Abstract
América, America, Америка, Amerika, Amérique, 美洲 , महाअमेरिका , أمريكيتان , アメリカ州 , אמריקה
POLÍTICA, POLITICS, ПОЛИТИКА, POLITIQUE, POLITIK, 政治, سياسة
“[…] los ciegos llamaban al día noche […] [y dijo un hombre que veía] «Estos estúpidos deben estar ciegos» […] –No lo comprendéis –gritó con una voz que pretendía ser estentórea y resuelta, pero que se le quebró en la garganta–. Vosotros sois ciegos y yo veo […] Vengo […] del país […] donde los hombres pueden ver […] Una ciudad distinta de vuestra aldea. Vengo de un vasto mundo…, donde los hombres tienen ojos y ven […]” (Herbert George Wells, 1899, El país de los ciegos)
CONTINÚA DE LA PARTE II: http://knol.google.com/k/anónimo/la-imagen-de-américa-a-través-de-sus/19j6x763f3uf8/78#
[…] Como hemos visto, los mentirosos habituales de todo el aparato político-gubernamental-administrativo de América parece que pasaron de noche el Catecismo y los estudios bíblicos, ¿y la verdadera tradición católica? Claro que también podríamos preguntarnos aquí: 1. ¿Quiénes les enseñaron a los mentirosos y pillastres empedernidos de América la palabra sagrada, la palabra del Señor? Esperemos que no haya sido ninguno de los curas mentiroso, corruptos y pederastas de los que tanto se habla todos los días en América y en el mundo entero; 2. ¿Fue “El maestro Quiñones”, el que no sabía leer y daba lecciones?; 3. ¿Fue “El maestro Ciruela”, el que no sabía leer y puso escuela”? En fin, ya que el daño está hecho, esperemos que el “maístro” no haya sido alguien del primer caso, ¡por aquello de los “daños mayores” y la afectación al pudor!
¿Entonces, qué es y cómo funciona la mentira o verdad a medias?
La mentira es cualquier información comunicada que no es cierta, existen diferentes grados y tipos de mentiras […] Forman parte del repertorio emocional y en todos quienes la emplean el principio es el mismo: distorsionar la realidad y dotarla de validez aparente. Sin embargo, hay que tomar en cuenta la intención, el grado de conciencia de lo que se está diciendo o haciendo y los efectos de la acción sobre terceros [imaginemos entonces la envergadura de una mentira dicha a todo un pueblo] […]
[…] Desenmascarar algunas mentiras, aunque sean inofensivas, puede traducirse en humillación para alguien.
La comunicación no verbal desempeña un papel muy importante cuando enviamos y recibimos mensajes falsos […] Las personas no siempre son sensibles para detectar el engaño […] Tenemos estereotipos de los mentirosos; suponemos que utilizan movimientos oculares y hablan rápido, y suponemos que las personas sinceras, como nos miran directamente a los ojos, transmiten el mensaje con énfasis e incluyen detalles adecuados. Sin embargo, los buenos mentirosos [y tenemos 4 grandes tipos de mentiroso] usan estos estereotipos en contra de nosotros para crear una falsa impresión […]
[…] Entre las respuestas que percibimos como deshonestas se incluyen: sonreír, temblor de la voz, nerviosismo, pausas largas, respuestas rápidas, demasiado cortas o largas o demasiado elaboradas […] (Ostrosky, 2000).
No haga de la “mentira” una característica de su personalidad. “Más rápido se atrapa a un mentiroso que a un cojo”. Recuerde que los mentirosos se clasifican en 4 grandes tipos (James, 2002):
· Mentiroso ocasional. Miente de vez en cuando para evitar situaciones desagradables o porque no quiere reconocer que se ha equivocado.
· Mentiroso habitual. Miente con mucha frecuencia. Debido a que tiene práctica en el mentir, casi no se le pueden notar sus mentiras ni a través de sus palabras, ni de su voz ni de sus gestos.
· Mentiroso empedernido. Miente con tanta frecuencia que ya no es consciente de sus mentiras. Dice lo que primero se le ocurre. Como no prepara sus mentiras, éstas suelen ser obvias. Se identifican fácilmente sus contradicciones. En Latinoamérica es muy común este tipo de mentiroso.
· Mentiroso profesional. Es el más difícil de identificar. No miente de manera indiscriminada, como el mentiroso empedernido. Este tipo de mentiroso prepara muy bien las mentiras y sabe perfectamente qué va a decir en cada caso concreto. Las mentiras bien calculadas y preparadas no se revelan a través del lenguaje verbal ni del lenguaje corporal. El único modo de detectar estas mentiras es contrastar las afirmaciones del mentiroso con otras fuentes totalmente independientes.
En México vivimos en un universo donde nada garantiza la primacía de la verdad en relación con la mentira; mentimos sin cesar; mentimos porque no hay razón alguna para decir la verdad. Esta “magia” que gusta tanto a los forasteros ricos, esta pérdida de la noción de los límites entre lo verdadero y lo falso, la encontramos no sólo en los cuadros, en los alebrijes, sino en la vida real, en la prensa, en la justicia. Si los surrealistas, si los forasteros ricos no estuvieran protegidos por su dinero y su calidad de extranjeros, si fueran víctimas de nuestras mentiras legales, mediáticas, sociales, no las llamarían “magia”, ni les gustaría tanto […]
[…] la mentira es una técnica mágica, un falso control sobre la realidad. El hombre domina su destino transformando su medio y transformándose a la vez; en lugar de este dominio, el mentiroso se complace en una realidad ficticia; su mentira se vuelve el equivalente de las alucinaciones de aquel que delira. La mentira es una ilusión de poder, a falta de poder real.
[…] Llamar a un gato “gato”, es perfecto en zoología. En política, puede tener consecuencias desastrosas. ¿Acaso estoy diciendo que la excepción política permite la mentira? No; estoy hablando de la imposibilidad de erigir la prohibición de la mentira como principio incondicional […]
El deber de decir la verdad aparece como la piedra angular de todo el edificio social. Sin él, no hay intercambio posible: ningún contrato, ninguna compra-venta, ningún matrimonio o herencia, ninguna vida en común. Pero, ¿qué es mentir? […] mentir consiste en decir lo contrario de lo que se piensa, no lo contrario de lo que es […]
[…] La mentira vuelve imposible la condición social por excelencia que es el contrato, instala lo arbitrario en las relaciones sociales […] la mentira destruye la legalidad y excluye el derecho […] (Antaki, 2000).
Los mexicanos mienten por fantasía, por desesperación o para superar su vida sórdida […]
Nuestras formas jurídicas y morales […] mutilan con frecuencia nuestro ser, nos impiden expresarnos y niegan satisfacción a nuestros apetitos vitales […]
[…] ¿hasta qué punto el mentiroso de veras miente, de veras se propone engañar?; ¿no es él la primera víctima de sus engaños y no es a sí mismo a quien engaña? El mentiroso se miente a sí mismo: tiene miedo de sí.
[…] La simulación […] es una de nuestras formas de conducta habitual. Mentimos por placer y fantasía, sí, como todos los pueblos imaginativos, pero también para ocultarnos y ponernos al abrigo de intrusos. La mentira posee una importancia decisiva en nuestra vida cotidiana, en la política, el amor, la amistad. Con ella no pretendemos nada más engañar a los demás, sino a nosotros mismos. De ahí su fertilidad y lo que distingue a nuestras mentiras de las “¿groseras invenciones de otros pueblos?”[48] La mentira es un juego trágico, en el que arriesgamos parte de nuestro ser. Por eso es estéril su denuncia.
El simulador pretende ser lo que no es. Su actividad reclama una constante improvisación, un ir hacia adelante siempre, entre arenas movedizas. A cada minuto hay que rehacer, recrear, modificar el personaje que fingimos, hasta que llega un momento en que realidad y apariencia, mentira y verdad, se confunden. De tejido de invenciones para deslumbrar al prójimo, la simulación se trueca en una forma superior, por artística, de la realidad. Nuestras mentiras reflejan, simultáneamente, nuestras carencias y nuestros apetitos, lo que no somos y lo que deseamos ser. Simulando, nos acercamos a nuestro modelo y a veces el gesticulador, como ha visto con honduras Usigli, se funde con sus gestos, los hace auténticos. La muerte del profesor Rubio lo convierte en lo que deseaba ser: el general Rubio, un revolucionario sincero y un hombre capaz de impulsar y purificar a la revolución estancada. En la obra de Usigli el profesor Rubio se inventa a sí mismo y se transforma en general; su mentira es tan verdadera que Navarro, el corrompido, no tiene más remedio que volver a matar en él a su antiguo jefe, el general Rubio. Mata en él la verdad de la Revolución.
Si por el camino de la mentira podemos llegar a la autenticidad, un exceso de sinceridad puede conducirnos a formas refinadas de la mentira […]
La simulación es una actividad parecida a la de los actores y puede expresarse en tantas formas como personajes fingimos. Pero el actor, si lo es de veras, se entrega a su personaje y lo encarna plenamente, aunque después, terminada la representación, lo abandone como su piel la serpiente. El simulador jamás se entrega y se olvida de sí, pues dejaría de simular si se fundiera con su imagen. Al mismo tiempo, esa ficción se convierte en una parte inseparable –y espuria– de su ser: está condenado a representar toda su vida, porque entre su personaje y él se ha establecido una complicidad que nada puede romper, excepto la muerte o el sacrificio. La mentira se instala en su ser y se convierte en el fondo último de su personalidad.
Simular es inventar o, mejor, aparentar y así eludir nuestra condición. La disimulación exige mayor sutileza: el que disimula no representa, sino que quiere hacerse invisible, pasar desapercibido, sin renunciar a su ser. El mexicano excede en el disimulo de sus pasiones y de sí mismo. Temeroso de la mirada ajena, se contrae, se reduce, se vuelve sombra y fantasma, eco. No camina, se desliza; no propone, insinúa; no replica, rezonga; no se queja, sonríe; hasta cuando canta –si no estalla y se abre el pecho– lo hace entre dientes y a media voz, disimulando su cantar:
Y es tanta la tiranía
de esta disimulación
que aunque de raros anhelos
se me hincha el corazón,
tengo miradas de reto
y voz de resignación.
Quizá el disimulo nació durante la Colonia. Indios y mestizos tenían, como en el poema de Reyes, que cantar quedo, pues “entre dientes mal se oyen palabras de rebelión”. El mundo colonial ha desaparecido, pero no el temor, la desconfianza y el recelo. Y ahora no solamente disimulamos nuestra cólera sino nuestra ternura. Cuando pide disculpas, la gente del campo suele decir: “Disimule usted, señor”. Y disimulamos. Nos disimulamos con tal ahínco que casi no existimos.
En sus formas radicales el disimulo llega al mimetismo. El indio se funde con el paisaje, se confunde con la barda blanca en que se apoya por la tarde, con la tierra obscura en que se tiende a mediodía, con el silencio que lo rodea. Se disimula tanto su humana singularidad que acaba por abolirla y se vuelve piedra, pirú, muro, silencio: espacio […]
[…] El mexicano tiene tanto horror a las apariencias, como amor le profesan sus demagogos y dirigentes. Por eso se disimula su propio existir hasta confundirse con los objetos que lo rodean. Y así, por miedo a las apariencias, se vuelve sólo Apariencia. Aparenta ser otra cosa e incluso prefiere la apariencia de la muerte o del no ser antes que abrir su intimidad y cambiar. La disimulación mimética, en fin, es una de tantas manifestaciones de nuestro hermetismo. Si el gesticulador acude al disfraz, los demás queremos pasar desapercibidos. En ambos casos ocultamos nuestro ser. Y a veces lo negamos. Recuerdo que una tarde, como oyera un leve ruido en el cuarto vecino al mío, pregunté en voz alta: “¿Quién anda por ahí?” Y la voz de una criada recién llegada de su pueblo contestó: “No es nadie, señor, soy yo”.
No sólo nos disimulamos a nosotros mismos y nos hacemos transparentes y fantasmales: también disimulamos la existencia de nuestros semejantes […] Los disimulamos de manera más definitiva y radical: los ninguneamos. El ninguneo es una operación que consiste en hacer de Alguien, Ninguno. La nada de pronto se individualiza, se hace cuerpo y ojos, se hace Ninguno.
Don Nadie, padre español de Ninguno, posee don, vientre, cuenta en el banco y habla con fuerte y segura. Don Nadie llena al mundo con su vacía y vocinglera presencia. Está en todas partes y en todos los sitios tiene amigos. Es banquero, embajador, hombre de empresa. Se pasea por todos los salones, lo condecoran en Jamaica, en Estocolmo y en Londres. Don Nadie es funcionario o influyente y tiene una agresiva y engreída manera de no ser. Ninguno es silencio y tímido, resignado. Es sensible e inteligente. Sonríe siempre. Espera siempre. Y cada vez que quiere hablar, tropieza con un muro de silencio; si saluda encuentra una espalda glacial; si suplica, llora o grita, sus gestos y gritos se pierden en el vacío que don Nadie crea con su vozarrón. Ninguno no se atreve a no ser: oscila, intenta una vez y otra vez ser Alguien. Al fin, entre vanos gestos, se pierde en el limbo de donde surgió.
Sería un error pensar que los demás le impiden existir. Simplemente disimulan su existencia, obran como si no existiera. Lo nulifican, lo anulan, lo ningunean. Es inútil que Ninguno hable, publique libros, pinte cuadros, se ponga de cabeza. Ninguno es la ausencia de nuestras miradas, la pausa de nuestra conversación, la reticencia de nuestro silencio. Es el nombre que olvidamos siempre por una extraña fatalidad, el eterno ausente, el invitado que no invitamos, el hueco que no llenamos. Es una omisión. Y sin embargo, Ninguno está presente siempre. Es nuestro secreto, nuestro crimen y nuestro remordimiento. Por eso el Ninguneador también se ningunea; él es la omisión de Alguien. Y si todos somos Ninguno, no existe ninguno de nosotros. El círculo se cierra y la sombra de Ninguno se extiende sobre México, asfixia al Gesticulador y lo cubre todo. En nuestro territorio, más fuerte que las pirámides y los sacrificios, que las iglesias, los motines y los cantos populares, vuelve a imperar el silencio, anterior a la historia […]
La desconfianza, el disimulo, la reserva cortés que cierra el paso al extraño, la ironía, todas, en fin, las oscilaciones psíquicas con que al eludir la mirada ajena nos eludimos a nosotros mismos, son rasgos de gente dominada, que teme y que finge frente al señor. Es revelador que nuestra intimidad jamás aflore de manera natural, sin el acicate de la fiesta, el alcohol o la muerte. Esclavos, ciervos y razas sometidas se presentan siempre recubiertos por una máscara, sonriente o adusta. Y únicamente a solas, en los grandes momentos, se atreven a manifestarse tal como son. Todas sus relaciones están envenenadas por el miedo y por el recelo. Miedo al señor, recelo ante sus iguales. Cada uno observa al otro, porque cada compañero puede ser también un traidor. Para salir de sí mismo el ciervo necesita saltar barreras, embriagarse, olvidar su condición. Vivir a solas, sin testigos. Solamente en la soledad se atreve a ser.
La indudable analogía que se observa entre ciertas de nuestras actitudes y las de los grupos sometidos al poder de un amo, una casta o un Estado extraño, podría resolverse en esta afirmación: el carácter de los mexicanos es u producto de las circunstancias sociales imperantes en nuestro país; la historia de México, que es la historia de esas circunstancias, contiene la respuesta a todas las preguntas. La situación del pueblo durante el período colonial sería así la raíz de nuestra actitud cerrada e inestable. Nuestra historia como nación independiente contribuiría también a perpetuar y hacer más neta esta psicología servil, puesto que no hemos logrado suprimir la miseria popular ni las exasperantes diferencias sociales, a pesar de siglo y medio de luchas y experiencias constitucionales. El empleo de la violencia como recurso dialéctico, los abusos de autoridad de los poderosos –vicio que no ha desaparecido todavía– y finalmente el escepticismo y la resignación del pueblo, hoy más visible que nunca debido a las sucesivas desilusiones postrevolucionarias, completarían esta explicación histórica […]
La enfermedad que roe a nuestras sociedades es constitucional y congénita […] Es una enfermedad que ha resistido a todos los diagnósticos […] Extraño padecimiento que nos condena a desarrollarnos y a prosperar sin cesar para así multiplicar nuestras contradicciones, enconar nuestras llagas y exacerbar nuestra inclinación a la destrucción. La filosofía del progreso muestra al fin su verdadero rostro: un rostro en blanco, sin facciones. Ahora sabemos que el reino del progreso no es de este mundo […]
Las crisis políticas son crisis morales […] Cuando una sociedad se corrompe, lo primero que se gangrena es el lenguaje […]
En el campo hay inquietud y descontento; en muchos lugares esa inquietud es ya exasperación y en otros el descontento se traduce con frecuencia en actos de violencia desesperada […] medio México semidesnudo, analfabeto y mal comido contempla desde hace años los progresos del otro medio […] (Paz, 2000).
El lenguaje formal y oscuro probablemente sea el arma principal de autodefensa del mexicano. Usando palabras y frases [con sus respectivos gestos, por supuesto] que, aparentemente, carecen de sentido, puede proteger sus emociones, evitar el riesgo de comprometerse e incluso prodigar alabanzas sin sentirse servil. El concepto es sencillo: el lenguaje tiene vida propia, casi como si las palabras, y no las personas, se comunicaran entre sí. Incluso las pinturas prehispánicas ilustraban la conversación por medio de globos que revoloteaban en suspenso frente a los oradores. Las promesas huecas y las mentiras francas salen fácilmente, puesto que las palabras no tienen valor intrínseco propio. La franqueza o la sinceridad excesivas se consideran groseras e incluso las discusiones importantes deben ir precedidas de charlas sobre la familia o chismes políticos. El lenguaje sirve de campo neutral donde las personas pueden relacionarse sin peligro de confrontación.
En la vida pública, la independencia de las palabras es crucial, toda vez que los altos funcionarios esperan verse adulados. Los talentos atribuidos a cada Presidente –mientras está en el poder– rayan en lo ridículo. Sin embargo, no se espera que la manada de acólitos que rodea a cada jefe justifique su servilismo después de que el funcionario deje el poder; simplemente transfiere su adulación al siguiente jefe. La retórica usada por los funcionarios para discutir las cuestiones públicas es causa de más estupefacción. Cualquier político aspirante puede lanzarse a la oratoria al instante, con la intención de llenar el aire con palabras y frases bellas, en lugar de explicativas. Como el uso de un lenguaje directo implicaría un compromiso, gran parte de los discursos oficiales son conceptuales, y defienden principios y valores que la mayoría de los gobiernos ignoran en la práctica. Las plataformas electorales se construyen en torno a frases grandilocuentes sostenidas por ilusiones. Innumerables mensajes –desde pontificaciones nacionalistas de figuras históricas hasta admoniciones morales directas– se pintan en los muros, como si tuvieran la facultad de influir en el pensamiento del mexicano común y corriente.
Cuando se debe transmitir un mensaje político real, generalmente está disfrazado con una clave secreta que incluso quienes hablan español fluidamente, pero no son de México, deben luchar por descifrar [aunque la mayoría de los mexicanos nativos de este país y residentes en él, inclusive con educación superior, tampoco pueden descifrar, y los cercanos al discursante, de su mismo grupo, interpretan y decodifican de las maneras más disímiles, rayando en ciertos casos en la ridiculez, el cantinfleo, la burla y el humor negro: “lo que el presidente quiso decir…”]. Los Presidentes pueden referirse a “emisarios del pasado” o “espejos externos”. El dirigente del partido gobernante, en cierta ocasión, atacó virulentamente a “quienes desde camarillas oscuras establecen alianzas vergonzantes que el pueblo rechaza”, referencia que sólo un puñado de políticos pudo entender. (Se refería a una reunión entre políticos conservadores de la oposición y diplomáticos de Estados Unidos.) A veces, las palabras elegidas incluso pueden contradecir el significado pretendido, haciendo que los no iniciados lleguen a la conclusión equivocada. En otras ocasiones, una fuerte negación –“No hay crisis”– sirve para confirmar el reconocimiento oficial del problema. Los periódicos del país, por regla general, contribuyen poco al esclarecimiento: usualmente evitan los peligros del análisis y los reportajes a fondo, publicando interminables entrevistas, mientras que, con frecuencia, hay que descifrar las columnas políticas más pertinentes para poderlos entender.
La cautela es la norma. Cuando se invita a funcionarios mexicanos a hablar en el extranjero, por más incisivas que sean las preguntas que se les hagan, jamás conducirán a la aceptación de fracasos del sistema. Incluso los historiadores, los politólogos y los mismos sociólogos mexicanos son renuentes a ser francos en público, y algunos evitan presentarse en un podio con políticos de la oposición interesados en poner en vergüenza al régimen. Debido a los riesgos que entraña el definirse, los tratados académicos más importantes sobre México los han escrito extranjeros. Empero, todo este ritual sirve para un propósito político importante: proporciona una cortina de humo tras la cual se puede ejercer el poder real, al tiempo que se conserva la ilusión de un debate político. Y, aunque cada Presidente puede determinar el tinte ideológico de su gobierno, la inmutable retórica le presta continuidad al sistema, aunque sólo sea porque perpetúa sus mitos.
El lenguaje de la vida pública refleja, en esencia, el lenguaje que emplean los mexicanos en sus relaciones cotidianas. Es un lenguaje formal que puede ocultar infinidad de sutilezas. Algunas frases ornadas son usadas de manera inconsciente […] Los significados se ocultan entre líneas, en pausas, énfasis o entonación, incluso en sonidos o gestos extraños […] En estas contorsiones lingüísticas sin fin, la fascinación del mexicano por el detalle y su obsesión por los matices son satisfechos constantemente (Riding, 2002: 22-25).
En el mundo empresarial hay muchos embusteros. La sinceridad total no sería práctica. Aún así, la mentira viene por estratos. Incluso en las empresas de política «limpia», la integridad se aplicará tal vez a los grandes principios, como la formación de los precios, la negociación de contratos y la comunicación con el personal, pero quedarán las pequeñas mentiras, como asegurar que un puesto de trabajo «no tiene ningún problema» cuando resulta que va a ser un semillero de discordias, o hay que sonreír a unos clientes que son unos bandoleros.
Algunos hombres de empresa son embusteros vocacionales, hábiles, de primera clase, falsarios decididos a darnos gato por liebre. Con frecuencia han estudiado las técnicas del embuste y han llegado a dominarlas. Se les encuentra entre los ejecutivos de ventas, los políticos y los altos directivos así como en otras muchas colocaciones.
Están luego los «pillastres honrados», los que mienten pero de manera tal que dan a entender que están mintiendo. Es el típico vendedor «vendedor a puerta fría» que le coloca a una la vajilla de loza diciendo que es porcelana inglesa. Pero no se lo tenemos en cuenta, porque sabemos que está diciendo embustes.
No existe un método infalible para atrapar al mentiroso. Con el tiempo, sin embargo, suelen traicionarse ellos mismos. Hasta a los mejores les resulta difícil actuar sin dejar «filtraciones», es decir, señales reveladoras (James, 2002: 157-158).
Es verdad que en donde quiera hay mentiras, que en todo el mundo hay mentiras, que en la historia siempre ha habido mentiras y que en todos los grupos humanos ha habido y hay mentiras; pero, como siempre, todo es cuestión de “cantidad” y de “calidad”, como han comentado ya, entre tantos pensadores, Platón,[49] San Agustín –que distingue ocho tipos de mentira–, Tomás de Aquino –que distingue tres tipos de mentira–, Emmanuel Kant, Benjamín Constant… Las mentiras que se generan en los partidos y en los gobiernos de toda América –de la misma manera que al nivel de las más elevadas cúpulas directivas del mundo religioso del área– son, sencillamente, inconcebibles; y ahí están, a la vista de todos y en todo tipo de medio de difusión masiva, ante Dios –recordándoles a los creyentes que la mentira es pecado, y que como tal se registra en la Biblia– y ante los hombres. Pero, entonces, por qué nuestros pueblos aceptan esas mentiras. Sí, claro que existen cientos de personas “comprometidas de verdad” –y no “de mentira”–, que cada día se refieren a estas mentiras; pero, como diría La Bruyère, “¿hay muchos que puedan entenderlos?” Sí, claro que existen cientos de periodistas, comentaristas y escritores que diariamente escriben acerca de estas mentiras; pero, como diría La Bruyère, “¿dónde están los que saben leer?” ¿Es necesario decir “la verdad” cuando da igual si se dice “la mentira” o cualquier otra cosa, y no pasa nada? ¿Es necesario decir “la verdad” cuando vivimos en una tal situación de indiferencia, de apatía, de valemadrismo, en la que ya sea que se diga “la verdad” o que se diga “la mentira” a la gente no le importa, y si le importa, entonces se olvida rápida y fácilmente o no entiende, se desorienta, se confunde –por lo menos así sucede con el mayor por ciento de la gente–, como ha demostrado la historia y demuestra la actualidad, con tantas cosas que han sucedido y siguen sucediendo? Si “la mayoría” “pudiera entender” y “supiera leer”, y “decidiera”, otra cosa sería, o por lo menos es mejor y más saludable pensarlo así.
¿Pero por qué nuestros políticos y gobernantes, en promedio, tienen una formación cultural tan mala, se expresan verbalmente y corporalmente tan mal y dicen tantas mentiras, incongruencias y sandeces? ¿Es esto herencia del pasado prehispánico o es debido al mestizaje con la cultura europea?
Esto es debido a la cultura mestiza, no al pasado prehispánico, y mucho menos al pasado azteca o maya. El hecho de que los discursos verbo-corporales del ámbito político-gubernamental-administrativo de nuestra América Latina, es decir, por un lado las palabras y las oraciones, y, por otro lado, los gestos y los protocolos, en promedio se caractericen por los desajustes comunicativos y culturales está dado por la mala formación educativa y formativa que se observa en nuestros países, lo que puede comprobarse a través de las investigaciones y las estadísticas internacionales acerca de la educación. En este sentido, hay que recordar que nuestros países siempre se ubican entre los últimos del mundo. ¿Acaso de una tal situación de atraso y tercermundismo pueden salir, con regularidad, personas culturalmente competitivas y buenos oradores, individuos formados en los protocolos adecuados de la comunicación verbo-corporal occidental y civilizada? ¡Claro que no! Y aquí no podemos culpar nada más a los centros educativos, a las escuelas, a los gobiernos –a las secretarías y ministerios de educación y de instrucción– y a la historia y a los historiadores (Rosas, 2006) por la “alteración” de datos, por la “interpretación diferente” de los hechos y acontecimientos, por las regulares, malas y pésimas políticas educativas, sino que también hay que culpar a la familia. La familia, en especial la familia nuclear: “tradicional, recta y supuestamente moralista”, también es culpable de la mayoría de las desajustadas variantes comunicativas verbo-corporales de sus miembros (Ruano, 2006b; Riding, 2002: 287-304; Weinberg, 1993: 432-445; Paz, 1943; Sefchovich, 2008); es culpable de la presencia en los niños, en los adolescentes, en los jóvenes y posteriormente en los adultos, de ciertos lenguajes verbo-corporales de “la no verdad” –¿de la mentira y de la verdad a medias?–, de ciertos enmascaramientos negativos y tóxicos en la interacción sociolingüística, en la interacción socio-discursiva (Ruano, 2003e):
Las mentiras.
A todos los niños les gusta inventar historias, imaginar lo que no existe. Los más pequeños no son aún capaces de distinguir lo real de lo imaginario. En vez de llamarles mentirosos, es más útil ayudarles a que hagan esta distinción. Respondiendo, por ejemplo, a un niño que dice haber tenido «un elefante vivo para reyes»: «<te gustaría haberlo tenido». En los niños más mayorcitos, a veces la mentira es provocada por los padres, que no admiten la verdad o que la reciben mal. Castigan al niño que confiesa no querer a su hermano, mientras que le premian, le abrazan y le felicitan cuando dice, falsamente, que le quiere (Bourdoiseau y otros, 1982: 530-531).
A veces sucede que el niño mentiroso es nada más y nada menos que, ¡oh sorpresa!, la copia exacta de un padre o de una madre mentiroso. Pero imaginemos en lo que se transformará un niño que es hijo de un papá y de una mamá, los dos, mentirosos. ¡Pobres niños! Y pobres parejas de esos futuros adultos mentirosos, y pobre familia de ese mentiroso adulto. ¡Toda una pesadilla!, aparte de la pena pública, del bochorno público, cada vez que esa madre mentirosa o ese padre mentiroso abre la boca y gesticula. Es triste ver –y esto sucede con bastante frecuencia– los apuros, las penas, los miedos, que afloran en niños con padres mentirosos. Obviamente, tenemos que imaginar que esos padres mentirosos fueron, con mucha probabilidad, a su vez, hijos de otros padres mentirosos. ¡La mentira se hereda, como mal congénito, como enfermedad infecciosa! ¡La mentira contamina, se pega, como la gripe, como el sarampión, como la viruela…! ¿Se imaginan si estos niños mentirosos ya adultos llegan a ser políticos, presidentes de un país, dirigentes sindicales, maestros, historiadores, abogados, periodistas o conductores de programas importantes y ampliamente difundidos, primeras damas, primeros caballeros, funcionarios y directivos de grandes empresas, papas, secretarios de la ONU, de la OEA, de la Comunidad Europea, agentes de tránsito, judiciales, médicos, farmaceutas, psicólogos, psiquiatras, vendedores de seguros médicos, administradores de condominios, encuestadores, santeros, asesores de imagen pública…? En tales casos, como ha mostrado y muestra la realidad, estamos perdidos. ¿Y cuál es el remedio contra la mentira? Muy sencillo: buenas dosis de sinceridad, de respeto, de civilidad, de urbanidad.
La pobreza y la carencia o desposeción de ciertos bienes, valores y atributos que se consideran como importantes según los contextos sociales y económicos, según las épocas y las modas, estimulan la aparición de la mentira. La mentira puede aparecer, y de hecho aparece, con mucha frecuencia entre pobres y ricos, entre desposeídos y poseedores, entre descastados –que no pertenecen a una casta o grupo– y castados –que pertenecen a una casta o grupo–, entre los menos… y los más…, entre subalternos y jefes, entre infieles y fieles, entre individuos sin signos de pertenencia e individuos con signos de pertenencia, entre incivilizados y civilizados, entre deshonestos y honestos, entre inmorales y morales, entre temerosos y seguros, entre cobardes y valientes, entre individuos con menores índices de desarrollo humano e individuos con mejores índices de desarrollo humano, entre tercermundistas y primermundistas…, es decir, ¡siempre que hay una gran diferencia, una gran desventaja!
Decíamos anteriormente que todos estos desajustes culturales y comunicativos que se observan en la mayoría de nuestros directivos del aparato político-gubernamental-administrativo latinoamericano –algo que llega a su máxima expresión negativa en las relaciones internacionales, en la política exterior, en la “diplomacia” (Riding, 2002: 404-430)– no se debían a la herencia prehispánica, y en este caso concreto en México, porque en el México antiguo, por ejemplo, la educación de los mandatarios, de los líderes, de los jefes, de las personas importantes de la sociedad, se producía con mucho cuidado y esmero, con eficiencia. Veamos lo que al respecto dice en el siglo XVIII el gran Francisco Javier Clavijero:
En una nación que poseía una lengua tan bella [el náhuatl], no podían faltar oradores y poetas. En efecto, se ejercitaban mucho en estas dos nobles artes […] Los que se destinaban para oradores eran instruidos desde niños en hablar bien, y les hacían aprender de memoria las más famosas arengas de sus mayores, que iban pasando de padres a hijos. Empleaban particularmente su elocuencia en las embajadas, en las deliberaciones de los consejos y en las arengas gratulatorias a los nuevos reyes […] sus razonamientos [de los arengadores] eran graves, sólidos y elegantes, como se ve en los fragmentos que nos han quedado de su elocuencia.
Aún hoy cuando están reducidos a tanta humillación y destituidos de la instrucción que en otro tiempo tenían en esta materia, hacen tan buenos razonamientos en sus juntas, que asombran a cuantos los oyen. El número de sus oradores era excedido del de sus poetas (op. cit., 241).
El trato respetuoso y la finura de modales resultan generalmente de convenciones sociales, pero en el México prehispánico tenían en gran parte un fondo moral. Sahagún cuenta que ningún hombre descortés, vanidoso o vulgar era elegido dignatario. Cuando un alto funcionario hablaba en forma impropia o hacía bromas tontas, se llamaba tecucuechtli (payaso). Las clases superiores se distinguían por cierta gravedad en sus gestos y en su lenguaje. El ideal de un hombre educado era mostrarse humilde en vez de arrogante; sabio, prudente, pacífico y tranquilo. Pero además tales características debían ser profundamente sinceras. El padre advertía al hijo que debía ser franco ante “nuestro dios (Tezcatlipoca); que tu humildad no sea fingida pues te llamaríatitoloxochton (hipócrita) o titlanixquipile (fingidor); pues nuestro dios ve lo que hay en tu corazón y sabe todas las cosas secretas”. Si veía algo reprobable, el azteca bien educado debía pretender no haberlo notado y callarse. Cuando se le llamaba, no había de esperar a que ocurriera por segunda vez. Debía mostrar respeto ante los mayores y compasión ante los infortunados. En el trato con las mujeres también se ordenaba mostrar cortesía y moderación. La cortesía se manifestaba incluso en el carácter del idioma. El náhuatl tiene formas, partículas y hasta conjugaciones que indican respeto. El sufijo tzin agregado a un nombre o título subraya la reverencia o señala cariño. Timomati significa “tú crees”, pero timomatía podría traducirse “tú condesciendes a pensar” o “eres bondadoso en pensar”. Miqui significa “morir”; miquilla, “morir honorablemente” (Álvarez, 1987, t. IV: 1852).
¿Cómo podemos pensar que un adulto que miente, que un líder que miente, piensa con rigor? ¿Cómo podemos imaginar que un adulto que miente, que un líder que miente, es una persona que vive con dignidad, que es digno, es decir que merece respeto? ¿Un “líder”, un “mandatario”, un “jefe”, que miente “es” o “no es”? ¿Un líder “adulto”, un mandatario “adulto”, cuando miente cree que se acerca o que se aleja de “los demás” que han sido objeto de su mentira, de sus mentiras? Veamos esto fácilmente y saquemos conclusiones:
¿Qué significa pensar con rigor?
Para vivir con dignidad, necesitamos 1) saber qué significa lo que hacemos, 2) conocer el sentido de las palabras y las frases que pronunciamos, 3) vincular los conceptos y dar razón de nuestras actitudes:
[…] 3. Un niño va a la nevera [refrigerador], come a puñados la mermelada, y cuando su madre le pregunta poco después si la ha comido, contesta impávido: «¿Qué mermelada?». Obviamente, al actuar así, miente. Me gustaría dirigirme a él y preguntarle: ¿Sabrías decirme qué sentido tiene el mentir? ¿Es algo positivo o algo negativo? Si, al mentir, evitas que tu madre te riña o incluso te castigue, tal vez estimes que la mentira tiene un valor positivo. Piénsalo bien. A lo mejor descubres que es aventaja primera del mentir va seguida de graves desventajas. Medita conmigo la siguiente. Si le mientes a tu madre, no eres sincero con ella, no le dices la verdad, no te manifiestas a ella como has sido, sino como no has sido. En realidad has comido la mermelada, pero dices que no lo has hecho. Al portarte así con tu madre, ¿te unes a ella o te alejas? Sin duda quieres tener una unión con tu madre, ser amigo de ella, en el sentido de llevarte bien, portarte debidamente, ayudaros… Pues mira: si eres mentiroso, no vas a realizar ese deseo. Dime ahora: ¿te vale la pena mentir? Si tu madre te reprocha que lo hagas, ten por seguro que no es para tener el control sobre ti, y de paso sobre la nevera, sino para que te conduzcas de forma que te realices plenamente y seas feliz [y si eres un líder o un mandatario, un presidente, el pueblo, harto de tus mentiras, te sancione, te persiga, seas la burla o el escarnio de todos en los medios masivos de comunicación: tú, tu familia y “tus allegados”, te metan a la cárcel o te corten la cabeza, como sucede en algunos países]. Existe un nexo fecundo entre la actitud de veracidad y nuestro desarrollo como personas. Ver con toda claridad este tipo de nexos es pensar con rigor (López, 1999: XXIII-XXIV).
Los discursos político-gubernamental-administrativos de América no solamente están afectados por los desajustes culturales y comunicativos, por el analfabetismo funcional, analfabetismo de segundo grado o analfabetismo superior (Ruano, 2008), por los lenguajes oscuros, ambiguos –en las dos variantes de la ambigüedad (López, 1999)–, diglósicos, jitanjafóricos, jerguísticos y distantes de nuestras verdaderas realidades americanas (Ruano, 2008). Al parecer, también están afectados por la imbecilidad y la estupidez(Río, 2000) (véase ESTUPIDEZ E IMBECILIDAD en: http://openlibrary.org/b/OL23665469M/%C2%BFPor_qu%C3%A9_las_personas_a_veces_no_se_entienden_bien__Las_cosas_que_hacen_que_la_comunicaci%C3%B3n_verbal_y_la_comunicaci%C3%B3n_no_verbal_sean_un_problema?-Las-cosas-que-hacen-que-la-comunicaci%C3%B3n-verbal-y-la-comunicaci%C3%B3n-no-verbal-sean-un-problema ):
Etimológicamente, la palabra imbécil quiere decir sin báculo, sin realeza, sin sostén. De ahí que connotativamente se asocie con debilidad mental. Un imbécil sería entonces alguien que ha perdido su realeza humana, el sostén que lo hace hombre. En el orden político, sería quien perdió el báculo, su condición de autoridad, su inteligencia para gobernar.
Si algo caracteriza a nuestra clase política es esa calidad mental […]
El legalismo, esa abstracción con la que la imbecilidad política pretende saberlo todo y arreglarlo todo, termina siempre por matar todo. Llega un día, y no estamos lejos de él, en que ese legalismo ya no tiene más regla para gobernar y defender sus abstracciones que la represión generalizada.
Nuestra clase política ha perdido el báculo y camina ciega defendiendo la abstracción del estado de derecho con claudicaciones políticas, amenazas, toletes, tanquetas de agua, vuelos de aviones e intimidaciones. Cree que esa fuerza le da la razón sobre poblaciones concretas y desarmadas que exigen justicia. Lo que olvida es que esa razón es la que esgrimen todos los culpables hasta el momento en que tienen que confesar. Mientras eso no sucede, su imbecilidad continuará teniendo razón y gobernando, pero lo hará sobre el dolor, la miseria, los muertos, los encarcelados y el repudio de los que dice gobernar […] (Sicilia, 2006).
De tener una pizca de veracidad lo planteado por este investigador, entonces estamos en otro gran problema, porque la imbecilidad, junto a la drogadicción y al alcoholismo consuetudinarios, a la locura, a la sordomudez, a la idiotez y al analfabetismo –es decir no saber leer ni escribir–, incluyendo aquí al analfabetismo funcional: http://knol.google.com/k/an%C3%B3nimo/analfabetismo-funcional-analfabetismo/19j6x763f3uf8/6# , son limitantes, impedimentos, para tener capacidad legal, es decir son limitantes para adquirir derechos y contraer obligaciones. Como acabamos de ver, una persona imbécil es, en términos legales, jurídicos y sociológicos, un incapacitado, o lo que es lo mismo un individuo que está en situación de incapacidad o de interdicción, de privación de derechos. No obstante, recordamos aquí la suerte que tienen algunos imbéciles, en especial en los países atrasados y tercermundistas (Pino, 2006).
El discurso político-administrativo latinoamericano también se caracteriza por el desconocimiento del derecho y de las leyes y sus aplicaciones, incluyendo los derechos más elementales y las leyes más elementales que rigen el mundo civilizado. Es asombroso el grado de desconocimiento que tienen los funcionarios y las organizaciones latinoamericanos acerca de las leyes internacionales, pero peor aún, de las nacionales, lo que se refleja en las constantes violaciones a los derechos humanos, a los derechos laborales, a los derechos ciudadanos, a los derechos de la niñez, a los derechos de los ancianos, a los derechos de la mujer, a los derechos de los discapacitados, etc. No podemos esperar que una persona, una organización, una comunidad o un estado que desconoce o que no entiende lo que se expresa en la ley escrita tenga una intervención acertada en el tratamiento de las leyes, y por supuesto en sus resultados, en las aplicaciones concretas de las leyes, en los veredictos o fallos. En cualquier reunión, sesión, diálogo, convenio, plática, conversación, de los diferentes grupos que administran el derecho y la ley –ya sea en vivo, a través de la televisión, de la radio, etc.– en cualquiera de nuestros países latinoamericanos se puede observar la incultura legislativa, la duda en torno al derecho o a “los derechos” –consideremos aquí los estados pluriétnicos–, la interpretación desajustada de la ley o de “las leyes” –consideremos aquí los estados pluriétnicos–, las lagunas de conocimiento en torno a las leyes, sus entornos y su aplicación, la generalizada ignorancia legislativa, la deficiente formación instruccional, educativa y cultural de los que aplican la ley, la manipulación de la ley en detrimento de los desposeídos, de los que menos tienen, de los pobres, de los desvalidos, de los más ignorantes… Si los problemas que conciernen al derecho y a las leyes y su aplicación dentro de nuestros países latinoamericanos pueden calificarse de graves, entonces los problemas concernientes al tratamiento del derecho y las leyes internacionales pueden calificarse de calamidad: incapacidad total para dialogar y obtener resultados positivos y ventajosos para los pueblos latinoamericanos; en cada convenio, conversación o negociación con gobiernos o grupos extranjeros siempre “perdemos” en algo, en lo que sea, pero siempre perdemos… Y no solamente “perdemos” porque de esos convenios o negociaciones siempre salimos mal parados, a la corta o a la larga –casi siempre a la corta–, sino que también perdemos porque es triste ver el papel de subordinación, de sometimiento, es decir de “achichincle”, de “sulacrán”, de “gato”, el papel desdibujado, que desempeñamos los pueblos latinoamericanos, a través de nuestros “representantes”, en tales negociaciones. ¿Qué pasó con nuestra imagen? ¿Por qué será?:
El Derecho ha cumplido desde la antigüedad una función básica en la vida humana. A través del Derecho los seres humanos han definido su forma de organizarse en sociedad. En la literatura jurídica o textos jurídicos se han plasmado acuerdos y se han establecido normas que han regulado las relaciones entre las personas y entre los pueblos.
No puede, pues, sorprendernos que el Derecho ocupe una posición privilegiada, junto a la religión, entre las materias que fueron objeto de los escritos más remotos que conservamos. A ello hay que añadir que son muchos los testimonios documentales que demuestran la influencia del Derecho, por el impulso que supuso en el cambio hacia la abstracción y la precisión, dentro del proceso de configuración de las lenguas de cultura.
Hoy en día el Derecho está presente de forma constante en nuestra vida cotidiana. Si a los aspectos de carácter público nos referimos, la Constitución determina el marco político del Estado, y las leyes que aprueban los parlamentarios y las disposiciones que dictan nuestros gobernantes nos afectan, aunque sea de una forma más o menos indirecta, más o menos evidente. En el orden privado, las relaciones humanas se formalizan a menudo a través del Derecho, la compra o el alquiler de una vivienda, el contrato laboral, el testamento, tienen su reflejo en un documento jurídico.
La sociedad se ha transformado profundamente ya desde el mismo siglo xx. Dicha transformación ha tenido su repercusión en el Derecho. Se han modificado las relaciones laborales, la informatización está ejerciendo una profunda influencia en nuestro comportamiento, los avances en las comunicaciones y en las disciplinas científicas han obligado a replantear soluciones jurídicas que han quedado desfasadas y a construir nuevas formulaciones que den respuesta a las nuevas realidades.
La Lingüística ha vivido también en el mismo período un progreso extraordinario, que la ha situado en mejores condiciones para analizar y describir el lenguaje en todas sus vertientes, no sólo desde la perspectiva del funcionamiento de la lengua como una estructura abstracta, sino desde la de sus adaptaciones a los usos concretos y también con respecto a las especificidades que generan los lenguajes propios de los distintos tipos de comunicación.
En el estudio de los textos jurídicos hay que destacar el trabajo interdisciplinario. Desde la segunda mitad del siglo xx se ha venido realizando el estudio interdisciplinario entre el Derecho y la Lingüística, lo que se ha llevado a cabo en algunos países del mundo de manera sostenida. La mayoría de estas investigaciones son realizadas por sociólogos, especialistas en comunicación, antropólogos, lingüistas y filólogos.
El estudio del Derecho se ha realizado porque éste ha sido un terreno propicio para entender los problemas que acarrea un contexto extralingüístico institucional: la justicia y el manejo del poder en esta área, que es sentido por los ciudadanos en carne propia. Y por otra razón de orden más práctico: hay textos orales pero sobre todo escritos: desde las sentencias hasta la legislación, las pruebas peritales, etcétera.
El texto jurídico, en tanto texto que pertenece a una institución, es un texto de poder, como también lo son los textos provenientes del Poder Legislativo, del Ejecutivo, etcétera. Cuando hablamos de textos institucionales en general hablamos de estos extremos institucionales, si bien un texto familiar entre padre e hijo, por ejemplo, puede ser analizado como texto de poder institucional. En este sentido también una comunidad es una institución y lo son las naciones y las relaciones que éstas mantengan entre sí, ya sean escritas u orales.
Este es el caso de la mayoría de los trabajos o instituciones donde hay un superior y un subordinado; todo depende del grado de complementariedad con el que se manejen estos individuos.
Con frecuencia sucede que ni los mismos especialistas en “jurisprudencia” y “legislación” –y otras ramas y ciencias sociales y humanísticas cercanas a la jurisprudencia y a la legislación– pueden interpretar de manera “adecuada” o “práctica” o “legible” muchos textos jurídicos y legislativos de su área inmediata de competencia. No hablemos ya de la “interpretación” de estos discursos, hablados o escritos, por parte de otros grupos de usuarios de los idiomas, como son, por ejemplo, periodistas, reporteros, comentaristas, críticos, conductores de programas y, finalmente, “el pueblo”, que en América Latina es, generalmente, o analfabeto o analfabeto funcional, salvo exclusivos y contados casos. En realidad, aquí tendríamos que considerar, como mínimo, cinco evidentes cuestiones:
1. Tenemos que partir de que, como ha dicho el filósofo italiano Paolo Flores d’Arcais: “el juez hace la ley, en lugar de obedecer a ella, nos guste o no”.
2. ¿Realmente no se entiende el texto jurídico o legislativo, no se decodifica bien el texto jurídico, la ley, por incompetencia científica o profesional?
3. ¿No se entiende el texto jurídico o legislativo debido a las barreras sociales, culturales e idiomáticas que pueden presentarse, y de hecho se presentan, en los “grupos instruidos y educados” (?) de ciertas áreas geográficas del mundo, cuestión que puede comprobarse fácilmente a través de las estadísticas internacionales que muestran el estado de la educación en los diferentes países y en las diferentes épocas?
4. ¿“No se desea” o “no conviene” entender lo que el texto jurídico o legislativo plantea “claramente” inclusive para un no profesional del área de la jurisprudencia y la legislación?
El ideal sería liquidar la corrupción, la delincuencia, las infracciones de la ley, las violaciones de las normas, por la vía de la erradicación de las causas. No obstante, sabemos perfectamente que en muchas sociedades donde se han dado condiciones ideales de naturaleza y esencia, no se ha podido erradicar el delito, la infracción, la violación de la ley. Queda claro también que:
Todos los que hemos trabajado, de la manera que sea, la sociología de los grupos, conocemos las características generales que posee un grupo. Así, por lo menos en teoría, se supone que un “grupo” es el conjunto de personas que comparten objetivos e intereses comunes… ¿¡Entonces…, qué pasó con los “grupos” políticos de Iberoamérica!? ¿Cuáles son sus objetivos e intereses comunes, no los que ellos quieren que imaginemos, sino los que en realidad son, los que ellos demuestran que son a partir de sus comportamientos verbales y corporales? Si antes de la aparición de todos estos escándalos políticos, nacionales e internacionales, que han matizado los finales del s. XX y los principios de este siglo XXI, no nos quedaba claro, como individuos en particular y como pueblo, cuáles eran los intereses y objetivos de la mayoría de estos grupos políticos latinoamericanos, hoy, gracias a las indiscreciones y conductas ilícitas y reprobables de muchos funcionarios y al excelente trabajo de los medios de comunicación, el asunto queda más que claro, no hay dudas al respecto…
Todo esto es muy importante porque los comportamientos, las conductas, las rutinas, verbales y corporales, como ya sabemos, se copian; ya conocemos los desagradables resultados de los “plagios invasivos” (James, 2002: 61-62). Y sería terrible que los adolescentes y los jóvenes, de manera particular –aparte de algún que otro involucionado, de algún que otro extraviado sico-social–, copiaran muchas de estas conductas entrópicas. Sabemos que nuestros políticos y gobernantes tienen muchos déficits y que “en el juego de la vida, o del destino, la gente no llega tan lejos como augura su talento, sino como permiten sus limitaciones” (Aguilar, 2005); pero ¿y los asesores y consejeros de nuestros funcionarios y gobernantes dónde están, quiénes son?, ¿cuál es el equipo que rodea a nuestros funcionarios y dirigentes?, ¿cuál es su calificación?, ¿qué es lo que saben y cuánto saben acerca de lo que dicen que saben?, ¿de dónde salieron?, ¿qué experiencia tienen en los cargos que desempeñan, y por lo que les pagamos sus altos salarios y sus privilegiadas prestaciones?, ¿quiénes asesoran, programan, las conductas, los comportamientos de nuestros grupos políticos y gobernantes? Sería bueno que los gobiernos y los grupos políticos de América Latina pensaran más cuidadosamente a la hora de seleccionar a sus asesores y voceros. En algunos casos, esta situación ya parece un circo: ¡hay de todo, y con los más variados matices! ¿Acaso, por ejemplo, los asesores y consejeros de los políticos latinoamericanos no les han dicho –¿o los gobernantes y políticos no quieren aprender?– que cuando vayan a hablar por radio o televisión tienen que considerar que el tiempo es limitado y que, por eso, tienen que avocarse a comunicaciones concretas, claras, sin cantinfleos y trampas lingüísticas; que en estos casos hay que ser muy selectivos en cuanto a cantidad de información? Por ejemplo, luego de un cierto tiempo de comunicación radial o televisiva no sabemos qué fue lo que se quiso decir en realidad. Además, ¿quién ha dicho que el ser universitario –en el mejor de los casos, atendiendo a la formación cultural– automáticamente te abre las puertas de la política, del liderazgo político o gubernamental, de la dirección partidista?, ¿quién ha dicho que por haber escrito libros –muchos o pocos, buenos o malos– ya puedes hacer política o diplomacia?, ¿acaso no hay diferencias tangibles que deben considerarse a este respecto, a menos que queramos pagar caro nuestro atrevimiento y pongamos en riesgo nuestro prestigio (?), nuestra moral (?)?, ¿en los tiempos actuales ya no son necesarias las tres cualidades de mayor importancia para el político: pasión, sentido de responsabilidad y mesura?, ¿ya la carencia de finalidades objetivas y la falta de responsabilidad no son los dos pecados mortales en el campo de la política?[62] Para cualquier espectador de la política latinoamericana, nativo o foráneo, es difícil imaginar que la conocida frase “entre nosotros podemos despedazarnos, pero jamás nos haremos daño” tenga un ápice de veracidad. ¡Al contrario! Después de las batallas y las descalificaciones que se producen “entre” los grupos políticos “y dentro” de los mismos grupos políticos el daño, de todo tipo, es irreversible. Nosotros los latinoamericanos tenemos fama de no tener una buena “memoria histórica”; pero eso no quiere decir que seamos “desmemoriados”, “descocados”, o de plano “pendejos”. Claro, que haciendo un poco de esfuerzo si se quiere debido al “medio-descocamiento” habitual de nosotros los latinoamericanos, es decir a lo “medio burro” o “burro y medio” que somos, en dependencia de la región de América de que se trate, del país de que se trate, del estrato sociocultural “de verdad” de que se trate, sabemos muy bien que en cuestiones de política aquí en América Latina “todo se vale”, sabemos muy bien con que facilidad “los políticos” del área cambian de partido, cambian de política, cambian de “visión”, y “en el camino” de estos cambios la estela de mierda que van dejando no sólo es muy visible, más que patente, sino que hiede a todo dar, “apesta feo”, y en este camino las traiciones no tienen ya nombre y están a la orden del día, tradición de Latinoamérica. Ahora, claro está que en esta guerra política de América, en este “todo se vale político”, todos se tiran “aparentemente” a matar; pero no, puras fantochadas, pataditas de muertitos, cuatreritos y pendejitos… En este camino de la cambiadera de unas políticas a otras, de unas tendencias politicas a otras, de unos partidos políticos a otros, va aparenciendo además “la historia escrita” de toda esta mamarrachada. Así, por ejemplo, han aparecido libros como Manual del perfecto idiota latinoamericano y El regreso del idiota, de los autores Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas LLosa. ¡Ajá…! ¡Ahora resulta…! En estos casos, en donde ”mucha gente” cree que nosotros “el pueblo” no recordamos “todo” lo que ha pasado con ellos y “sus grupos” y “sus allegados”, ¡y las traiciones…!, no nos queda más que decir como reza el dicho popular: “¡¿Y tu abuela, dónde ta’?!”: http://www.youtube.com/watch?v=gsY1cFp10PU .
Y por otro lado, después de esas batallas políticas ¿para qué queremos los “pedazos” que sobran de esas fragorosas batallas políticas y gubernamentales? ¿Habrá algún ser humano o grupo, sensatos claro está, que quiera esos “pedazos” que quedan de esos “despedazamientos”? ¿Se podrán usar esos “despedazos” en algo útil, que sirva? Recordemos que si no tenemos políticos y estadistas grandes, entonces no tendremos una patria grande, porque la patria depende de los individuos. La patria será grande cuando los individuos sean grandes.
Me decía una colega de la Universidad Carolina de Praga que ella no veía ningún fenómeno entrópico en el discurso político latinoamericano, dado que, afortunadamente, nosotros los latinoamericanos no necesitábamos profundizar en este tipo de comunicación del área, porque aquí solamente existían dos opciones de entendimiento:
· Lo que se prometía y se decía que se iba a hacer, pues ya sabíamos que no se iba cumplir ni tampoco a hacer.
· Lo que se decía que no se podía prometer, pues mucho menos.
Y sí, creo que tiene razón. Esta es una manera muy fácil, sin tantos rodeas científicos, de analizar este asunto en América Latina.
Philologist and Image Consultant Fernando Antonio Ruano Faxas
Филолог и консультант Фернандо Антонио Руано Факсас
ЯRConsultores de Imagen Social®
Hacia la calidad integral sin fronteras
http://openlibrary.org/a/OL807084A
http://openlibrary.org/search?q=ruano+faxas
http://openlibrary.org/search?q=ruano+faxas&offset=20
http://openlibrary.org/a/OL6500100A/Ruano-Faxas%2C-Fernando-Antonio-y-Paulina-Rend%C3%B3n-Aguilar
[48] La interrogación y el entrecomillado son nuestros.
[49] Véase, por ejemplo, el diálogo de Platón intitulado Hipías Menor.
[50] Babosear, baboso o babosa y babosada son palabras de uso en México, son mexicanismos. Babosear es “tratar a una persona desconsideradamente y humillándola como si fuera una babosa, tonta, necia (Mejía, 1989: 21). Babosada es “Tontería, sandez, insulsez” (Jiménez, 1991: 29).
[51] En México, “pendejada” es “tontería, desacierto, torpeza, estupidez” (Jiménez, 1991: 191). También, con estos mismos significados, existen en el español común y popular de México las palabras “pendejear” y “pendejismo”.
[52] Al respecto véase, por ejemplo: William Labov (1985). “The judicial testing of linguistic theory”, en D. Tannen(ed.) (1985). Linguistics in Context: Connecting observation and understanding. New Jersey, Lectures from the 1985 LSA/TESOL and NEH Institutes.
[53] Véase John Austin (1962). Cómo hacer cosas con palabras. Buenos Aires, Paidós.
[54] Véase Teun van Dijk (1995). The Mass Media Today: Discourses of Domination or Diversity? Barcelona, Anagrama.
[55] Véase Paul Watzlawick y otros (1967). Teoría de la comunicación humana. Barcelona, Herder.
[56] Ibid.
[57] Ibid., 105.
[58] Al respecto véase: Atkinson y Drew (1979). Order in Court. New Jersey, Humanitties Press.
[59] Para considerar los grandes problemas y las inmensas afectaciones que acarrea la no interpretación adecuada de las leyes y normas jurídicas pueden verse: Boris Danilóvich Ovchínnikov (1988). Вопросы Теории Криминологии(Voprósy Teórii Kriminológuii, Problemas teóricos de la criminología). Traducción al español de Fernando Antonio Ruano Faxas. Cuba, Universidad de Oriente; V. P. Vyrélkin y T. N. Podke (1976). “Algunos problemas metodológicos de la clasificación de las causas de la delincuencia”, en Historia de los órganos del Ministerio del Interior y la lucha contra la delincuencia. Volgogrado, s.e.; Yu. M. Antonyán (1975). El mundo social y la formación de la personalidad del delincuente. Influencias desfavorables en la personalidad en el micromedio. Moscú, s.e.
[60] Brenda Danet (1980). “Language in the legal discourse”, en Law and Society, 14:3; Teun van Dijk (1987).Communicating Racism. Ethnic Prejudice in Thought and Talk. London, Sage.
[61] Materiales del XXVI Congreso de la Unión Soviética (1981). Moscú, s.e., 82.
[62] A este respecto véase, por ejemplo: Max Weber (1997). El político y el científico. México, Coyoacán.