Abstract
ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA. El filólogo, lingüista, imagólogo y paisólogo cubano Fernando Antonio Ruano Faxas expone sus comentarios en torno a la relación entre lingüística, filología y traductología.
Ahora bien, si hablamos de relación de la traducción con la ciencia del lenguaje tendríamos que considerar qué ciencia del lenguaje es la que estamos tratando, ¿la lingüística o la filología?, ¿o las dos?, porque como todos sabemos estas dos ciencias tratan el lenguaje, pero de manera diferente; tratan cosas diferentes del lenguaje y acerca del lenguaje. Entonces, si se trata de la lingüística, ¿qué lingüística?, ¿cuál lingüística?‚ y si se trata de la filología, ¿qué filología?, ¿cuál filología? En resumen, ¿cómo se relaciona la traductología o teoría de la traducción con estas dos ciencias? Veamos a continuación algunos detalles.
Las definiciones generales que pueden aparecer en cualquier enciclopedia o diccionario, no especializados, plantean que “lingüística” es la ciencia que tiene por objeto el estudio del lenguaje y de las lenguas, y que “filología” es el estudio de una lengua fundamentado en el análisis crítico de los textos escritos en esa lengua. Pero sabemos que la palabra “lenguaje”, por sí sola, puede hacer referencia a otros sistemas de comunicación no verbal, como ya hemos visto (Ruano, 2003), y que entonces, tomada así esta palabra, “lenguaje”, no se referiría a esa particularidad, inherente exclusivamente al hombre, que es el lenguaje verbal, el lenguaje fonéticamente articulado. Y, en cualquiera de los casos, siempre se elude a la lengua. El problema radica en que los campos que abarcan la lingüística y la filología, aunque en muchos aspectos son afines –e incluso también a veces son objeto de confusión aun por parte de personas eruditas– en realidad difieren entre sí considerablemente.
La primer tarea de toda ciencia es definirse a sí misma, es decir, definir su objeto, su alcance y sus límites. La lingüística, llamada también ciencia del lenguaje, glotología, glosología y, con menos propiedad, también filología, filología comparada, gramática comparada, es la ciencia que estudia desde todos los puntos de vista posibles el lenguaje humano articulado, en general y en las formas específicas en que se realiza, es decir, en los actos lingüísticos y en los sistemas de isoglosas que, tradicionalmente o por convención, se llaman lenguas.
Hay varios puntos que aclarar en la definición que se acaba de dar. Por el momento tenemos a bien el comentarles a los traductores e intérpretes que “la lingüística de los lingüistas”, es decir, la “lingüística como ciencia”, no debe confundirse con el conocimiento práctico de idiomas, como, por ejemplo, lo es el conocimiento que de lenguas tienen aquéllos que se dedican a volcar información de un idioma o varios idiomas a otras lenguas, lo que no quiere decir que la traductología no sea una ciencia lingüística. La cuestión radica en que el lingüista estudia los idiomas pero no para aprenderlos; es decir, que los estudia científicamente: como fenómenos, no como instrumentos, a diferencia de los traductores e intérpretes que sí estudian las lenguas como instrumentos. Así, a manera de ejemplo, podemos decir que una persona puede saber un solo idioma –aquel en que suele expresarse: su “instrumento”– y ser lingüista, mientras que otras pueden saber muchos idiomas y no ser más que políglotas. En particular, el lingüista no tiene que precisamente saber hablar el idioma que estudia desde el punto de vista científico, aunque a menudo lo aprenda, para facilitarse la investigación, cosa que podría compararse un poco con la traducción escrita de textos que realizan algunas personas que no hablan la lengua de trabajo, sino que solamente la decodifican semánticamente y, luego, de manera escrita. Por ejemplo, un lingüista que no conozca náhuatl o guaraní, podría, sin duda alguna, escribir una gramática científica del náhuatl o del guaraní (Ruano, 2003), mientras que ninguno de los individuos que hablan náhuatl o guaraní podría hacerlo si no es lingüista. Estas distinciones pueden parecer triviales, pero no lo son, si se piensa en las confusiones a que los términos “lingüista” y “lingüística” comúnmente se prestan: a los lingüistas se les pregunta muchas veces qué y cuántos idiomas saben, mientras que en estos casos la única pregunta justificada sería: “¿en el estudio de qué idiomas se ocupan?”, sobre todo porque los idiomas de los lingüistas no son, como ya ustedes saben por la experiencia, los idiomas de los políglotas, los idiomas de los traductores y los intérpretes. Entonces me parece que queda claro que la lingüística no coincide con el conocimiento de las lenguas desde el punto de vista instrumental, y que el lingüista no es o, mejor dicho, no tiene que ser un conocer de idiomas variados.
La lingüística se confunde –no injustificadamente– con la filología. Esto sucede en vista de que, independientemente de la gran cantidad de estudios que presentan las diferencias entre estas dos ciencias, ellas poseen mucha afinidad. También se produce esta confusión debido a que por mucho tiempo una rama de la lingüística, la “gramática comparada”, se ha llamado filología comparada. Según el diccionario enciclopédico del que se dice ”más difundido y usado a nivel internacional”, es decir Wikipedia, la filología es:
Filología (del latín philologĭa y éste del griego φιλωλογια, filología, “amor o interés hacia las palabras”) es la ciencia que se ocupa de los textos escritos, a través de los cuales pretende reconstruir, lo más fielmente posible, la cultura que dio lugar a esos textos y que subyace a los mismos. El filólogo se sirve, por tanto, del estudio del lenguaje, la literatura y demás manifestaciones escritas, en tanto en cuanto constituyen la expresión de una comunidad cultural determinada.
En cuanto a su denominación, en España [y en Cuba] se prefiere el término Filología para designar a los estudios universitarios que forman en esta ciencia, mientras que en Hispanoamérica se prefiere el término Letras […]
A lo largo de su historia, la Filología se ha relacionado y confundido con otras disciplinas. En especial, debe señalarse la relación de esta disciplina con la Lingüística, pero también con la Historia, la Historia de la Literatura, la Teoría literaria, la Crítica literaria, la Ecdótica, etc.
En el primer caso, tanto la Filología como la Lingüística se ocupan del mismo objeto de estudio: el lenguaje humano. Pero se diferencian, básicamente, en el enfoque con que abordan el estudio: mientras la primera se ocupa del lenguaje en tanto que medio para fijar los textos, la segunda centra su interés en el lenguaje en sí mismo y utiliza los textos únicamente como un medio más de conocimiento de éste. Así, mientras la Filología estudia el lenguaje al objeto de conocer a los hombres que lo hablaron y su entorno cultural, la Lingüística estudia el lenguaje, hablado o escrito, en sí mismo considerado, para establecer sus reglas, las relaciones internas de sus componentes,…
En el segundo caso, Historia y Filología colaboran para la reconstrucción de los hechos históricos pero, mientras la primera se ocupa, efectivamente, de la reconstrucción de los hechos, auxiliándose, en este caso, de la Filología y de otras disciplinas, la segunda trata de situar los textos concretos en una época determinada, sirviéndose, en este caso, de los conocimientos históricos.
Cuando hablamos de filología enseguida pensamos en la crítica de los textos, en la ciencia de todas las informaciones que se deducen de los textos, especialmente antiguos, donde no hay registros hablados, sólo escritos, sobre la vida, la cultura, las relaciones sociales y familiares, las relaciones económicas, políticas y religiosas, etcétera, del ambiente en que los textos mismos se escribieron o a que se refieren (Ruano, 2004a: 17-18). Es decir que, mientras que el lingüista considera generalmente los textos sólo como hechos lingüísticos, como fenómenos del lenguaje, al filólogo los textos le interesan como documentos de cultura, historia, literatura. En este sentido, la filología es una ciencia adyacente a la lingüística y auxiliar de la historia y de la historia literaria, y a veces coincide con esta última, sobre todo si se considera una historia literaria que ignore el criterio estético o que se ocupe de textos carentes de valor literario. La filología es ciencia auxiliar de la lingüística ya que proporciona a ésta todas aquellas informaciones que no se pueden deducir exclusivamente del aspecto lingüístico de los textos, y que, en cambio, son indispensables para la interpretación exacta de ese aspecto. Así, por ejemplo, si se descubre un texto inédito, el filólogo puede establecer la fecha en que fue creado, puede juzgar su autenticidad y su estado de alteración –si es que ha sido alterado, aunque sólo sea mínimamente, parcialmente–, etc., y, eventualmente, deducir a partir de este texto una cierta información acerca del grupo humano en donde el texto se produjo o al que el mismo se refiere, mientras que el lingüista, juzgando el aspecto puramente lingüístico del texto –y no informativo o documental–, y teniendo en cuenta los datos que le ha proporcionado el filólogo, puede considerar el texto en la historia de la lengua en que está escrito, y, eventualmente, también en el marco general de la historia del lenguaje o, por lo menos, en el marco de la historia de la familia lingüística a la que pertenece la lengua del texto. Se dice que la filología, que proviene de las raíces griegas philós, ‘aficionado’, ‘amante’ + lógos, ‘lenguaje’, tiene como cometido primordial la interpretación, fechación, verificación, colación –lo que es lo mismo que cotejo– y fijación de textos generalmente antiguos con la ayuda de métodos propios, como la crítica documental y la lingüística, o bien con la contribución de otras disciplinas paralelas como la arqueología, que es la ciencia que estudia las civilizaciones antiguas a través de los monumentos y objetos que han perdurado y que pueden no ser obras de arte, la epigrafía,[6] que es la ciencia auxiliar e la historia que estudia las inscripciones sobre materiales duros, como la piedra o el metal –en esto se diferencia de la paleografía, que se ocupa de las inscripciones sobre materiales perecederos, como el papiro, y del estudio formal de la escritura– o la numismática, que es la ciencia que trata de la descripción e historia de las monedas y medallas. La filología, según George Mounin (1982: 78), se diferencia de la lingüística por el hecho de que su meta consiste en intentar redescubrir el pasado a través de los testimonios lingüísticos escritos, desde el punto de vista de la lengua pero también desde el punto de vista de las realidades históricas, arqueológicas y artísticas. La filología se interesa por la transmisión de los textos, por su autenticidad, por su coherencia, por su evolución a través de las diversas etapas de una lengua, tanto en el nivel de la primera como de la segunda articulación.
Pero estas distinciones no siempre son efectivas, porque a veces sucede que el filólogo tiene que recurrir a los datos lingüísticos para poder cumplir con su tarea y, por supuesto, el lingüista podrá deducir de los hechos lingüísticos datos e informaciones acerca de la historia social y cultural que el texto no proporciona explícitamente. Es decir que, normalmente, la lingüística es, a su vez, ciencia auxiliar de la filología, y que, así como el filólogo tiene que ser un poco lingüista, el lingüista tiene que ser un poco filólogo, y creo que no es necesario decir que estos dos, filólogo y lingüista, se ven enfrascados con mucha frecuencia en la labor de la traducción, de la misma manera que el traductor, de por sí, es un poco lingüista y un poco filólogo, tiene que serlo obligatoriamente, mucho más si hablamos de traducción de textos literarios artísticos. En un final de cuentas, vemos cómo en sus límites filología y lingüística a menudo se confunden. Creo que no hay ejemplo más claro de esto que toda la labor desarrollada por los frailes de México, en los siglos XVI y XVII, y la actividad investigativa de muchos especialistas en torno a las lenguas nativas de Nueva España, donde con frecuencia no quedan precisadas esferas lingüísticas y filológicas, no quedan precisados los límites lingüísticos y los límites filológicos.
Claro que la confusión no es grave si recurrimos a más datos, que no necesariamente son exclusivos y definitorios. Por ejemplo, pudiera ser importante para entender este asunto el que generalmente el filólogo se ocupe de una sola lengua, mientras que el lingüista, generalmente, tiene en cuenta el criterio comparativo, es decir, dos o más lenguas; el filólogo atiende el aspecto documental de los textos, mientras que el lingüista se ocupa de su aspecto lingüístico; el filólogo se ocupa, normalmente, en textos de cierta antigüedad –más o menos antiguos, no precisamente actuales o muy actuales–, mientras que al lingüista puede interesarle cualquier texto, antiguo o actual, o muy actual, o acabado de salir a la luz, y, sobre todo, “que no le interesan sólo los textos escritos sino también la lengua hablada”; al filólogo le interesan sólo los textos que puedan proporcionar alguna información, mientras que al lingüista puede interesarle cualquier texto en sí mismo, aunque, eventualmente, carezca de todo valor informativo. Además, el filólogo habitualmente no se ocupa en las ciencias lingüísticas especiales –fonética, gramática, semántica, etc.–; mientras que el lingüista no se ocupa específicamente en la filología como historia política, social, cultural, etc., salvo en la medida en que sus informaciones puedan aclararle los hechos lingüísticos. En conclusión: la filología, aun basándose en textos que pueden tener también interés lingüístico, se ocupa, en general, en hechos de historia, especialmente antigua, y especialmente social y cultural –literaria–, mientras que la lingüística se ocupa de hechos de lengua o, más bien, del lenguaje articulado, ya sea oral, ya sea escrito.
Finalmente, pensamos que sería muy conveniente el comentarles a ustedes, alumnos que ya tienen cierta experiencia en el mundo de la traducción, la interpretación, la dialectología, la imagología…, las inmensas posibilidades que tienen de incursionar en las ciencias y las esferas lingüísticas y filológicas, y mucho más en México, donde las variantes idiomáticas, las variantes dialectales y los hechos de lenguas son tan disímiles como disímiles son los grupos étnicos, los grupos socioculturales y los grupos socioeconómicos, aparte de la existencia en esta área latinoamericana de una variedad literaria riquísima, tanto por la misma herencia de nuestros antepasados amerindios, europeos y negros, como por las mismas tradiciones mestizas de todos éstos últimos años. Todo depende, como ya ustedes saben, del esfuerzo, del ahínco, del “echarle ganas”, al decir de los mexicanos.
Recuerden que en América Latina, y específicamente en México, todavía falta mucho por hacer en cuanto a las investigaciones traductológicas, y precisamente son los traductores y los intérpretes mexicanos los llamados a resolver “sus problemas científicos” y explicar las tantas incógnitas que plantean los estudios lingüísticos-traductológicos y filológicos-traductológicos del área mexicana y mesoamericana. Esperemos que de las manos de ustedes, alumnos de la licenciatura en traducción, de la licenciatura en interpretación, de la licenciatura en imagología, de los diplomados y maestrías en traductología, salgan muchos de los materiales especializados que ayuden a resolver los problemas traductológicos de las generaciones futuras de nuestra América y de este mundo globalizado.
Hacia la calidad integral sin fronteras
[1] Para considerar el panorama de los textos musicales se puede consultar: John Neubauer (1992). La emancipación de la música. Madrid, Visor; y para tratar la traducción musical: George Steiner (1980). Después de Babel. Aspectos del lenguaje y la traducción. México, FCE.
[2] Para el tratamiento de la lingüística del texto jurídico puede consultarse: María Laura Pardo (1992). Derecho y lingüística. Cómo se juzga con palabras. Análisis lingüístico de sentencias judiciales. Buenos Aires, Nueva Visión.
[3] Las particularidades del lenguaje administrativo pueden ser tratadas en: L. Calvo Ramos (1980). Introducción al estudio del lenguaje administrativo. Madrid, Gredos.
[4] Para tratar la clasificación de los textos y las particularidades lingüístico-traductológicas de los textos, véase: Fernando Antonio Ruano Faxas (1992). “Literatura artística, literatura periodística y literatura científica y técnica. Reflexiones para su traducción”, en Actas de Expolingua Habana 92. La Habana, Academia de Ciencias de Cuba, 446-456; Fernando Antonio Ruano Faxas (2004). Diplomado en Traducción. Sociolingüística y Textología aplicadas a la Traducción. México, Universidad Iberoamericana-Educación Continua; Fernando Antonio Ruano Faxas (2004). Diplomado en Traducción. Temas de Lingüística. México, Universidad Iberoamericana-Educación Continua.
[5] Para tratar el tema de la relación de la traductología con la lingüística y la filología, de la misma manera que para el tema de la traductología como ciencia de la lingüística, pueden consultarse entre otros materiales: Liudmila I. Chernávina y Fernando Antonio Ruano Faxas (1987). “La traducción de la literatura científica y técnica I”, en Santiago, 64: 43-72; Liudmila I. Chernávina y Fernando Antonio Ruano Faxas (1987). “La traducción de la literatura científica y técnica II”, en Santiago, 65: 35-61; J. C. Catford (1965). A Linguistic Theory of Translation. London, Oxford University Press; L. S. Barjudárov (1975). Yazýk i pierievód: voprósy óbschei i chástnoi tieórii pierievóda. Moskvá, Miezhdunaródniye otnoshéniya.
[6] En teoría existe una ciencia epigráfica para cada civilización, antigua o moderna. El epigrafista busca nuevas inscripciones y estudia, directamente o a través de fotografías y reproducciones, las ya conocidas. Para interpretarlas debe desarrollar los nexos, las siglas y las abreviaturas que contienen, y que generalmente obedecen a reglas muy estrictas. La epigrafía se propone además la datación de las inscripciones, y recurre para ello a las alusiones políticas o administrativas que contienen o a datos materiales, como la evolución de la escritura. Las inscripciones conocidas están compiladas en corpus –por ejemplo, para el mundo romano, el Corpus Inscriptionum Latinorum–, y los nuevos descubrimientos se publican en revistas especializadas. El estudio de las distintas clases de inscripciones –epitafios, dedicatorias a los dioses, inscripciones honoríficas, actas públicas o privadas, instrumentum– proporciona informaciones sobre el derecho, la administración, la vida social, la política, la economía, la religión, la literatura, la lengua, etc.