Abstract
[…] ¿Y cómo se va a escribir bien si no se leen a los buenos escritores y periodistas […] si no se lee prácticamente nada? […] ¿Podemos concebir en el mundo moderno “educación”, “buena educación”, “educación competitiva mundialmente”, sin haber ido nunca a una biblioteca, a una librería, sin comprar libros? ¡Claro que no! ¡Imposible! […]
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Fernando Antonio Ruano Faxas (2006). Paisología y sociolingüística mexicanas. México en su historia y su actualidad. Comunicación, lenguajes, cultura, mexicanismos, tradiciones y fenómenos socio-político-gubernamentales más importantes en la historia de México. Regional and Cultural Studies, Страноведение, Landeskunde, Paisología. México, Ediciones ЯR, 306 páginas, disponible en: http://openlibrary.org/b/OL22470854M/Paisología_y_sociolingüística_mexicanas._México_en_su_historia_y_su_actualidad._Comunicación_lenguajes_cultura_mexicanismos_tradiciones_y_fenómenos_socio-político-gubernamentales_más_importantes_en_la_historia_de_México._Regional_and_Cultural_Studies_Страноведение_Landeskunde_Paisología.
1. El léxico.
2. El fónico-fonológico.
3. El morfológico.
4. El semántico.
5. El sintáctico.
Un problema bastante frecuente en los textos que se escriben en los CES, tanto por parte de los alumnos como por parte de muchos docentes y el órgano administrativo en general, es la acentuación. Los caminos de la buena acentuación son dos:
1. Aprender a acentuar con la práctica, leyendo buenos libros de autores de lengua española.
2. Aprendiendo de memoria las reglas y excepciones de la ortografía.
Los acentos pueden ser:
1. Prosódico.
2. Ortográfico.
3. Diacrítico.
4. Enfático.
Para su acentuación ortográfica, las palabras se dividen en:
1. Agudas u oxítonas.
2. Graves, llanas o paroxítonas.
3. Esdrújulas o proparoxítonas.
4. Sobresdrújulas.
Generalmente se presentan problemas de acentuación con los monosílabos, las mayúsculas, la interrogación, la admiración, los diptongos y triptongos, los términos y nombres extranjeros, la conjunción “o”, cuando la misma palabra puede pertenecer a dos categorías gramaticales diferentes: “este”, como adjetivo, y “éste”, como pronombre. También pueden presentarse anomalías en la acentuación a la hora de pronunciar y escribir los verbos terminados en –iar. Los problemas de acentuación más comunes con los verbos terminados en –iar, que están a la orden del día en todo tipo de discurso hablado o escrito en México, ya sea vulgar, popular o culto, en los mercados o tianguis o en las escuelas, en escuelas indígenas y en escuelas mestizas, en escuelas rurales y en escuelas urbanas, en escuelas nacionales del gobierno o en escuelas privadas, en la televisión, en la radio, en las universidades, en trabajadores comunes y en maestros, profesores, docentes con categoría de Maestría y Doctorado, en los dueños de las casas o “señores” y en las “chachas” y “maístros”, en los “fresas” y en los “nacos”, en altos ejecutivos, en funcionarios, secretarios o ministros o mandatarios, etc., se registran en los verbos comerciar, conferenciar, diferenciar, distanciar, espaciar, escanciar, financiar, negociar, referenciar, saciar y silenciar. Así, por ejemplo, se pronuncia y se escribe diferencia y no diferencía, negocia y no negocía, referencia y no referencía, etc. Pero la lista de estos verbos terminados en –iar, que deben ser conjugados según el modelo del verbo CAMBIAR, que diptongan en la conjugación y que no se acentúan, es larga: abreviar, acariciar, acopiar, acuciar, afiliar, agenciar, agobiar, agraciar, agraviar, agremiar, ajusticiar, algaciar, aliviar, aneciar, anestesiar, angustiar, anunciar, arreciar, apremiar, apropiar, arpegiar, arreciar, asalariar, asfixiar, asociar, atrofiar, auspiciar, auxiliar, bazofiar, beneficiar, cambiar, circunstanciar, codiciar, colegiar, columpiar, comediar, comerciar, compendiar, conciliar, conferenciar, congeniar, congraciar, contagiar, copiar, custodiar, demediar, denunciar, despreciar, desagraviar, desahuciar, desgraciar, desperdiciar, despreciar, desprestigiar, desquiciar, diligenciar, diluviar, disociar, divorciar, elogiar, encomiar, endemoniar, engraciar, enjuiciar, enlabiar, enmustiar, enrabiar, enranciar, enrubiar, ensuciar, entibiar, entremediar, enturbiar, enunciar, enviciar, envidiar, escanciar, escariar, escoliar, escuriar, espoliar, estudiar, evidenciar, excoriar, exiliar, expoliar, expropiar, fastidiar, feriar, filiar, foliar, fotocopiar, hiperestesiar, hipertrofiar, historiar, incendiar, incordiar, ingeniar, iniciar, injuriar, industriar, insidiar, intermediar, irradiar, licenciar, lidiar, limpiar, lisiar, maleficiar, maliciar, matrimoniar, matriar, mediar, meliar, menospreciar, miniar, mustiar, noticiar, obsequiar, obviar, odiar, oficiar, paliar, parodiar, plagiar, potenciar, preciar, premiar, presagiar, prestigiar, principiar, privilegiar, promediar, pronunciar, propiciar, rabiar, radiar, ranciar, reconciliar, refugiar, remediar, renunciar, repropiar, resabiar, residenciar, reverenciar, rumiar, salariar, salmodiar, sentenciar, seriar, sitiar, sumariar, sustanciar, tapiar, terciar, testimoniar, vanogloriar, vendimiar y viciar.
Otro problema de conjugación y acentuación se presenta con los verbos terminados en –uar. Estos verbos terminados en –uar se dividen en dos grupos: 1. Los que conservan el diptongo y no acentúan la u y 2. Los que forman hiato, y por eso acentúan la u. Los terminados en –cuar y –guar pertenecen al primer grupo de verbos, y por eso no llevan acento. Así, se debe pronunciar y escribir adecua y no adecúa; adecuo y no adecúo, etc. Estos verbos, que en cuanto al acento se deben conjugar según el modelo del verbo AVERIGUAR, son unos cuantos: aciguar, achiguar, adaguar, aguar, alenguar, amenguar, amortiguar, anticuar, antiguar, apaciguar, apropincuar, atreguar, averiguar, colicuar, confraguar, chuguar, empascuar, enmaniguar, evacuar, eyacuar, desaguar, desmenguar, fraguar, licuar, menguar, oblicuar, santiguar, sobreaguar, tameguar.
En México está generalizado el uso de la –s en conjugaciones verbales que no la admiten, en el español moderno, en el español actual, en el español en su variante culta. Así, por ejemplo, es común oír y leer en este país “tu comistes”, “no me dijistes”, “cuándo llegastes”, “¿Hace mucho que vinistes”?, “Oyes, ¿me puedes dar ese lápiz?”… Este grave problema de imagen verbal y de imagen social es tan amplio y complejo que prefiero no abundar aquí en él y remitir al lector interesado a cualquier libro elemental de gramática de la lengua española.
La pluralización de los números es otro problema en México. ¿Por qué pluralizar los números si éstos señalan con exactitud las cantidades? Hay, además de un empleo metalingüístico de los números cardinales –algo que podría oírse no tan “impactante”–: seises, dieces, treces, onces…, y un empleo –¿incorrecto?– de pluralización en expresiones temporales: “los noventas”, “los años noventas”, “los cuarentas días”, etc., un “extremo” en la pluralización: “mi hijo se sacó puros diéceses en las calificaciones y el de Juana sólo seises”.
Es bastante común oír entre nuestros alumnos universitarios frases como: “la ortografía no se me da”, “tengo problemas con la ortografía”, “¿para qué es necesario la ortografía si estoy dando bien la idea?” La parte de la gramática que enseña a escribir correctamente un idioma es la ortografía. También se puede entender que es la manera de escribir las palabras. Decía Pedro Felipe Monlau, reconocido profesor universitario español del siglo XIX, que “El escribir sin cometer faltas de ortografía es el indicio más seguro de una educación bien dirigida y esmerada.” Errores ortográficos comunes entre nuestros educandos aparecen por no distinguir correctamente los siguientes usos:
1. Los usos de B y V.
2. Los usos de C, S, Z y SC.
3. Los usos de S y X.
4. Los usos de Y y LL.
5. Los usos y no usos de la H.
6. Los usos de G y J.
7. Los usos de las contiguas M-P y N-V.
8. La ortografía de las mayúsculas.
Otro problema que se presenta en los textos escritos al nivel universitario es la puntuación. Se llama puntuación al conjunto de signos que sirven para puntuar, es decir, poner en la escritura los signos ortográficos necesarios para distinguir el valor prosódico de las palabras y el sentido de las oraciones y de cada uno de sus miembros.
Con toda seguridad los escritores tuvieron, hasta el siglo VII, menos preocupaciones formales que cualquier autor actual, pues además de que se ignoraba la puntuación, las palabras se escribían una tras otra, sin separarlas: los problemas eran para los lectores, que debían molestarse un poco en averiguar dónde empezaba un término y dónde el siguiente.
Puntuar correctamente sería algo así como ajustar lo más posible lo escrito a lo pensado, cerrar distancias entre autor y lector, eliminar ambigüedades involuntarias.
Nadie puntúa igual, como nadie tiene las mismas huellas dactilares; pero sí queda claro que existen muchas reglas que podemos tomar en cuenta para la escritura habitual, común, diaria, que no es lo mismo que la escritura artística, periodística, científica, etc.
Los signos ortográficos que se emplean en lengua española son los siguientes:
1. Tilde o acento ortográfico ´
2. Diéresis o crema ¨
3. Punto .
4. Coma ,
5. Punto y coma ;
6. Dos puntos :
7. Puntos suspensivos …
8. Principio de interrogación ¿
9. Fin de interrogación ?
10. Principio de admiración ¡
11. Fin de admiración !
12. Fin de interrogación entre paréntesis (?)
13. Fin de admiración entre paréntesis (!)
14. Paréntesis ( )
15. Corchetes [ ]
16. Comillas:
A. Comillas normales o dobles “ “
B. Medias comillas o comillas sencillas ‘ ‘
C. Comillas angulares, bajas, francesas o sargentos « »
17. Guión:
A. Guión o guión corto
B. Guión largo, raya o menos –
18. Llamadas:
A. Asterisco *
B. Número dentro de paréntesis (7)
C. Número en voladita, número en forma de exponente
bibliografía7
19. Mayúsculas.
De nuevo citamos las palabras de José Joaquín Fernández de Lizardi para ilustrar, de manera general, los problemas de la escritura en lengua española:
“Y si esto era por lo tocante a leer, por lo que respecta a escribir ¿qué tal sería? Tantito peor, y no podía ser de otra suerte; porque sobre cimientos falsos no se levantan jamás fábricas firmes.
Es verdad que tenía su tintura en aquella parte de la escritura que se llamaba Caligrafía [arte de escribir con letra correctamente formada], porque sabía lo que eran trazos, finales, perfiles, distancias, proporciones, etcétera; en una palabra pintaba muy bonitas letras; pero en esto de Ortografía no había nada. El adornaba sus escritos con puntos, comas, interrogaciones y demás señales de éstas, mas sin orden, método ni instrucción; con esto salían algunas cosas suyas tan ridículas que mejor le hubiera sido no haberlas puesto ni una coma. El que se mete a hacer lo que no entiende acertará una vez, como el burro que tocó la flauta por casualidad; pero las más ocasiones echará a perder todo lo que haga, como le sucedía a mi maestro en este particular; que donde había de poner dos puntos, ponía coma; en donde ésta tenía lugar, la omitía, y donde debía poner dos puntos, solía poner punto final. Razón clara para conocer desde luego que erraba cuanto escribía; y no hubiera sido lo peor que sólo hubieran resultado disparates ridículos de su maldita puntuación, pero algunas veces salían unas blasfemias escandalosas.
Tenía una hermosa imagen de la Concepción, y le puso al pie una redondilla [estrofa de cuatro versos octosílabos] que desde luego debía decir así:
Pues del Padre Celestial
fue María la hija querida,
¿no había de ser concebida
sin pecado original?
Pero el infeliz hombre erró de medio a medio la colocación de los caracteres ortográficos, según que lo tenía de costumbre, y escribió un desatino endemoniado y digno de una mordaza si lo hubiera hecho con la más leve advertencia, porque puso:
¿Pues del Padre Celestial
fue María la hija querida?
No, había de ser concebida
sin pecado original.
Ya ven ustedes qué expuesto está a escribir mil desatinos el que carece de instrucción en la ortografía, y cuán necesario es que en este punto no os descuidéis con vuestros hijos.
Es una lástima la poca aplicación que se nota sobre este ramo en nuestro reino. No se ven sino mil groseros barbarismos todos los días escritos públicamente en velerías, chocolaterías, estanquillos, papeles de las esquinas y aun en el cartel del Coliseo. Es corriente ver una mayúscula entremetida en la mitad de un nombre o verbo, unas letras por otras, etcétera. Como, verbigracia: chocolaTería famosa; Rial estanquiyo de puros y sigarros; El Barbero de Cebilla; La Horgullosa; El Sebero Dictador y otras impropiedades de este tamaño, que no sólo manifiestan de a legua la ignorancia de los escribientes, sino lo abandonado de la política de la capital en esta parte.
¿Qué juicio tan mezquino no formará un extranjero de nuestra ilustración cuando vea semejantes despilfarros escritos y consentidos públicamente no ya en un pueblo, sino nada menos que en México, en la capital de las Indias Septentrionales, y a la vista y paciencia de tanta respetable autoridad y de un número de sabios tan acreditados en todas facultades? ¿Qué ha de decir ni que concepto ha de formar sino de que el común del pueblo (y eso si piensa con equidad) es de lo más vulgar e ignorante, y que está enteramente desatendido el cuidado de su ilustración por aquellos a quienes está confiada?
Sería de desear que no se permitieran escribir estos públicos barbarismos que contribuyen no poco a desacreditarnos.
Pues aún no es eso todo lo malo que hay en el particular, porque es una lástima ver que este defecto de ortografía se extiende a muchas personas de fina educación, de talentos no vulgares, y que tal vez han pasado su juventud en los colegios y universidades; de manera que es muy raro oír un bello discurso a un orador, y notar en este mismo discurso escrito por su mano setenta mil defectos ortográficos. Y a mí me parece que esta falta se debe atribuir a los maestros de primeras letras, que o miran este punto tan principal de la escritura como mera curiosidad o como requisito no necesario, y por eso se descuidan de enseñarlo a sus discípulos, o enteramente lo ignoran, como mi maestro, y así no lo pueden enseñar. Ya hoy se va remediando este abuso mediante la aplicación de nuestros profesores; aunque no son tantos cuantos se han menester en una ciudad como México” (Fernández de Lizardi, 1985:15-16).
“[…] un individuo que lleva su alma al descubierto, sin que nada esconda en sus más íntimos resortes [que] ostenta cínicamente ciertos impulsos elementales que otros hombres procuran disimular [y que] pertenece a una fauna social de categoría ínfima y representa el desecho humano de la gran ciudad [que] en la jerarquía económica es menos que un proletario y en la intelectual un primitivo [que] la vida le ha sido hostil por todos los lados, y su actitud ante ella es de un negro resentimiento. Es un ser de naturaleza explosiva cuyo trato es peligroso, porque estalla al roce más leve. Sus explosiones son verbales [y gestuales], y tienen como tema la afirmación de sí mismo en un lenguaje grosero y agresivo [que] ha creado un dialecto propio cuyo léxico abunda en palabras de uso corriente a las que da un sentido nuevo [y que es] un animal que se entrega a las pantomimas de ferocidad para asustar a los demás, haciéndole creer que es más fuerte y decidido […]” (Ramos, 2001: 53-54).
Pues bien, la persona que “cantinflea al hablar” también “cantinflea con sus gestos”. No podemos hacer, de manera “natural”, una cosa sin la otra, ambas van acompañadas. Habitualmente es imposible cantinflear con palabras y no cantinflear con los gestos, porque en algún momento el cuerpo te traiciona, la cara te traiciona, las manos y los brazos te traicionan, especialmente a los ojos de las personas instruidas, por el conocimiento científico o por la experiencia de los años, en estos tipos de lenguajes. Por tal motivo, debemos evitar cantinflear. Una cosa es ajustar nuestros discursos verbales y corporales a los diferentes estilos posibles que a cada momento se nos presentan, ya sea el estilo formal, el informal, el administrativo, etc., y otra cosa es cantinflear, lo que sencillamente quiere decir, en términos llanos, que no tienes ni idea de lo que estás diciendo. Existen sectores de la sociedad donde este “lenguaje formal y oscuro” es más evidente:
“El lenguaje formal y oscuro probablemente sea el arma principal de autodefensa del mexicano. Usando palabras y frases [con sus respectivos gestos, por supuesto] que, aparentemente, carecen de sentido, puede proteger sus emociones, evitar el riesgo de comprometerse e incluso prodigar alabanzas sin sentirse servil. El concepto es sencillo: el lenguaje tiene vida propia, casi como si las palabras, y no las personas, se comunicaran entre sí. Incluso las pinturas prehispánicas ilustraban la conversación por medio de globos que revoloteaban en suspenso frente a los oradores. Las promesas huecas y las mentiras francas salen fácilmente, puesto que las palabras no tienen valor intrínseco propio. La franqueza o la sinceridad excesivas se consideran groseras e incluso las discusiones importantes deben ir precedidas de charlas sobre la familia o chismes políticos. El lenguaje sirve de campo neutral donde las personas pueden relacionarse sin peligro de confrontación.
En la vida pública, la independencia de las palabras es crucial, toda vez que los altos funcionarios esperan verse adulados. Los talentos atribuidos a cada Presidente –mientras está en el poder– rayan en lo ridículo. Sin embargo, no se espera que la manada de acólitos que rodea a cada jefe justifique su servilismo después de que el funcionario deje el poder; simplemente transfiere su adulación al siguiente jefe. La retórica usada por los funcionarios para discutir las cuestiones públicas es causa de más estupefacción. Cualquier político aspirante puede lanzarse a la oratoria al instante, con la intención de llenar el aire con palabras y frases bellas, en lugar de explicativas. Como el uso de un lenguaje directo implicaría un compromiso, gran parte de los discursos oficiales son conceptuales, y defienden principios y valores que la mayoría de los gobiernos ignoran en la práctica. Las plataformas electorales se construyen en torno a frases grandilocuentes sostenidas por ilusiones. Innumerables mensajes –desde pontificaciones nacionalistas de figuras históricas hasta admoniciones morales directas– se pintan en los muros, como si tuvieran la facultad de influir en el pensamiento del mexicano común y corriente.
Cuando se debe transmitir un mensaje político real, generalmente está disfrazado con una clave secreta que incluso quienes hablan español fluidamente, pero no son de México, deben luchar por descifrar [aunque la mayoría de los mexicanos nativos de este país y residentes en él, inclusive con educación superior, tampoco pueden descifrar, y los cercanos al discursante, de su mismo grupo, interpretan y decodifican de las maneras más disímiles, rayando en ciertos casos en la ridiculez, el cantinfleo, la burla y el humor negro: “lo que el presidente quiso decir…”]. Los Presidentes pueden referirse a “emisarios del pasado” o “espejos externos”. El dirigente del partido gobernante, en cierta ocasión, atacó virulentamente a “quienes desde camarillas oscuras establecen alianzas vergonzantes que el pueblo rechaza”, referencia que sólo un puñado de políticos pudo entender. (Se refería a una reunión entre políticos conservadores de la oposición y diplomáticos de Estados Unidos.) A veces, las palabras elegidas incluso pueden contradecir el significado pretendido, haciendo que los no iniciados lleguen a la conclusión equivocada. En otras ocasiones, una fuerte negación –“No hay crisis”– sirve para confirmar el reconocimiento oficial del problema. Los periódicos del país, por regla general, contribuyen poco al esclarecimiento: usualmente evitan los peligros del análisis y los reportajes a fondo, publicando interminables entrevistas, mientras que, con frecuencia, hay que descifrar las columnas políticas más pertinentes para poderlos entender.
La cautela es la norma. Cuando se invita a funcionarios mexicanos a hablar en el extranjero, por más incisivas que sean las preguntas que se les hagan, jamás conducirán a la aceptación de fracasos del sistema. Incluso los historiadores, los politólogos y los mismos sociólogos mexicanos son renuentes a ser francos en público, y algunos evitan presentarse en un podio con políticos de la oposición interesados en poner en vergüenza al régimen. Debido a los riesgos que entraña el definirse, los tratados académicos más importantes sobre México los han escrito extranjeros. Empero, todo este ritual sirve para un propósito político importante: proporciona una cortina de humo tras la cual se puede ejercer el poder real, al tiempo que se conserva la ilusión de un debate político. Y, aunque cada Presidente puede determinar el tinte ideológico de su gobierno, la inmutable retórica le presta continuidad al sistema, aunque sólo sea porque perpetúa sus mitos.
El lenguaje de la vida pública refleja, en esencia, el lenguaje que emplean los mexicanos en sus relaciones cotidianas. Es un lenguaje formal que puede ocultar infinidad de sutilezas. Algunas frases ornadas son usadas de manera inconsciente […] Los significados se ocultan entre líneas, en pausas, énfasis o entonación, incluso en sonidos o gestos extraños […] En estas contorsiones lingüísticas sin fin, la fascinación del mexicano por el detalle y su obsesión por los matices son satisfechos constantemente” (Riding, 2002: 22-25).
El cantinfleo discursivo puede incluir también elementos de lo que en México se llama “cotorrear”, es decir “hablar con exceso y con bullicio [al estilo de los cotorros o cotorras o pericos o pericas o loros o loras, etc.]”. Existen regiones, continentes, países, grupos de usuarios de los lenguajes, esferas laborales, gabinetes político-gubernamentales-administrativos, religiones y sectas religiosas, etc., en donde el cantinfleo no solamente está ampliamente difundido, sino que sus alcances son alarmantes en el mundo moderno, desarrollado y civilizado. En inconcebible que en la actualidad en algunos países y esferas sociolingüísticas el cantinfleo funcione como prácticamente “la norma discursiva verbo-corporal”. El discurso cantinflesco, en especial el de ciertos políticos, funcionarios públicos, partidistas, senadores, diputados, abogados y jueces, locutores, periodistas y conductores de programas televisivos y radiofónicos, líderes (?), empresarios, directivos educativos y maestros, anfitriones y maestros de ceremonias, etc., nos recuerda la fábula “El loro en la tertulia”, del escritor mexicano José Joaquín Fernández de Lizardi:
Por una casualidad,
en tertulia se reunieron
brutos y aves, y comieron
en buena paz y amistad.
Hallóse por convidado
a esta célebre función
un loro, que a la sazón
de la jaula había escapado.
Cada cual, a su manera,
dedicóse a conversar;
el loro llegó a cansar
con su charla chocarrera.
Con ademán presuntuoso
y con mucha algarabía,
dijo que todo entendía,
que era docto y talentoso.
Ya tocaba la trompeta,
ya pedía chocolate,
y con tanto disparate
el auditorio se inquieta.
Desatinos garrafales
soltaba a cada momento,
y tenía en un tormento
a los otros animales.
Sin embargo, admiradores
tuvo el loro entre los brutos
que aplaudían, como frutos
de su ciencia, sus errores.
Esto más lo envanecía,
y cuando un ¡bravo! escuchaba
del asno que rebuznaba
“¡ay qué regalo!”, decía.
Muy pronto en una camorra
la reunión se convirtiera,
si por dicha no estuviera
allí la atrevida zorra.
Conoció el disgusto, astuta;
de calmar a todos trata;
–Lorito, dame la pata,
dijo, entremos en disputa.
Si es amplio, pues, tu saber,
dime, por Dios, una cosa:
¿Por qué es tu mujer golosa
y qué cosa es la mujer?
Todo se atrojó el salvaje
y dijo: –Amiga, en rigor,
la mujer es ¡A babor!
¡a estribor! ¡fuego! ¡buen viaje!
Oyendo tales dislates,
por un loco lo tomaron,
y unánimes condenaron
su charla y sus disparates.
–No, no es loco este infelice
(clama la zorra, de pronto):
habla mucho porque es tonto
y no sabe lo que dice.
¡Verdad amarga, quizá,
que oyó el loro con desprecio!
¡Ya se ve! ¿De esto, al necio
qué cuidado se le da?
A muchos necios aplico
mi fábula, ella comprende
al que habla mucho y no entiende
Philologist and Image Consultant Fernando Antonio Ruano Faxas
Филолог и консультант Фернандо Антонио Руано Факсас
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Hacia la calidad integral sin fronteras
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http://openlibrary.org/a/OL6500100A/Ruano-Faxas%2C-Fernando-Antonio-y-Paulina-Rend%C3%B3n-Aguilar
[4] http://es.wiktionary.org/wiki/cantinflear .