL23576608M/La_traducción_y_la_interpretación_de_la_Biblia._Una_disquisición_filológico-lingüística , y justamente por esto creemos que las personas que deciden los destinos de los países, es decir concreta y principalmente el aparato gubernamental, los comunicadores, los periodistas, los intelectuales, los académicos, los docentes, deben tener un fundamento cultural teológico bien estructurado, multidisciplinario, multicultural, egalitario, que les permita tener una “visión acertada” del pensamiento y la conducta religiosos mundial y sobre todo nacional, especialmente de aquellas religiones, sectas y corrientes socioconfesionales que influyen más en la vida moderna. ¡Es admirable lo que sucede en estos casos! ¡Es admirable el desconocimiento que al respecto tiene la masa poblacional y los grupos directivos! […] Piense todo esto un poco. Piénselo nada más y reflexione en este sentido […] Debido a que nosotros los latinoamericanos practicamos un Catolicismo sincrético, un Cristianismo sincrético, es decir con características especiales salidas de la relación de esta religión con las religiones y creencias indígenas y negras, y que además practicamos toda una serie de cultos alternativos junto al Catolicismo, cuestión que no solamente se observa al nivel del subcontinente llamado América Latina sino que es más que evidente aquí en Estados Unidos de América, debido a todo esto […] siempre recomiendo revisar algunas de las otras biblias o génesis de la América prehispánica […] porque también están los génesis prehispánicos del tipo del maya Popol Buj, del náhuatl Códice Chimalpopoca y del sincrético maya Chilam Balam […] Estos textos que tratan la creación del mundo y del hombre, según la visión de los prehispánicos del área, son sencillamente fascinantes […]
[…] Era de esperar que con tanta desvergüenza, corrupción, delincuencia, prostitución, intrigas y desorganizaciones en el seno de una religión, en las altas cúpulas de la jerarquía católica mexicana, los mexicanos cada día abandonan más y más el catolicismo y se pasan a otras religiones: http://www.lajornadajalisco.com.mx/2010/03/29/index.php?section=politica&article=003n1pol , http://www.cronica.com.mx/nota.php?id_nota=413632 , http://www.abc.es/agencias/noticia.asp?noticia=331216 , http://analistascatolicos.org/2008/11/03/dejan-el-catolicismo-porque-“no-ven-a-dios-en-la-iglesia”/ , http://lauracampos.wordpress.com/indiferencia-religiosa/ […]
[…] Hasta Hernán Cortés practicaba la magia y las artes sobrenaturales –o por lo menos así lo hacía entender–! (Todorov, 1999: 120-121); ¡Hasta Mahoma –según los mahometanos, islamistas o musulmanes– fue embrujado![27]Claro está que la magia, que la brujería, que el chamanismo, que el ocultismo, que la cosmogonía, que el hermetismo, que el oscurantismo, que el esoterismo, que la curandería, que la santería, que el ñañiguismo, que la palería o palo[28] o palo mayombe o palo monte o brillumba o kimbisa, que el candomblé, que el vudú, etc., tienen en nuestra América profundas raíces e historias antiquísimas, así como también sincretismos múltiples marcados […]La palabra [magia] deriva del antiguo término “mago”, que significa sabio [La magia] ha existido desde siempre en la mente humana, como una alternativa […] no exige pruebas, sino eficacia […] Se proyecta a la sociedad a través de mitos, ritos, cultos y supersticiones; pero en contraste con la religión, no origina santorales ni martirologios […] (Álvarez, 1987, t. VIII:4892).
Tomada la gran Tenochtitlan (1521), durante los tres siglos siguientes se hizo “la mezcla de las mezclas”. Sobre las bases esotéricas prehispánicas se sobrepuso la magia española, mezcla a su vez de las celtas, ibera y romana, de la brujería medieval, del oscurantismo oriental llevado por los árabes durante la larga ocupación de la Península, del esoterismo judío –especialmente la Cábala– y de los sistemas de adivinación y astrología desarrollados en algunas cortes, como la de Alfonso el Sabio; todo esto atemperado por la Iglesia católica, por medio de la Inquisición. Después se añadió la magia africana introducida por los esclavos negros y, por último, la del siglo XVIII, que aportó nuevos métodos en la alquimia, la medicina, la física y la astrología, una interpretación distinta de la demonología y de la Cábala, y la organización de sociedades secretas político-esotéricas.
Del Cercano y Lejano Oriente procedieron las prácticas adivinatorias más comunes, como la interpretación del vuelo de las aves y de las entrañas de los animales, la hepatoscopía, los oráculos, el gnosticismo, la rabdomancia, la numerología, la interpretación de los sueños y de los fenómenos de la naturaleza (granizos, rayos, centellas, cometas), los pases para el control de las influencias ajenas, el poder del verbo (la palabra), la invocación, el concepto de la otra vida y el principio de las sociedades secretas. Esto se unió a las costumbres de las ordalías, al culto de los espíritus y del cráneo, a los sacrificios de ahorcamiento para propiciar la tierra, a los amuletos y talismanes, y a la preparación de los elíxires, todo lo cual practicaban los bárbaros […]
Estas prácticas fueron fácilmente asimiladas por los indígenas [mexicanos] conquistados […]
A principios del siglo XVII, cuando empezaban a llegar los esclavos negros [a México] procedentes de las costas del golfo de Guinea, se advirtió, por acusaciones del Santo Oficio, la presencia de nuevas formas de brujería […] Los negros se consideraban rodeados por los espíritus de sus antepasados, quienes hacían bien o mal según se comportaban los hombres, propiciándolos u olvidándolos. La forma más común de propiciarlos era permitirles la posesión [o monta]. Ésta se manifiesta con convulsiones y estados de epilepsia, individual o colectiva, lograda a base de danzas frenéticas y semioscuridad. El punto culminante de la ceremonia (vodú o vudú) es el éxtasis del mago o de la persona que desea curarse […] En el siglo XVII los inmigrantes negros se vieron obligados a cambiar sus dioses por santos católicos: así, Shangó se convirtió en Santa Bárbara, o en San Cosme, o en San Patricio, según la intención de belicosidad, medicina o defensa que tuviera. Sus altares se impregnaron de papel indígena mexicano; sus ofrendas fueron el aguardiente, el pan o las flores, y entre las representaciones de animales (a veces los animales mismos) abundaban el cocodrilo y la serpiente. Para los sacrificios, que siempre formaron parte de las ceremonias, usaron desde un principio el gallo negro y el chivo [también la gallina, el pollo y la paloma]. La idea del muerto que trabaja (zombie) no prosperó en México, pero sí en el sur de América y las Antillas.
Los oscurantismos indígena, español y africano, mezclados en el siglo XVII, constituyeron complejos mosaicos en el XVIII. Se guardaron, sin embargo, las distancias de clase y casta: los peninsulares y criollos se manifestaban reacios a la magia y aparecían como verdaderos cristianos, aunque en la intimidad de sus hogares manejaban laboratorios alquimistas, o sus altares estuvieran penetrados de significados mágicos (palmas [o yarey], agua y pan bendito, y flores de cempasúchitl para el culto a los muertos [y magueyes o tunas atravesadas por cuchillos o lanzas para el mal de ojo]). Los mestizos –las incipientes clases medias– practicaban formas de brujería sincretizada. Y los indios y negros conservaban sus religiones antiguas, consideradas diabólicas por los misioneros españoles. Estas diferencias se acentuaban en la aplicación de la medicina (advertencia de Aguirre Beltrán): los peninsulares conservaban sus tradiciones, que impusieron a los criollos; los mestizos y los indios usaban la medicina prehispánica, y los negros guardaban la suya, cien por ciento mágica. Los médicos españoles aportaron las técnicas de sangría, lavados intestinales y elíxires de plantas europeas; los indígenas, las propiciaciones, sahumerios, brebajes, ungüentos, ofrendas, conjuros, cortes de pelo, cataplasmas y magia homeopática; y los negros el llamado del alma, la búsqueda del espíritu que está enfermando, y el uso de restos humanos y de tierra de camposanto.
Siglo XIX. Un criterio hermético, que forma parte de la mentalidad mágica, presidió la formación de las sociedades secretas, basadas en ideas esotéricas de la antigüedad, sobre todo del helenismo y en relación con el culto a Hermes […] En el siglo XVIII proliferaron las agrupaciones herméticas, entre ellas los rosacruces y los masones o francmasones. Su principal acción consistió en enfrentarse a la Iglesia católica y a los poderes hereditarios. Se formaron con las nuevas clases burguesas y con aristócratas de segunda línea. Sus raíces mágicas se nutrieron en la alquimia, la gnosis, la numerología, la geometría, la Cábala y otros métodos de adivinación.
En la segunda mitad del siglo XIX se desarrollaron el hipnotismo, la telepatía, nuevas formas de adivinación, amuletos y talismanes, y sobre todo el espiritismo […] La clase media adoptó nuevas formas de adivinación: las cartas españolas; la lectura de los restos del café en las tazas; la quiromancia a la llegada de los gitanos españoles y de la Europa Oriental; la astrología y la formación de horóscopos, aunque en pequeña escala; las bolas de cristal, usadas por los profesionales; la grafología y la rabdomancia, o búsqueda de agua con una vara. Los sueños, los presentimientos, los muertos aparecidos y las voces siguieron siendo cuadros muy frecuentes. Por ello se acudía también a la magia costumbrista: limpias con hierbas [despojos] o con huevos, o forzar el amor y el odio con brebajes y objetos portables. La Iglesia disimulaba el carácter de los escapularios de tela como amuletos, lo mismo que las medallas con efigies de santos, y el agua bendita continuó con sus efectos apotropaicos y el pan y las palmas [o yareyes] siguieron como talismanes. Las masas populares, a su vez, conservaron sus formas de pensamiento sobrenatural.
Siglo XX. Coincidiendo con una época de inseguridad, a los primeros 30 años corresponden los charlatanes, videntes, médicos mágicos, adivinos e iluminados […]
Hacia 1920 apareció en México el espiritualismo, que no concibe a las deidades ni a los santos en el cielo, sino alrededor de los hombres […]
Con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, las clases altas han adoptado de preferencia formas de magia oriental: el éxtasis, las filosofías yogas, los horóscopos hechos por astrólogos, la adivinación por el Tarot y el I Ching, la portación de fetiches y amuletos exóticos, y la consulta a grandes adivinos preparados en el esoterismo de la India y de Egipto. Muchos de estos practicantes han cambiado el cristianismo por el hinduismo y el budismo. Las drogas alucinantes no les son tampoco desconocidas. En virtud de las oportunidades de viajar, han abandonado casi definitivamente la tradicional magia popular mexicana y han buscado más amplias respuestas en el ocultismo extranjero. La clase media también ha incorporado a su mentalidad mágica nuevas técnicas: amuletos con signos del zodiaco, plantas para la buena suerte, cruces de Caravaca, el espiritismo, el espiritualismo, la lectura del iris del ojo, la tabla güija y los caracoles de la santería.
La prensa, la radio y la televisión [así como Internet] le proporcionan a diario los horóscopos. El pueblo en general ha aumentado, asimismo, sus formas de protección mágica: los mercados expenden toda clase de remedios herbolarios, hasta dar la apariencia de producción industrial, por las preparaciones y el empaque […] La superstición colonial sobrevive […]
Entre los grupos indígenas actuales son notables las supervivencias prehispánicas […] (Álvarez, 1987, t. IX:4892).
[…] Pobreza imaginativa, decía Unamuno, es aprenderse códigos de memoria [como hacen muchos religiosos con sus textos, con sus discursos, y no esa imaginación inconmensurable del mundo mágico-fantástico-maravilloso; pobreza imaginativa es la educación que se les da, en pleno siglo XXI y de “globalización competitiva” a la inmensa mayoría de los pueblos de América y del mundo, marcada por ese estúpido, arcaico, frustrante e inservible memorismo] […] Para empezar, la sensación de lo maravilloso presupone una fe. Los que no creen en santos no pueden curarse con milagros de santos, ni los que no son Quijotes pueden meterse, en cuerpo, alma y bienes, en el mundo de Amadís de Gaula o Tirante el Blanco. Prodigiosamente fidedignas resultan ciertas frases de Rutilio en Los trabajos de Persiles y Segismunda, acerca de hombres transformados en lobos, porque en tiempo de Cervantes se creía en gentes aquejadas de manía lupina. Asimismo el viaje del personaje, desde Toscana a Noruega, sobre el manto de la bruja. Marco Polo admitía que ciertas aves volaran llevando elefantes entre las garras, y Lutero vio de frente al demonio a cuya cabeza arrojó un tintero. Víctor Hugo, tan explotado por los tenedores de libros de lo maravilloso, creía en aparecidos, porque estaba seguro de haber hablado, en Guernesey, con el fantasma de Leopoldina. A Van Gogh bastaba con tener fe en el Girasol, para fijar su revelación en una tela. De ahí que lo maravilloso invocado en el descreimiento –como hicieron los surrealistas durante tantos años– nunca fue sino una artimaña literaria, tan aburrida, al prolongarse, como cierta literatura onírica «arreglada», ciertos elogios de la locura, de los que estamos muy de vuelta. No por ello va a darse la razón, desde luego, a determinados partidarios de un regreso a lo real –término que cobra, entonces, un significado gregariamente político–, que no hacen sino sustituir los trucos del prestidigitador por los lugares comunes del literato «enrolado» o el escatológico regodeo de ciertos existencialistas […] Esto se me hizo particularmente evidente durante mi permanencia en Haití, al hallarme en contacto cotidiano con algo que podríamos llamar lo real maravilloso. Pisaba yo una tierra donde millares de hombres ansiosos de libertad creyeron en los poderes licantrópicos de Mackandal, a punto de que esa fe colectiva produjera un milagro el día de su ejecución. Conocía ya la historia prodigiosa de Boukman, el iniciado jamaiquino. Había estado en la ciudadela La Ferrière, obra sin antecedentes arquitectónicos, únicamente anunciada por las Prisiones Imaginarias del Piranesi. Había respirado la atmósfera creada por Henri Christophe, monarca de increíbles empeños, mucho más sorprendente que todos los reyes crueles inventados por sus surrealistas, muy afectos a tiranías imaginarias, aunque no padecidas. A cada paso hallaba lo real maravilloso. Pero pensaba, además, que esa presencia y vigencia de lo real maravilloso no era privilegio único de Haití, sino patrimonio de la América entera, donde todavía no se terminado de establecer, por ejemplo, un recuento de cosmogonías. Lo real maravilloso se encuentra a cada paso en las vidas de hombres que inscribieron fechas en la historia del Continente y dejaron apellidos aún llevados: desde los buscadores de la Fuente de la Eterna Juventud, la áurea ciudad de Manoa, hasta ciertos rebeldes de la primera hora o ciertos héroes modernos de nuestras guerras de independencia de tan mitológica traza como la coronela Juana de Azurduy. Siempre me ha parecido significativo el hecho de que, en 1780, unos cuerdos españoles, salidos de Angostura, se lanzaran todavía a la busca de El Dorado, y que, en días de la Revolución Francesa –¡vivan la Razón y el Ser Supremo!–, el compostelano Francisco Menéndez anduviera por tierras de Patagonia buscando la Ciudad Encantada de los Césares. Enfocando otro aspecto de la cuestión, veríamos que, así como en Europa occidental el folklore danzario, por ejemplo, ha perdido todo carácter mágico o invocatorio, rara es la danza colectiva, en América, que no encierre un hondo sentido ritual, creándose en torno a él todo un proceso iniciado: tal los bailes de la santería cubana, o la prodigiosa versión negroide de la fiesta de Corpus, que aún puede verse en el pueblo de San Francisco de Yare, en Venezuela.
Hay un momento, en el sexto canto de Maldoror, en que el héroe, perseguido por toda la policía del mundo, escapa a «un ejército de agentes y espías» adoptando el aspecto de animales diversos y haciendo uso de su don de transportarse instantáneamente a Pekín, Madrid o San Petersburgo. Esto es «literatura maravillosa» en pleno. Pero en América, donde no se ha escrito nada semejante, existió un Mackandal dotado de los mismos poderes de la fe de sus contemporáneos, y que alentó, con esa magia, una de las sublevaciones más dramáticas y extrañas de la Historia. Maldoror –lo confiesa el mismo Ducasse– no pasaba de ser un «poético Rocambole». De él sólo quedó una escuela literaria de vida efímera. De Mackandal el americano, en cambio, ha quedado toda una mitología, acompañada de himnos mágicos, conservados por todo un pueblo, que aún se cantan en las ceremonias del Vaudou. (Hay, por otra parte, una rara casualidad en el hecho de que Isidoro Ducasse, hombre que tuvo un excepcional instinto de lo fantástico-poético, hubiera nacido en América y se jactara tan enfáticamente, al final de uno de sus cantos, de ser «Le Montevidéen».) Y es que, por la virginidad del paisaje, por la formación, por la ontología, por la presencia fáustica del indio y el negro, por la Revolución que constituyó su reciente descubrimiento, por los fecundos mestizajes que propició, América está muy lejos de haber agotado su caudal de mitologías […] (Carpentier, 1949).
Del inmenso y críptico mundo de las religiones, del ocultismo, no se sabe mucho, si tomamos en cuenta que los lenguajes religiosos son “verbales” y “no verbales”, y que ambos lenguajes están marcados por el tiempo, por la “historia selectiva”:
[…] la historia la escriben siempre los vencedores. Cuando se produce un choque entre dos culturas, el perdedor es erradicado y el vencedor escribe [o pinta o dibuja] los libros de historia, libros que cantan las glorias de sus causas y denigran al enemigo conquistado. Como dijo Napoleón en cierta ocasión, «¿Qué es la historia sino una fábula consensuada?» […] Dada su naturaleza misma, la historia es siempre un elato unilateral de los hechos […]
[…] al final, escoger con qué lado de la historia nos quedamos se convierte en una cuestión de fe y de exploración personal, pero al menos la información ha sobrevivido (Brown, 2003: 317-318) […]
[…] Los empresarios podrían resolver más fácilmente los problemas que los políticos, debido a que tienen más experiencia al respecto, consideró Carlos Slim.“Creo que los hombres de negocios y los empresarios tienen más experiencia manejando recursos, y podemos resolver los problemas más fácilmente que los políticos, que tienen otras visiones, piensan en elecciones, piensan en popularidad”, dijo el magnate en entrevista para Forbes […]
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Fernando Antonio Ruano Faxas
CUSTOMERS AND SALES
WHY LEADERS DON’T KNOW THEIR BUSINESS?
WHY LEADERS DON’T UNDERSTAND THEIR GOALS?
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